THE STORY OF PAGE ONE (1959, Clifford Odets, 1959) Sangre en primera página
Acompañado de una considerable reputación como autor teatral y guionista cinematográfico, y albergando en su biografía un papel un tanto oscuro en la “Caza de Brujas” de McCarthy, en la figura del norteamericano Clifford Odets se encuentra oculta una ocasional faceta; la de director de cine, que se inició en 1944 cuando realizó NONE BUT THE LONELY HEART (Un corazón en peligro), adaptación de una novela propia preexistente, que sirvió a Cary Grant –su protagonista- una de sus escasas nominaciones al Oscar al mejor actor. No se si es por ello, pero siempre el gran intérprete consideró esta como una de sus mejores películas, aspecto que sinceramente no puedo secundar, ya que la decepción más absoluta presidió mi acercamiento a la misma, encontrando el debut como director de Odets un film polvoriento y carente de ritmo cinematográfico. Pese a la relativa mítica generada, lo cierto es que la continuidad en la andadura del dramaturgo como director de cine parecía quedar como un islote, hasta que quince años después se atrevió –bajo el amparo de la 20th Century Fox y la producción del excelente Jerry Wald-, a asumir la segunda y, a la postre, última conexión con la realización cinematográfica. Personalmente he de reconocer que THE STORY OF PAGE ONE (Sangre en primera página, 1959), no solo supera abiertamente los –para mi limitados- logros de su anterior película, sino que además propone una atractiva propuesta dentro del subgénero de cine de juicios, parcela esta por la que, lo reconozco, mantengo una notable debilidad, y cuya cima creo que aparecería muy poco después con la admirable ANATOMY OF A MURDER (Anatomía de un asesinato, 1959. Otto Preminger). Fueron en unos tiempos en los que el cine USA se insertaba ya en crónicas veristas, generalmente centradas en rodajes presididos por la elección de una iluminación en blanco y negro, que contribuían a acentuar ese grado de seriedad a esos proyectos. No lo olvidemos, cuando Odets decide dar vida THE STORY OF PAGE ONE, el cine norteamericano ya había encontrado triunfos como MARTY (1955, Delbert Mann) o la posterior 12 ANGRY MEN (Doce hombres sin piedad, 1957, Sidney Lumet). Y personalmente creo que la influencia de ambos referentes –y la de otros títulos especialmente enclavados en la primera de las vertientes citadas- se percibe en este drama judicial donde una pareja de amantes ocuparán de entrada las portadas de la prensa local, al ser acusados de un plan de asesinato del marido de la esposa confabulada. Esta es Jo Morris (una estupenda Rita Hayworth, manteniendo su dignidad ante un proceso en el que se ve vencida de antemano). El otro acusado es un respetable y pacífico contable –Larry Ellis (un formulario Gig Young)- viudo y cuyo hijo murió en un accidente meses atrás, que en pasado mantuvo una lejana relación de amistad con Jo, interrumpida cuando a esta le pudo más el mantenimiento de un matrimonio del que nada positivo puede extraer, pero al que estará sometido, pese al carácter amenazante de este –un hosco y violento policía-, como en su ausencia de verdadera valentía, aunada por el hecho de mantener un hijo de dicha desgraciada unión.
En cualquier caso, los dos protagonistas de este supuesto crimen se encuentran condenados de antemano a la pena capital, teniendo Larry además que soportar la carga de una madre castrante y reaccionaria, y Jo la dificultad en encontrar un abogado que encuentre mínimamente creíble unos argumentos que ni ella misma relata con convicción, como si en realidad en poco le importara poder demostrar la realidad de tal muerte y, con ello, poder salir indemne de la misma. La madre de esta acudirá a Victor Santini (un excelente Anthony Franciosa), quien sin grandes entusiasmos acometerá el caso, aunque un elemento llamará su atención y le iluminará a la hora reasumir el caso de su defendida; el hecho de los dos amantes hagan lo imposible por protegerse uno a otro.
A partir de esas interesantes premisas, lo cierto es que hay un elemento que a mi modo de ver chirría un poco en el film de Odets, y que claramente se encuentra heredado de esa corriente antes señalada en crónicas cotidianas como las manifestadas por cineastas como MARTY. Me refiero a los dos flash-backs en los que Jo relatará a su abogado las circunstancias que vivía de forma cotidiana con su irascible e insoportable esposo, y la crucial que relata la muerte accidental de este –un aspecto que los dos encausados siempre han defendido-. Sin ser estos dos episodios prescindibles, sinceramente creo que limitan la posible pasión que pueda tener la vista que ocupará la parte fundamental del film, previniendo y restando interés al espectador ante un juicio en el que se plantea la condena o absolución de una pareja que solo busca en su gris existencia la posibilidad de un asomo de felicidad en esa segunda oportunidad que le niega casi el propio destino.
¿Era la intención esencial de Odets? Quizá. Pero uno no deja de asistir a esos dos episodios con una cierta sensación de déjà vu, adentrándose sin embargo con entusiasmo ante el desarrollo de una vista, que es expuesta con una claridad y precisión pocas veces vista en la pantalla. El realizador y guionista huye de manera deliberada de los trucos que podrían producirse en otros exponentes de este subgénero, incluso mostrando a un excelente y sorprendentemente sobrio Hugh Griffith como juez, y permitiendo asistir al espectador a los recovecos habituales de un juicio en el que Phil Stanley (Sanford Meisner) ejercerá como delegado del fiscal, mostrando quizá una descripción agria de su rol, pero indudablemente ejerciendo el desempeño de unas funciones que en la justicia americana figuraban como tales. Por su parte, Santini aportará el ímpetu de su juventud, así como un agudo sentido de la intuición –aquella que le llevó a responsabilizarse de un caso que consideraba perdido de antemano-, ayudado por la labor de un Anthony Franciosa magnífico, mucho antes de que dedicara su carrera al medio televisivo. Esa intuición es la que le llevará a utilizar –e incluso destrozar en su hipócrita moralidad- a la madre de Larry –Mr. Ellis (Mildred Dunnock)-, a la que de alguna manera acusará moralmente de la circunstancia accidental de la muerte del esposo de Jo. Todo ello se expresará en un episodio espléndido, caracterizado por una inusitada intensidad, a través del cual Odets pondrá en tela de juicio la falsa moral bienpensante de la sociedad americana de su tiempo.
Utilizando con precisión la pantalla ancha, la intensidad de un excelente blanco y negro –obra de James Wong Howe- que proporcionaba un mayor verismo y credibilidad a una narración austera y sombría, lo cierto es que Odets sabe ir al grano, extrae el máximo posible de una propuesta dramática que, en realidad, no recurre a trucos fáciles ni desenlaces sorpresa, ni siquiera cuando se ha de plantear el fallo del jurado ni, por supuesto, a la hora de comprobar como esa pareja de infelices acusados quizá por no haber tenido la valentía suficiente en su momento de haber afrontado un futuro juntos, van a poder finalmente acometer esa quimera que ya consideraban perdida. En esa capacidad de huir de lugares comunes utilizados en otras muestras de cine de juicios –lo cual en modo alguno tenía que llevar aparejada un demérito-, si que es insólito y hasta cierto punto arriesgado que esta segunda y última incursión ante la cámara de un Clifford Odets que fallecería prematuramente apenas cuatro años después, discurriera por unos cánones de sobriedad que, por otra parte, contradicen de alguna manera los percutantes títulos de crédito con que es presentada la historia.
Calificación: 3
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