DEAD SILENCE (2007, James Wan) Silencio desde el mal
Revelado a partir del éxito comercial provocado con SAW (2004), la andadura del malasio James Wan –hoy en pleno candelero tras el éxito de público y critica vivido con EXPEDIENTE WARREN: THE CONJURING (Expediente Warren: The Cojunring, 2013)- se ha ido consolidando en una personal visión del cine de terror, del que DEAD SILENCE (Silencio desde el mal, 2007) se erigió como un inesperado e inmerecido fracaso de público y crítica, sobre todo en Estados Unidos, donde la película recibió una fría acogida. Y no deja de suponer una injusticia, en la medida que nos encontramos ante una propuesta que alcanza el objetivo de erigirse como una auténtica abstracción fílmica, en la que la intención del cineasta se centra en la búsqueda de un horror absoluto, a partir de unos mimbres dramáticos débiles, pero lo suficientemente atractivos para establecer a partir de los mismos la película.
Y es que si cualquier amante del género quiere disfrutar e inquietarse de las virtudes que ofrece DEAD SILENCE, de antemano ha de asumir que su punto de partida no solo deviene convencional, sino que en algunos instantes llega a ser inconsistente. La película se inicia describiendo la joven pareja que forma Jamie Ashen (endeble Ryan Kwanten) y su esposa Ella. Los contemplamos mientras este intenta arreglar la cocina de su modesta vivienda, rindiéndose al consejo de su pareja de comprar comida preparada. Sin embargo, antes de que este parta a cumplir con el encargo en plena lluvia, una inesperada llamada les dejará un no menos inesperado regalo; una caja que contiene un muñeco de ventriloquia de inquietante aspecto. Pese a la estupefacción inicial, de entrada sorprende que la pareja no rechace el muñeco –primero de los elementos que el espectador ha de asumir forzando sus tragaderas-. La tradición cinematográfica y los propios títulos de crédito, ya nos antiicparán la importancia que adquirirá dicho muñeco, a partir del cual se desencadenará la tragedia; la violenta muerte de Ella, encontrándosela su esposo totalmente desangrada y con la lengua amputada. Originario de la localidad de Ravens Fair, Jamie deseará enterrar a su esposa en la localidad, aunque ello le fuerce por un lado a enfrentarse a un inspector de policía que sospecha de este ha tenido algo que ver en la trágica muerte acontecida, y por otro volver a encontrarse con su padre, Edward Ashen (el siempre inquietante Bob Gunton)-, con quien ha mantenido en el pasado una relación conflictiva, y a quien encontrará impedido en una silla con ruedas y casado con una mujer atractiva y de joven edad. La circunstancia hará que se produzca un mínimo acercamiento, pero ello no evitará que este vaya descubriendo la extraña maraña que se esconde en este pueblo que parece abandonado en el tiempo, y cuyos moradores encubren todos ellos la leyenda la vieja ventrílocua Mary Shaw, que ha ido transmitiéndose de padres a hijos con trágicas circunstancias,
En realidad, lo que propone DEAD SILENCE es un tradicional cuento de terror –en el que podrían atisbarse ecos del “Salem’s Lot” de Stephen King, llevado a la pequeña pantalla por Tobe Hooper en 1979 –aunque exhibida en nuestro país en las salas cinematográficas- y en 2004 por Mikael Salomon, introduciendo al espectador en un mundo en el que la irrealidad irá acompañada hacia una creciente inmersión por los terrenos de una atmósfera terrorífica que encierra una leyenda que sobrepasa abiertamente lo límites de la verosimilitud, pero que es su propia irrealidad adquiere precisamente un rasgo de singularidad que le proporciona personalidad propia. El contraste que se brinda entre la actualidad y la llegada de Jamie a esa población decrépita y anclada en el pasado –poco a poco atisbaremos las razones de ello-, esa estilización que se proporciona en los propios planos aéreos en los que se vislumbra el discurrir del coche rojo del protagonista, acentuando esa sensación de asistir a un relato en el que no importa la más mínima ligazón con la realidad y sí, ante todo, el desarrollo de una atmósfera terrorífica que se irá acentuando, bien sea utilizando elementos de la imaginería del género –esa recurrente utilización de sonidos de tormenta en los momentos de mayor eclosión terrorífica-. Con esas premisas, y pese la simpleza de la base argumental sobre la que se sostiene el film, lo que destaca en el mismo es contemplar en cierto modo lo mismo de siempre, adquiriendo un cierto rasgo de singularidad y, sobre todo, efectividad.
En cierto modo, una propuesta como DEAD SILENCE no deja de recordarme algunas de las películas más celebres filmadas por cineastas como John Carpenter o Tobe Hooper a finales de la década de los setenta, tamizadas por los nuevos avances ofrecidos desde entonces a nivel visual. Sin embargo, comparte con ellos la búsqueda de una atmósfera inquietante, el encuentro con un contexto de creciente ámbito del horror… y también esa ausencia de una mayor consistencia dramática, quedando sus conjuntos como atractivos aunque limitados ejercicios de estilo. En esta ocasión James Wan no rehuye esta circunstancia. Por el contrario, la potencia. La ausencia de credibilidad en el fundamento de la leyenda. La presencia de esos elementos característicos de la imaginería del género –las secuencias en el cementerio, la confluencia repentina de nieblas y atmósferas espectrales-, no nos impedirá el logro de episodios magníficos. Sobre todo aquellos que se sitúan en el viejo y ruinoso teatro local, donde se desarrollarán los fragmentos más terroríficos del relato. Especialmente la segunda de las visitas de Jamie a dicho marco, acompañado por ese casi caricaturesco inspector de policía, quien finalmente –aunque ya sea demasiado tarde-, tendrá que concluir que las intuiciones del muchacho eran reales. Todo ello, dentro de un fragmento admirablemente resuelto dentro de la progresión de su tono terrorífico, en el que cabe destacar el instante probablemente más memorable de la película; el tiro imprevisto que hará discurrir una gigantesca cortina que ocultará a la presencia de esa macabra exposición de marionetas, representando cada una de ellas a las diferentes víctimas de la maldición de Mary Shaw en Ravens Fair.
Todo ello confluirá en un desenlace desolador e incómodo, en el que el destino trágico quedará marcado para todos los habitantes de esa población anclada en el tiempo –esos viejos coches que vemos discurrir en ocasiones-, que en el pasado provocaron la muerte de la célebre ventrílocua, en un contexto malsano y atávico, en el que prácticamente nadie puede escapar a su destino, y donde Jamie descubrirá la verdadera situación de su padre, así como la razón por la que fue asesinada su esposa. Viejas recetas adornadas con nuevos componentes, son las que ofrece esta nada desdeñable propuesta, que conserva el sabor añejo de un cierto cine de terror reconocible por todos, y en la que la ausencia de una mayor complejidad en sus mimbres dramáticos, no impide su eficacia como tal exponente del género.
Calificación: 2’5
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