ONE SUNDAY AFTERNOON (1936, Stephen Roberts) La mujer preferida
Fallecido prematuramente –en 1936- a la edad de cuarenta años, lo cierto es la amplia producción cinematográfica de Stephen Roberts se centró en el terreno del cortometraje, faceta esta que se adentró incluso en el periodo silente, por lo que apenas se pueden contabilizar una docena de largos –en uno de ellos, además, realizando únicamente uno de sus episodios. ONE SUNDAY AFTERNOON (1933, La mujer preferida) fue uno de dichos exponentes, y quizá en el mismo se pudiera atisbar las posibilidades y al mismo tiempo el límite que Roberts podía manifestar en dicho terreno. En uno u otro caso, lo que es innegable es que su resultado en modo alguno resulta desdeñable, por más que en el mismo se registren no pocos altibajos.
Biff Grimes (un Gary Cooper un tanto artificial en su caracterización de hombre de mediana edad), es un modesto dentista casado con Amy (Frances Fuller), a la que en los primeros minutos del film no contemplaremos –solo escucharemos su voz en off, prefigurándonos una mujer de carácter bastante dominante y amargado-. Biff se encuentra con su inseparable amigo Snappy (Roscoe Karns), y en la conversación entre ambos se deduce que es un hombre insatisfecho, al que el desempeño de su profesión no ha contribuido a una realización personal. Nos encontramos en domingo y el matrimonio Grimes se dispone a dar un paseo, pero una inesperada llamada no servirá a nuestro protagonista más que para reencontrarse con un pasado que creía olvidado, pero que en el fondo se encuentra muy ligado a lo más hondo de su ser. Se trata de la petición de un hotel para que atienda al acaudalado Hugo Barnstead (Neil Hamilton), quien padece un insoportable dolor en una muela, que desea le sea extraída. Este inesperado encuentro, hará reverdecer en el ya curtido dentista todo el odio que el pasado se forjó entre los que en el pasado fueron amigos, cuando una disputa amorosa no solo permitió que Hugo se casara con la mujer que Biff deseaba –Virginia (Fay Wray)-, haciéndolo casi por despecho con la más humilde amiga de esta, la ya mencionada Amy, quien en todo momento será consciente de haber sido elegida como “segundo plato”, aunque se esfuerce por complacer al hombre que siempre ha amado. Cuando se dispone a anestesiar a Hugo para extraer la muela, se iniciará un flash-back que nos relatará el recuerdo de aquella situación sentimental, unido del mismo modo al enfrentamiento que los hasta entonces amigos vivirán, que finalizará con el despido que el primero de ellos –propietario de una factoría- formulará a Biff, cuando este se niegue a realizar tareas de chivato en la misma. Todo este compendio de situaciones, que aún se encuentran vigentes en la mente del frustrado dentista pese a los años transcurridos, serán los que en un momento dado harán pensar en él la posibilidad de eliminarlo con el simple hecho de retirarle la administración de la anestesia. Sin embargo, la inesperada llegada de Virginia –revelando en ella la mujer mundana y vulgar que siempre fue-, permitirán disuadir a nuestro protagonista de efectuar una acción por la que tendría que arrepentirse durante el resto de su vida.
ONE SUNDAY AFTERNOON –producción Paramount, y se nota en la elegancia de su diseño de producción-, se inicia con un plano de grúa de muy elegante ejecución –partiendo de la gigantesca dentadura que anuncia la clínica de Biff-, que delata de antemano la capacidad de su realizador para saber expresarse dentro de un lenguaje fílmico, pese a encontrarnos ante una adaptación claramente teatral –de James Hagan-. Esa ascendencia escénica sí que tendrá su incidencia en los minutos posteriores, advirtiéndonos de antemano esa sensación de cierta irregularidad que presidirá el conjunto, pese a que el mismo no llegue a alcanzar los setenta minutos de duración. Sin embargo, y pese a esta circunstancia, justo es reconocer que a partir del momento en que el flash-back antes señalado nos traslada al pasado de los cuatro personajes en litigio, la película cobra vida, en primer lugar al describir la ingenuidad de esas dos parejas que desean entrelazarse, aunque finalmente elijan un camino supuestamente equivocado, invocando para ello la capacidad para las torpezas juveniles por parte de Cooper, y la sensibilidad de Frances Fuller. No obstante, dentro de una anécdota argumental bastante liviana, lo cierto es que es en el gusto por el detalle, donde se aprecia fundamentalmente la capacidad cinematográfica de Roberts. Es algo que comprobaremos en instantes como la pelea que protagoniza Biff –tras acicalarse para preparar su encuentro con Virginia, comprándose incluso un nuevo sombrero-, y que es filmada desde la parte inferior de la mesa de billar, donde veremos como dicho sombrero es pisoteado. Detalles como esa cena que celebra el segundo aniversario de la boda del protagonista y Amy –ella le ha dejado una tarjeta en la que recuerda la efeméride dentro de uno de los platos de comida, sin que él advierta el mismo-, desplegando una serie de platos caseros predilectos de este. La llegada de Hugo y Virginia invitándolos a festejar con ellos su boda –las dos parejas se casaron la misma noche-, incitarán a Biff a abandonar la comida preparada amorosamente por su esposa. En esos momentos, Roberts intercalará planos de dichos comensales caseros, contraponiéndolos con los sofisticados que Hugo le relata.
ONE SUNDAY AFTERNOON no olvida su escueto mensaje, para insertar en cuantas ocasiones les es posible, las consecuencias de la “Gran Depresión”. Algo que se manifestará cuando la madre de la esposa –la siempre maravillosa Jane Darwell-, confiese en un escrito haberlo perdido todo, y tenga que recurrir a vivir a casa del matrimonio –cuando al parecer en el pasado no fue muy positiva al valorar a Biff-. Esa situación laboral es la que planteará Hugo a nuestro protagonista a la hora de determinar a que personas habría de eliminar de la fábrica –aspecto este que provocará su ira, su despido y, finalmente, un incidente con un policía, que le costará dos años de cárcel, expuestos con un notable sentido de la elipsis, mientras que Amy y su madre tengan que sobrevivir como lavanderas –en esos momentos, parece que asistamos a una de las clásicas películas de Gregory LaCava-. Pero junto a ese ya señalado gusto por el detalle, revelando un cineasta con inventiva, destaca en la película el retrato de esa mujer abnegada, que aunque en un primer momento nos sea descrita en el fuera de campo como una mujer castrante, en realidad siempre ha sido un ser compasivo, consciente de sus limitaciones, y esforzada en todo momento por agradar a un esposo que siempre ha sabido, la eligió a ella por despecho. Es por ello que en esos instantes finales, tras comprobar Biff que en realidad escogió bien en su momento, sacará a su esposa a dar el paseo, portándola de los brazos, como quizá no hizo cuando de forma inesperada y sin verdadera convicción se casó con ella en el pasado.
Calificación: 2’5
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