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CINEMA DE PERRA GORDA

UKIMUGU (1955, Mikio Naruse) [Nubes flotantes]

UKIMUGU (1955, Mikio Naruse) [Nubes flotantes]

Vaya de entrada –es algo perceptible para aquellos que sigan mis comentarios-, que entre mis preferencias no se encuentra un seguimiento exhaustivo de los cines orientales. No quiero que se me entienda mal. No se trata de argüir ausencia de calidad –antes al contrario-. Simplemente me cuesta bastante entrar en buena parte de dichas cinematografías –y me ciño a su vertiente clásico-. Ello no me impide considerar a Yasujiro Ozu como uno de mis cineastas de cabecera o valorar en la medida que merecen obras de Akira Kurosawa. Pero incluso llegados a este punto, me resulta mucho más accesible el seguimiento de títulos desarrollados en el tiempo en que rodaron, antes que esas leyendas basadas en el pasado que jalonan muchos de dichos exponentes y que, lo reconozco, solo contemplo en momentos en que me encuentro con mente muy abierta y despejada.

Sirvan estas líneas para intentar justificar mi escasa cercanía hacia la obra del que está considerado uno de los grandes cineastas japonenses clásicos –Mikio Naruse-, artífice de una copiosa filmografía que se extiende desde el inicio de los años treinta, hasta casi las postrimerías de la de los sesenta –apenas dos años antes de su muerte en 1967- y de la que hasta la fecha solo conocía la notable y previa YAMA NO OTO (1954) –titulada en sus ediciones digitales como LA VOZ DE LA MONTAÑA- . Por fortuna para mí, el visionado de UKIGUMO (1955) –estrenada digitalmente y conocida con el título de NUBES FLOTANTES-, además de permitirme acercarme a uno de los títulos más prestigiados de Naruse, me introduce en un mundo contemporáneo. A un drama en suma que parece erigirse en un continuum en torno a la evolución de aquellos exponentes del género que poblaron las diferentes cinematografías mundiales, a partir de la conclusión de la II Guerra Mundial. Desde el lógico punto de vista japonés, pero arrastrando en su trazado narrativo y, sobre todo, descriptivo, elementos que oscilan desde referentes del cine norteamericano, británico y, fundamentalmente, del neorrealismo italiano, la película aparece casi desde su primer fotograma con esa tonalidad revestida de permanente tristeza. Lo hará representado en la protagonista de la película, la joven y bella Yukiko (Masayuki Mori), discurriendo por las calles de Tokio en busca del que fue un intenso amor durante la estancia de ambos en Indochina, en el desarrollo de una contienda ya finalizada con la derrota nipona. Este es Tomioca (Hideko Takamine), recordando unos flash-backs insertos de manera inesperada, la pasión que ambos se profesaron en tiempos de guerra –de destacar es la belleza de la muchacha, ataviada además con una sensual blusa blanca-. Pero una vez vueltos a la triste rutina de la posguerra, Tomioca retornará con la que ya entonces era su mujer e incluso con su suegra, siendo incapaz de divorciarse de una esposa sobre la que en realidad no mantiene pasión alguna, pero de la que le resulta casi imposible deshacerse, quizá por su incapacidad por emerger del entorno opresivo que le rodea. Es por ello que su recepción hacia Yukiko será fría y desapasionada. No obstante, de manera pausada se irá insertando en el interior de Tomioca el recuerdo de aquellos bellos e intensos instantes vividos con una mujer que en modo alguno se corresponde con el desaliento demostrado por su esposa, quien por otro lado de manera resignada va apreciando la progresiva distanciación producida en la relación con su marido. Será la vuelta a vivir una historia de amor que quizá ya no tenga lugar, puesto que el marco de desarrollo y los condicionamientos que hicieron posible aquella intensa relación amorosa –en un contexto por otra parte tan peligroso-, ya carece de la misma base para su prolongación. Sin embargo, poco a poco nuestro protagonista masculino irá dejando de lado sus prejuicios y adquiriendo el valor suficiente, e incluso ella logrará emplearse junto a un auténtico charlatán, a quien sisará una importante cantidad de dinero, que servirá como base para que los dos amantes puedan plantearse una definitiva fuga, que inicialmente se ha planteado en encuentros furtivos en un hotel, pero que en el último momento desean se consolide como definitiva.

En realidad UKIGUMO nos plantea una historia melodramática que en poco podía diferir, como antes señalaba, de las descritas en numerosas cinematografías occidentales. Lo que importa, lo que otorga finalmente ese alcance y la definitiva personalidad a su conjunto, reside por un lado en la capacidad que esgrime el metraje de Naruse, describiéndonos con una extraña mezcla de melancolía y desgarro esa posguerra japonesa. Todo ello a través de esos fondos en los que se observan calles degradadas, incluso atisbos de ruina y miseria. Un marco en el que se describen las existencia de tantos seres grises y sin motivos para la alegría. Hombres y mujeres que han sufrido el desgarro de la guerra -en la que paradójicamente la pareja protagonista encontró un paraíso para el amor, tal y como recordarán algunas de las evocaciones que mostrará el relato-, y que parecen resignados para vivir en un estado de letargo, en medio de una sociedad urbana que aparenta no tener capacidad de reacción tras el mazazo sufrido en su entraña como pueblo.

En medio de ese contexto, Naruse narra con delicadeza el proceso que llevará a los dos antiguos amantes –especialmente al más renuente Tomioca- a intentar recuperar ese amor perdido, y que Yukiko encendió de nuevo cuando lo visitó inesperadamente en su recuperada y depauperada vivienda. Lo hará encontrando un delicado y melancólico equilibrio entre la modulación de esta historia de amor interrumpida que busca reencontrarse a sí misma, y ese fondo social en el que se desarrolla la misma, y que de forma poderosa ejercerá como un elemento opresivo, impidiendo que aquellas circunstancias puedan reiterarse en un contexto en teoría más normalizado. De forma paulatina, y pese a los intentos seguidos por esos dos amantes que finalmente darán rienda suelta a las pasiones que han reprimido hasta entonces, al mismo tiempo, y casi de manera inconsciente, se cerrará ante ellos de manera trágica y dolorosa, esa segunda oportunidad para disfrutar la esencia de sus vidas expresada en el amor. Que duda cabe que encontramos en Naruse un cineasta sensible, capaz al mismo tiempo de narrar las situaciones más duras sin alzar la voz, proponiendo una mirada a ras de tierra, alternando el fondo y la fuerza de los sentimientos de sus personajes. UKIGUMO se sitúa entre sus títulos más justamente célebres, formando parte de una trilogía que tendría continuidad. Lo que importa en lo que me afecta como aficionado, es abrir el terreno para seguir indagando –esta es solo la segunda obra suya que he tenido ocasión de contemplar- en los recovecos de un cineasta que intuyo fascinante, cronista de una sociedad japonesa que se veía abocada hacia un cambio casi abrupto, y de la cual el título que nos ocupa deviene un exponente de notable importancia.

Calificación: 3’5

1 comentario

segundo de vicente -

Te has equivocado. Ella es Hideko Takamine, y él Masayuki Morí. De nada