MALTA STORY (1952, Brian Desmond Hurst) [Historia de Malta]
Absolutamente olvidado en nuestros días, como le ha sucedido tristemente con otros muchos directores de su tiempo, Brian Desmond Hurst (1985 - 1986) fue uno de más de esos competentes profesionales de la cámara que forjaron ese cine medio británico destinado a las clases populares, confeccionado por lo general con notable profesionalidad y, en algunas ocasiones incluso depositarios de una nada desdeñable capacidad de inspiración. Nombres como el suyo, el de Anthony Asquith, Ronald Neame o tantos otros, engrosan esa amplísima nómina en cuyas obras se encuentran sumergidas no pocas perlas de dicha cinematografía, que fueron fagocitadas por los críticos y posteriores cineastas del Free Cinema, sin pararse a pensar que sin la existencia y la obra de los primeros, con probabilidad la obra de ellos jamás hubiera sido posible.
El escaso reconocimiento que se tiene de Hurst, se sustenta en esencia en el eco que alberga el bélico THE LEON THAN WINGS (1939) –de la que guardo un recuerdo muy lejano y poco estimulante que convendría revisar, y cuya puesta en escena fue compartida-, destacada por ser la primera aportación del cine inglés –bajo los auspicios de Alexander Korda-, en el terreno de la denuncia de las atrocidades nazis. Más adelante, quizá el título más reconocido de nuestro cineasta, se centre en su adaptación de Dickens SCROOGE (1951) –de la que resulta más conocida la discreta producción en clave de musical firmada por Ronald Neame en 1970, protagonizada por el gran Albert Finney-. Pese a los puntuales aciertos de dicha versión –sobre todo en lo relativo a la atmósfera lograda en sus fotogramas-, tampoco es que la misma pueda erigirse entre las cimas del cine británico de su tiempo. La misma se ubica como título previo al que nos ocupa –MALTA STORY (1952)-, centrado en la rememoranza de la resistencia de la población de la isla italiana de Malta, ayudada por el ejército británico, contra los constantes intentos de invasión de los nazis.
La acción se desarrolla en 1942, describiendo la clásica voz en off el enclave estratégico que la isla poseía de cara a las ambiciones nazis de Rommel, a la hora de extender la invasión del III Reich hasta terrenos situados en zonas árabes y del norte de África. De inmediato nos encontramos en un vuelo en el que viaja Peter Ross (Alec Guinness), un piloto de la fuerza británica, caracterizado por su afición palenteológica y ejerciendo como fotógrafo aéreo de los movimientos nazis. Las circunstancias le obligarán a que lo que iba a suponer una simple estancia en territorio maltés, a tener que recalar allí dado que uno de los bombardeos alemanes prácticamente han dejado sin aviones a la isla. Por ello, se ofrecerá a colaborar con el máximo mando militar enviado por el ejército británico, el comandante Frank (Jack Hawkins), aunque en su primera misión desobedezca órdenes y sobre él prevalezca su auténtica dotación como fotógrafo, siguiendo los pasos desde el aire de un tren que sobrelleva una serie de cargamentos que inciden en las noticias de la intención de tomar la isla, en los últimos días sometidas a constantes ataques aéreos. Pese al desacato, lo cierto es que el dato será de utilidad al destacamento británico, sojuzgado por la pérdida de maquinaria de guerra, y a la espera de refuerzos que puedan contrarrestar la creciente sensación que todos ellos albergan, de sufrir ese definitivo acoso alemán que acabe con la resistencia a este punto estratégico del Mediterráneo.
Basada en hechos reales que constan en cualquier crónica de la II Guerra Mundial, he de reconocer que pese al alcance que en su momento pudiera tener la película a la hora de exaltar el valor de un puñado de militares que sienten y sufren como cualquier ser humano, la crueldad del hecho bélico, no es precisamente ese aspecto el que ha permitido que MALTA STORY –nunca estrenada comercialmente en nuestro país, aunque sí emitida por TVE y editada digitalmente- logre mantenerse en un relativo buen estado en nuestros días. Tampoco lo será por el romance que se irá estrechando entre Ross y la joven maltesa Maria Gonzar (Muriel Pavlow), en sí mismo definido por cierto convencionalismo. La fuerza que destila esta apreciable cinta, se centra a mi modo de ver en esa letra pequeña que los británicos lograron implantar a su cine. En esa cotidianeidad revestida de dramatismo o, por decirlo de otro modo, de distanciación, tan consustancial a su personalidad como pueblo. Es algo que podremos detectar en la resignación con la que los malteses resisten esos bombardeos –en los que en ocasiones se insertan fragmentos documentales-, revestidos de veracidad, y que por momentos, recorriendo sus ruinas, nos recuerdan la fuerza expresiva evocada por títulos de Carol Reed –y no solo pienso en el mitificado THE THIRD MAN (El tercer hombre, 1949), aunque la presencia del gran operador de fotografía Robert Krasker en ambos títulos algo tiene que ver en ello-. Esa capacidad para plasmar de veracidad en el acoso a una población que sufre con tanta amargura como convicción un constante intento de sometimiento que podrían evitar de haber elegido alinearse con los nazis, será sin duda uno de los elementos vectores de un relato que tiene en una de sus subtramas otro aspecto de interés. Me refiero al que compete a la familia de Maria. En especial a la fuerte personalidad de su madre –Melita (una extraordinaria Flora Robson)-, capacidad de albergar en su interior una capacidad de sufrimiento y sacrificio casi sin límite, poseedora de negros augurios, y temerosa ante el destino de su hijo, que se encuentra internado en un colegio italiano, y del cual recibe cartas censuradas. Sobre ella recaerán buena parte de las secuencias más brillantes de la película, como aquella en la que el personaje encarnado por Gunness le pide la mano de su hija para casarse con ella –y esta premonitoriamente le señala que se espere un poco más-, o el episodio más hondo del relato; el encuentro secreto con su hijo, convertido en espía nazi, y capturado en la costa con los británicos. Un fragmento intimista y doloroso, en el que madre e hijo confesarán sus razones para haber elegido caminos distintos, y en el que el aroma de la muerte se encontrará presente –el muchacho sabe con certeza que será ejecutado por espía-, no pudiendo ni siquiera recibir en mano esa cruz que le entregará su madre al despedirse.
Sin llegar a la intensidad de dicho fragmento, y haciendo excepción de la tan previsible pero no por ello menos dolorosa conclusión del relato, en el que el sacrificio de Peter servirá como parte esencial para la resistencia británica, cerrando la secuencia con un tan sencillo como impactante fundido en negro de su novia llorando –posteriormente María acudirá al mismo sitio rocoso junto a la costa en el que paseó con este antes de plantearse su unión con él-, lo cierto es que el film de Hurst tiene detalles que revelan a un sensible hombre de cine. Uno de elos será el paseo de la pareja de enamorados por una serie de ruinas, en las que Ross añorará su auténtica vocación. En otra veremos como la familia Gonzar no hace más que fingir a la hora de ser solidarios con las escasísimas raciones de alimentos que reciben –para destinarlas fundamentalmente al pequeño de la familia-. Finalmente, me gustaría destacar un instante de especial emotividad. Me refiero al plano contraplano en el que Jack Hawkins despide al que durante tiempo ha sido su directo colaborador, destinado tras varios meses a otro cometido. La mirada que ambos se profesan, está provista de esa sencillez y sentido de la amistad que, tan de tarde en tarde, sabía provocar el cine, cuando a través de la labor de sus intérpretes y de la noción de la duración de sus planos, permitía extraer de ellos su más honda emoción.
Calificación: 2’5
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