THE GREAT LOCOMOTIVE CHASE (1956, Francis D. Lyon)
Me gustaría confesar una cosa; desde bien pequeño nunca fui seguidor de cualquier producción que llevara aparejada la firma de Walt Disney. Como persona rebelde a todo lo que pudiera estar marcado por las modas o gustos generales, el mío infantil estuvo por completo alejado al mundo que entonces me parecía edulcorado, manifestado por el denominado “Mago de Burbank”. Pero como sucede siempre, las perspectivas varían, y el paso de los años me ha permitido –como a tantas otras personas- valorar la obra de Disney desde una perspectiva menos agresiva, y quizá uno de los aspectos menos conocidos de su prolija carrera, sean los largometrajes de imagen real, en los que quizá queden etiquetadas como molesto lastre las comedias realizadas a partir de entrada la década de los sesenta, protagonizadas por el cargante Dean Jones, o en las que un jovencísimo Kurt Russell compartía plano con animales humanizados. Sin embargo, quizá haya llegado la hora de intentar ofrecer una mirada desapasionada –sobre todo despojándola de su vertiente negativa- de aquellas propuestas de género que auspició desde la segunda mitad de los años cincuenta. Película de clara condición familiar, que quizá aparecían como versiones “blandas” de la producción emanada por las principales majors de Hollywood. Pero sin embargo, ello no nos debería prejuzgarlas de manera negativa, y es precisamente en la ausencia de la disponibilidad de poder ser contempladas, cuando adquiere una relativa importancia poder contemplar la discreta, más nada desdeñable THE GREAT LOCOMOTIVE CHASE, realizada en 1956 por Francis D. Lyon para la Disney, y que en sus menos de ochenta minutos de duración relata un episodio real desarrollado en las postrimerías de la guerra de secesión que configuró los Estados Unidos de América.
THE GREAT LOCOMOTIVE CHASE se inicia con un rótulo que certifica la veracidad de los personajes y situaciones narradas, describiendo en Washington la entrega de las nuevas condecoraciones –la medalla de oro del congreso- dispuestas por el presidente de la nación ya unida. Cuando se dispone a imponer la medalla a uno de los componentes del grupo que logró vencer a los sudistas –William Pittenger (John Lupton)- se erigirá como inesperado protagonista al introducirse sus evocaciones como la voz en off que propiciará el flash-back que se extenderá al conjunto del metraje. En él se incorporará muy pronto la figura del taciturno y carismático espía para los nordista James J. Andrews (el inexpresivo Fess Parker, recurrente del estudio, y una de las lacras del film). Este encabezará la misión encaminada a la hora de boicotear un puente situado en Chattanooga, al que tendrán que llegar en tren desde Atlanta, e intentando con ello interrumpir la conexión de los sudistas y, con dicha misión, finalizar de forma definitiva la Guerra Civil. Así pues, y brindando una mirada compasiva en torno a la vigencia de la Unión como eje de los Estados Unidos, en realidad el sencillo pero eficaz film de Lyon se erige como una aportación casi postrera de la vertiente Americana, narrando el episodio en el que los hombres reclutados por Andrews se dirijan en trén con el objetivo de sabotear dicho emplazamiento. En un primer término, sus objetivos se mostrarán cercanos, pero no contarán con la astucia mostrada por el conductor del tren que atacan en un descanso. Este será William A. Fuller (un Jeffrey Hunter que despliega un magnífico trabajo físico en su lucha contra los que le han robado el ferrocarril), quien desde el momento en que advierta el robo, no cejará en su empeño en seguirlos, utilizando para ello diversas locomotoras, e incluso en sus primeros instantes siguiéndole corriendo la vía. Y en líneas generales, el nudo gordiano del film de Lyon –basado poderosamente en el argumento que dio pie al legendario THE GENERAL (El maquinista de la general, 1926. Buster Keaton y Clyde Bruckman), se erigirá en una gran carrera por parte de la tripulación auspiciada por Andrews, de huir, sabotear y poner las mayores trabas posibles, al incansable seguimiento que le ofrecerá un Fuller, en una lucha que tendrá un componente puramente evasivo, erigiéndose en un largo y tenso episodio que en algunos momentos nos recordará el referente de Keaton. Estoy convencido que Hunter asumió dicho referente a la hora de efectuar su impagable labor, recorriendo sin cesar el pequeño tren que el que se apresta de forma incansable sobre todo a recuperar la autoestima perdida por el absurdo robo a que ha sido sometido en ese tren que, en el fondo, es el epicentro de su existencia.
Así pues, el espectador seguirá la sucesión de peripecias y estratagemas llevadas a cabo por los hombres de Andrews, encaminadas a coartar la progresiva cercanía que Fuller irá propiciando hacia ellos. Su tenacidad, la manera con la que casi sin desmayo irá eliminando las trampas y saboteos propuestos por estos –el corte de la línea telegráfica entre ellos-, culminará en el logro de la detención de ambos. Y en un momento determinado, el colectivo nordista apresado emprenderá una fuga que será coartada de manera parcial, y en la que el propio Andrews quedará de nuevo preso y dispuesto a la horca. Antes de ello, buscará un último encuentro en su celda con Fuller, al que pedirá darle la mano, en señal de esa inminente paz que va a implantarse en tierra americana.
Sin ser un producto de un especial enjundia, THE GREAT LOCOMOTIVE CHASE supone una película amable y entretenida, que se degusta con placidez y ligereza. Un título que no busca coartadas a la hora de erigirse como un honesto exponente del cine de entretenimiento de la época, manejando con destreza el formato panorámico y, sobre todo, aplicando un notable sentido en su progresión dramática, en un relato sencillo, dotado con un ritmo impecable, y que en su sencilla condición de parábola pacifista en torno a la unión de los pueblos, queda como un título tan discreto como agradable, tan limitado, como digno al menos de una revisión que destaque sus moderadas cualidades.
Calificación: 2
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