LINCOLN (2012, Steven Spielberg) Lincoln
Vayan por delante dos acotaciones personales a la hora de comentar LINCOLN (2012, Steven Spielberg). Se trata de una producción claramente auspiciada por la Dreamworks –el estudio rival del Miramax de Harvey Wenstein-, a la hora de luchar en la carrera de los Oscars 2013. No hay nada malo en ello, máxime cuando el propio Spielberg ha jugado en dichas batallas en diversas ocasiones. En unas con escasa fortuna –THE COLOR PURPLE (El color púrpura, 1985), y en otras logrando el éxito casi absoluto SCHINDLER’S LIST (La lista de Schindler, 1993). Puede decirse a este respecto, que el resultado no fue el apetecido –apenas dos estatuillas tras doce nominaciones-. Esa circunstancia permite que este tipo de producciones vaya adornada de una especie de aureola especial, que en el momento de su estreno condiciona a la hora de su visionado, y quizá impida poder disfrutar de las mismas sin las casi inevitables anteojeras. Es precisamente al transcurrir la patina de unos pocos años, cuando estos pueden ser apreciados en toda su magnitud. Y es, llegados a este punto, y aún considerando la película un título magnífico, estoy convencido que el paso del tiempo –y no mucho tiempo, precisamente- otorgará a esta obra de Spielberg la vitola del clásico. Lo cierto y verdad es que, de entrada, el nudo argumental que desarrolla la película, se aleja por completo de la tentación –por otra parte permisible- de un biopic, para centrarse en su lugar en un periodo muy concreto de la andadura de tan emblemático personaje, poco después de que haya sido reelegido como máximo mandatario estadounidense. Nos situamos en 1865, cuando está a punto de finalizar la guerra civil americana. Es en un breve espacio de tiempo que apenas abarcará un mes, donde Abraham Lincoln (un inmenso y al mismo tiempo contenido Daniel Day-Lewis, en el rol de su vida) se plantea de manera revestida de agudeza pese a su aparente despreocupación, la importancia de introducir de manera rápida una enmienda en la constitución que consolide la abolición de la esclavitud –sería interesante recodar como este tema protagonizó otro título del realizador, a mi juicio injustamente menospreciado en su momento; AMISTAD (1997)-. Dicha intención ha de producirse precisamente antes de la rendición de los estados del Sur, que se encuentran dando casi sus últimos coletazos –una vez estos rendidos, sería casi imposible poder llevar a cabo dicho objetivo-. Para ello utilizará los servicios de su secretario de estado William Seward (magnífico David Strathaim), al objeto de analizar que porcentaje de votantes positivos mantienen a la hora de poder sacar adelante su ambicioso proyecto. De antemano, y no sin reticencias, Lincoln logrará el compromiso del líder del ala conservadora del partido republicano –Preston Blair (Hal Holbrook)-. Todo ello posibilitará un juego político en el que no se ausentarán los elementos de grueso calado insertos en una cámara aún no demasiado habituada a la hora de manejar con destreza el debate parlamentario. Por otro lado, para poder llevar adelante la enmienda, tendrán que captar necesariamente el apoyo de una veintena de parlamentarios demócratas –opuestos al abolicionismo-, para los que Seward encargará a dos de sus hombres de confianza.
A partir de dicha premisa, LINCOLN se desenvuelve evidenciando en casi todo momento la maestría de uno de los grandes narradores de nuestro tiempo. Ayudado por una excepcional fotografía del enorme Janusz Kaminski, del prodigio de matización que ofrece Day-Lewis en su personaje, del conjunto de un reparto excepcional, en el que no dudo en destacar a un Tommy Lee Jones en auténtico estado de gracia –encargado de asumir el rol de Thaddeus Stevens, el senador más implicado desde hace años en la lucha por tal objetivo-, Spielberg logra plasmarnos un retrato preciso de los primeros pasos de la formulación de la práctica política en unos Estados Unidos de América casi en formación. Como si asistiéramos ante un lejano precedente de la magna ADVISE & CONTENT (Tempestad sobre Washington, 1962), en un momento determinado, y cuando ya se ha conseguido alcanzar el objetivo deseado, Stevens marcará en su lúcida reflexión que se ha logrado el objetivo del siglo mediante la corrupción, y a través de la persona más honesta del planeta. Esa capacidad de mostrar el lado oscuro de una política americana que se encontraba entonces incapaz de articularse de manera totalmente civilizada, es mostrada por nuestro director con mano maestra, en unos debates en donde los gritos y la algarabía aparecen hoy día como dignos de seres sin civilizar, pero que en el fondo son la raíz de lo que hoy constituye la democracia más avanzada en el mundo.
Sin embargo, con ser importante este aspecto de la formación de una incipiente aunque ya organizada actividad política –Lincoln fue ya el dieciseisavo presidente de la nación-, la película no olvida el conflicto mantenido con su esposa Mary Todd (Sally Field), atormentada con la muerte de un hijo y por sus propios desequilibrios mentales, o las asperezas mantenidas con el hijo de ambos Robert (Joseph Gordon-Levitt), obstinado en alistarse en la lucha activa pese a las reticencias de sus progenitores. En especial de su padre quien, como general de las fuerzas armadas, tiene el poder absoluto para rechazar la petición. La película no desaprovechará la ocasión para mostrar pequeños pasajes revestidos de espeluznantes crudeza, como los que describen la batalla que inicia el relato, o el paseo del presidente por un campo hasta hace poco sudista, convertido en un auténtico reguero de cadáveres. Será la ocasión para que el joven Robert sufra la impresión de ver como en una fosa excavada, se tiran un sinnúmero de brazos y piernas amputados de las operaciones de urgencias realizadas.
Y como en todo relato que articula la búsqueda de un objetivo, Spielberg articula el proceso de votación de manera magistral, alternando el anuncio de los sufragios –con crecientes sorpresas por parte de los demócratas, que incluso han intentado una argucia para detener dicha votación, argucia esta por cierto con base real que Lincoln sorteará con similar agudeza-, ante la tranquilidad con la que el presidente se encuentra en su residencia presidencial, en una semipenumbra que casi preludia un estado de paz espiritual. Será tras el triunfo, cuando la cámara se detendrá en el personaje de Stevens –quizá uno de los instantes más conmovedores del relato-, quien se llevará doblado el decreto de la enmienda, emocionado, descubriendo finalmente el objeto central de esa lucha tan oculta a favor de la abolición de la esclavitud.
Con ser una película magnífica, hay algunos elementos que personalmente me impiden considerarla ese logro absoluto que, no obstante, quizá pueda ser apreciado con el paso del tiempo. Desde la inserción de ciertos elementos de comedia que rompen de alguna manera el ritmo sereno del relato –la captura de los votos entre los representantes demócratas-, o lo innecesario que resulta invocar en la conclusión del film su asesinato –aunque para ello se ofrezca la originalidad de hacerlo desde un teatro diferente a donde se ha producido el crimen, en el que se encuentra el pequeño hijo de este-. En cualquier caso, hay una secuencia que revela bien a las calara la enorme complejidad que encerró ese empeño personal de una mente preclara como la de Lincoln. Me refiero a aquella en la que se encuentran reunidos sus más estrechos colaboradores, esgrimiendo cada uno de ello todo tipo de objeciones antes las intenciones del presidente. Objeciones que giran en cada uno de los casos defendiendo los intereses particulares del ámbito que representan cada uno de ellos. Será el único instante en el que el mandatario tenga que propinar un puñetazo sobre la meza, haciendo una llamada de atención al interés general que está propugnando. Esa magnífica secuencia, y la visión de un mandatario que ha envejecido prematuramente en poco tiempo tras la enorme y rápida negociación y logro alcanzado, serán pasajes de especial significación en una película que puede que inserte en su cómputo algunos de esos pequeños aspectos de desequilibrio, pero a la que estoy seguro el paso de unos años va a otorgar una creciente valoración, proponiéndola quizá como la mirada más atractiva sobre uno de los grandes personajes norteamericanos, junto a la brindada por el lejano John Ford de YOUNG MR. LINCOLN (El joven Lincoln, 193 9).
Calificación: 3’5
1 comentario
Alí -
¡Saludos desde Venezuela! y cuando puedas te invito a revisar mi blog donde de vez en cuando hablo de películas. De hecho, te voy a colgar unavieja entrada de cine acerca de LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ que me gustaría que leyeras y que hice hace tres años. Trata de leer aunque sea la primera entrada (son tres)
http://tigrero-literario.blogspot.com/2009/08/lo-que-el-viento-se-llevoy-todo-lo-que.html