ALFRED HITCHCOCK AND THE MAKING OF
Vaya una confesión de entrada; iba de uñas al visionado de ALFRED HITCHCOCK AND THE MAKING OF “PSYCHO” (Hitchcock, 2012) del inglés Sacha Gervasi, en el que ha constituido su debut en el largometraje, tras una muy corta andadura como guionista, que tendría su mayor título de gloria en el estupendo THE TERMINAL (La terminal, 2004. Steven Spielberg) Esa animadversión de partida, venía dada por dos motivos primordiales. El primero de ellos se centra en la inutilidad que presuponía llevar a la pantalla el proceso de creación de un clásico como PSYCHO (Psicosis, 1960) –bajo mi punto de vista la obra cumbre de su autor y uno de los referentes incontestables del cine moderno-, plasmándolo bajo un supuesto prisma revestido de frivolidad. Por otro lado, las imágenes que había contemplado del film, con el exagerado maquillaje de Anthony Hopkins, la verdad es que tampoco me alentaban demasiado, y más bien confirmaban mis sospechas. Pese a todo, un cierto instinto cotilla al final me ha hecho “picar” en el visionado de sus imágenes, y aún habiéndose confirmado mis temores, he de reconocer que su resultado, con ser discreto y solo ocasionalmente interesante, se aleja bastante del engendro que uno se temía.
ALFRED HITCHCOCK AND… se inicia tras contemplar la premiere que certifica el espectacular éxito de NORTH BY NORWEST (Con la muerte en los talones, 1959). Tras el complejo rodaje al servicio de la Metro Goldwyn Mayer, una periodista le planteará una pregunta que retumbará en su mente, dejando entrever la posibilidad del inicio de su decadencia como artista. Ante dicha disyuntiva, el cineasta (encarnado por un Anthony Hopkins que no termina de empatizar totalmente con su personaje), intentará recrear un nuevo proyecto con el que sorprender a su público. Para ello, pondrá en alerta el entorno que le rodea, formado por su fiel secretaria –Peggy (Tony Colette)- y, ante todo, su inseparable esposa Alma Reville (magnífica Helen Mirren, quien con poco esfuerzo se lleva la película de calle). Este será el punto de partida de una película que sigue la estela de ese subgénero de títulos centrados en el “cine dentro del cine”, del cual MY WEEK WITH MARYLYN (Mi semana con Marilyn, 2011. Simon Curtis) podría resultar otro ejemplo paradigmático. En realidad, el film de Gervasi –que curiósamente no participó en el guión de la misma-, plantea una serie de disgresiones, muchas de ellas conocidas por los aficionados más avezados al cine de Hitchcock, que rodearon el rodaje de esta obra capital, para la cual el gran realizador planteó un rodaje de bajo presupuesto –ochocientos mil dólares de la época-, teniendo sin embargo que autofinanciarlo merced al rechazo de la Paramount y, sobre todo, introduciendo en su rodaje métodos televisivos –a mi modo de ver uno de los rasgos más sobresalientes de la misma-. En este sentido, el relato se extiende en una sucesión de lugares comunes para este colectivo de aficionados –algunos de ellos insertos entre líneas, como la homosexualidad de Anthony Perkins; la presentación del personaje de Joseph Stefano; el pragmatismo con el que Alma sugiere a su esposo la manera de matar al personaje encarnado por Jasnet Leigh a los veinte minutos de comenzar el metraje-. Otros apuntes tienen matices divertidos, como la alusión a la inexpresividad de John Gavin, o las argucias que el maestro británico introducirá para ir doblegando las presiones de la censura…
Todo ello conforma un medley que –es justo reconocerlo- resulta entretenido, a lo que ayuda tanto el prólogo como el epílogo del film, incidiendo en su condición de divertimento –especialmente este último, que urga de nuevo en la crisis creativa del cineasta, y preludiando la llegada de THE BIRDS (Los pájaros, 1963)-. Sin embargo, uno se queda con ese cierto grado de insatisfacción, percibiendo la sensación de encontrarse ante una ocasión perdida. La película en todo momento se deja abandonar por una peligrosa tendencia a la superficialidad intentando, eso si, buscar un parecido entre los personajes que fueron reales en el momento de la filmación de esa obra maestra del cine. Pese a todo ello, resulta evidente que hay un elemento que adquiere una considerable importancia en el conjunto, y que a fin de cuentas se erige como su verdadera razón de ser. Este no es otro que la compleja relación de Hitchcock mantuvo con su esposa, Alma, no solo en este rodaje, sino durante toda su larga vida juntos como matrimonio. Cierto es que en la película resulta formularia la plasmación de la obsesión del maestro por las actrices rubias –resulta oportuna la confesión de este sobre las razones por las que Vera Miles renunció a convertirse una de las estrellas creadas por el orondo cineasta, y justo es reconocer que la generalmente insoportable Scarlett Johansson se desenvuelve con relativa soltura encarnando a Janet Leigh-. No obstante, el gran epicentro dramático de ALFRED HITCHCOCK AND THE… estriba en la crisis que se establece en el matrimonio, y que en la película se expresará con el fugaz y soterrado affaire mantenido por Alma con el astuto Whitfield Cook (Danny Huston) –guionista colaborador con Hitchcock en dos ocasiones previas-. Dicha circunstancia –que nuestro director averiguará con facilidad-, las dificultades que acometerá en el proceso creativo de una película, paradójicamente de bajo coste, pero en la que se jugaba todo su prestigio, o la sensación de Alma de sentirse un juguete a la hora de no ser destacada por su esposo en el proceso creativo –Hitchcock no se caracterizó precisamente ni por su modestia ni por el buen trato con sus colaboradores-, serán elementos que tendrán su oportuno tratamiento en el conjunto del metraje. Cierto es que hay instantes aquí y allá en donde se muestra esa otra faceta del artista vulnerable, aunque incapaz de exteriorizar dicha debilidad, a riesgo de derrumbarse no solo su prestigio, sino incluso su estabilidad laboral –la financiación de PSYCHO llevó aparejada un enrome riesgo sobre las propiedades del cineasta-. En esa crisis que sobrellevaron Alfred y Alma –que supongo no fue exclusiva en este rodaje-, se encuentra el auténtico nudo gordiano del interés de una propuesta, en la que no dudaría en destacar una secuencia, quizá un tanto bufa, pero indudablemente efectiva. Me refiero, por supuesto, a la espera del cineasta en el hall del cine donde se está proyectando la premiére de la película ante el público –PSYCHO tuvo una catastrófica acogida entre los responsables del estudio, que es resuelta en pantalla con un travelling lateral ante sus rostros en plena proyección-. Una vez los espectadores asisten a la secuencia de la ducha ¡no podían elegir otra!, estos chillarán sin cesar, mientras que el cineasta salta sin disimular su alegría, habiendo de nuevo logrado embaucar al espectador, con la que quizá fuera su propuesta más radical. No puede decirse que nos encontremos ante un resultado repleto de sutilezas, pero es innegable que, si más no, el film de Gervasi supone un lujoso divertimento, en el que en última instancia se destila una mirada acre en torno a la pérdida de la capacidad de creación. Lástima que se ofrezca sobre materiales y elementos tan trillados y previsibles.
Calificación: 2
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