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CINEMA DE PERRA GORDA

BLACK FRIDAY (1940, Arthur Lubin)

BLACK FRIDAY (1940, Arthur Lubin)

Artífice de una filmografía tan extensa como poco atractiva –hagamos excepción de una sorpresa como FOOTSTEPS IN THE FOG (Pasos en la niebla, 1955), lo cierto es que tengo a Arthur Lubin como uno más de tantos y tantos ejemplos de cineasta blando y conformista, centrado ante todo en una producción cercana a la serie B –en su versión menos estimulante-, al cine familiar, y a una serie de títulos en algunos casos rozando lo abominable. Pero hete aquí que de forma inesperada, y sin entender en ello que nos encontremos ante un producto especialmente memorable, sí que es cierto que BLACK FRIDAY (1940) supone uno de los ejemplos seminales dentro de la producción de la Universal dentro del cine de terror que mejor resiste el paso del tiempo. Es curioso constatar, al hablar del conjunto de la misma, que en líneas generales devienen con superior interés aquellas que no inciden en el agotamiento de la veta de los mitos del terror, ni se insertan dentro del terreno de la autoparodia –aspecto este en el que Lubin fue el firmante de algunas terribles, protagonizadas por los temibles Abbott y Costello-. Cierto es que escarbando nos podemos encontrar con productos más o menos solventes dentro de su condición cercana a la serie B como el que nos ocupa, que incluso pueden parangonarse con algunos exponentes sobrevalorados presentes unos años antes, y que de forma incomprensible fueron catalogados como clásicos de segunda fila. Así pues, partiendo de ese punto de partida, sorprende en primer lugar la agilidad de la que hace gala el título que nos ocupa que, partiendo de un guión de Curt Siodmak –artífice del mismo junto a Eric Taylor-, y utilizando una historia que iría reiterando en sucesivas producciones a lo largo del tiempo. BLACK FRIDAY se inicia de manera muy atractiva, mostrando en travelling lateral los últimos instantes de la vida del condenado, el Dr. Ernest Sovac (Boris Karloff). Este va a ser electrocutado, pero antes de ser cumplida su ejecución entregará a un joven periodista-, del que señala es el único que ha tratado con equidad su caso-, un cuadernillo con las anotaciones de las circunstancias que le han llevado a su condena.

La narración de Lubin en estos primeros compases es excelente, describiendo al mostrar el cuadernillo una serie de espirales que se irán reiterando a lo largo de todo el metraje, al relatar las anotaciones que se irán recreando en la pantalla. Muy pronto observaremos la agilidad de la cámara de su artífice, incluso en el uso de la grúa, describiendo con especial atractivo las circunstancias que rodean el accidente que sufrirá el gran amigo de Sovac; el profesor de lengua George Kingsley (estupendo Stanley Ridges). De inmediato destacará el traslado realizado en el viernes trece que señala el título del film –la cámara resalta la presencia de esa fecha fatídica-, así como ese bastón que, destrozado, ejemplificará el grave accidente sufrido casi por casualidad, y ante el que Sovak se encontrará con un grave dilema; la salvación de su amigo solo se podrá acometer ofreciendo un trasplante de células cerebrales del “gangster” moribundo –Red Cannon-, que ha provocado el accidente, huyendo de la refriega de la banda que comanda Eric Marnay, ya que Canon mantiene escondidos los quinientos mil dólares del golpe efectuado por la banda. La aplicación de las teorías del doctor logrará salvar –contra todo pronóstico válido- a Kingsley, produciéndose por el contrario la muerte del gansgter. La recuperación del viejo doctor se tornará rápida, pero muy pronto se harán presentes en su estado mental los ecos de la personalidad criminal que lleva inserta en su cerebro.

Será una circunstancia que el científico seguirá muy de cerca, con la intención de lograr ese botín que le permitiría proseguir en sus investigaciones –un aspecto poco atractivo en el guión, que resta cualquier matiz negativo en la personalidad de este-. Para ello se lo llevará hasta New York, donde emergerá la personalidad latente de Cannon, llegando poco a poco absorber la que envuelve su cuerpo –con transformación física inclusive-. De tal modo, la intención de Sovak se hará realidad, pero en una proporción progresivamente más temible que la prevista por este, ya que el redivivo gangster se dedicará a eliminar a los componentes de la banda –en la que como jefe tendrá un rol irrelevante Bela Lugosi-, recuperando el botín y retomando tras ello la personalidad del pacífico lingüista. Sin embargo, y cuando todo parecía haber funcionado a la perfección, en Kingsley aflorará de nuevo la bestia que aún anda en su interior, en una secuencia atractiva, en plena clase, donde al escuchar el sonido de unas sirenas traerá a su mente la inexistente presencia de la banda a la que ha asesinado –mostrada entre el alumnado por medio de unas sobreimpresiones que solo este contemplará-. Será el momento en el que Sovak lo elimine en defensa propia, suponiéndole todo ello su condena a muerte, ya que su entorno creerá que a matado al pacífico profesor amigo suyo.

Podríamos decir que BLACK FRIDAY emerge como una revisión del mito del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, y no estaría la opinión fuera de lugar. Sin embargo, me atrae más señalar que quizá Jimmy Sangster y Terence Fisher tuvieron en cuenta esta película, a la hora de establecer la base de la que casi veinte años después sería la estupenda FRANKENSTEIN MUST BE DESTROYED (El cerebro de Frankenstein, 1969. Terence Fisher), en donde se exploraban con mucha mayor contundencia los apuntes que en esta película son mostrados de forma superficial. Lo recordará esa visión que el renacido Cannon vislumbra de su nueva encarnación física –en la película nunca qua claro si realmente este se rejuvenece en su aspecto o es la percepción que brinda la película-. A partir de esa circunstancia, justo es reconocer que Arthur Lubin construye la película con notable ligereza, recurriendo en numerosas ocasiones a esas espirales que introducen diferentes elementos de la acción, a través de los comentarios que deja registrados en ese bloc de notas que ha entregado al reportero. Es evidente que en un metraje de apenas setenta minutos se pueden objetar no pocos elementos –entre ellos el esquematismo de sus personajes-, pero ello no impide reconocer el sentido del ritmo que alberga el metraje, la atractiva manera de expresar la venganza que Cannon brindará a sus excompañeros –entre ellos a la que fue su chica- y secuencias tan brillantes como la que describe la recuperación del botín –escondido en unas alcantarillas al lado del muelle portuario de New York-. Esa sencillez y agilidad en la hora de su trazado, que en buena medida suple las ausencia de hondura moral en el discurso interno del mismo, es la que en última instancia le proporciona esa sensación de inevitable superficialidad y, del mismo modo, el grado de nada desdeñable simpatía que emana de su conjunto.

Calificación: 2’5

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