SIMBA (1955, Brian Desmond Hurst) Simba, la lucha contra el Mau-Mau
Una de las vertientes más populares en el cine inglés de los 50 fue la apuesta por el relato colonial. Un subgénero que tendría su prolongación en el decenio siguiente, por medio de una mirada progresivamente más crítica en torno al pasado del imperio británico en sus territorios africanos y orientales. Lo que sí que es cierto, es que dentro de dicha producción, sorprende, y para bien, la presencia de un título como SIMBA (Simba, la lucha contra el Mau-Mau, 1955), con el que el irlandés Brian Desmond Hurst ofrecería toda una avanzadilla, en torno a esas producciones que abordarían una visión revestida de profundidad, de ese universo en descomposición, en el que se irían extendiendo las diferentes colonias del imperio británico. Dicha circunstancia se centrará y que en esta ocasión en Kenya, atenazada por los ataques de los Mau Mau, un grupo terrorista emergido de entre la población de las propias tribus indígenas, y que fue extendiendo incluso, en el entorno de todos aquellos africanos, que durante décadas han vivido como empleados del colectivo inglés allí asentado.
Ese será el marco en el que describirá la historia de Anthony Perry, transformada en brillante guion por parte de John Baines, contando con los diálogos adicionales de Robin Estridge. La película mostrará sus cartas ya desde su propia secuencia pregenérico, describiendo un paisaje africano -sobre el que la acción discurrirá en varias ocasiones-, contemplando a un nativo que discurre en bicicleta, deteniéndose al escuchar los gritos de socorro en off de un herido. Estee parará y se dispondrá a buscarlo, encontrando poco después a un hombre blanco tendido en el suelo, manchado de sangre. El nativo sacará un machete y lo rematará, recuperando su ruta. La cámara encuadrará al cielo, fundiendo con el vuelo de un avión, que recorrerá diversos paisajes de la zona. Toda una atrevida metáfora, que servirá para presentar a Allan Howard (Dirk Bogarde), retornado a territorio keniano, al objeto de visitar a su hermano y, al mismo tiempo establecerse allí como granjero. Será recibido por su vieja amiga Mary Crawford (Virginia McKenna), observando desde el primer momento que entre ambos se encuentra presente una relación latente, ya que esta, pese a encontrarse muy allegada a su hermano, nunca se ha planteado casarse con él. La llegada de Howard coincidirá con el ataque y asesinato, en medio de trágicas circunstancias, de su hermano a manos de los Mau Mau, decidiendo este residir en su vivienda, retomando la granja que regentaba, y pudiendo comprobar el entorno complejo que se sobrelleva, por parte de una colonia inglesa allí residente, que irá sintiéndose amenazada de manera creciente, por parte de unos nativos cada vez más organizados y crueles en sus asaltos. En medio de dicho contexto, SIMBA destacará en la manera con la que se irán describiendo las tensiones entre dos mundos que se encuentran a punto de estallar. De un lado los crímenes cometidos por los oriundos de estas tierras, y de otro el racismo subyacente en esa élite inglesa, parte de ella residente durante décadas en dichas tierras -incluso algunos de ellos, como Mary, nativos en la misma- que, pese a su refinada educación, no dejará de tener presente un innato elemento despectivo en su comportamiento.
Y es curioso que ello aparezca de manera muy transparente en la película -no lo olvidemos, una producción de la Rank, firma oficialista inglesa por excelencia-, en la medida que durante muchos años ha sido injustamente definida como racista, y cuando, por el contrario, aparece como uno de los primeros exponentes, implicados en describir una mirada de cierta complejidad, en un contexto ya profundamente convulso, que quizá hasta ese momento, jamás se había planteado con tal profundidad en la pantalla, y que muy poco después, se extendería en otros títulos revestidos de interés -entre ellos, el espléndido y casi inmediato A TOWN LIKE ALICE (Mi vida empieza en Malasia, 1956. Jack Lee), también protagonizado por Virginia McKenna-. En esta ocasión, un muy inspirado Hurst, nos envuelve casi desde el primer momento dentro de un drama descrito en deslumbrante Techinicolor, a cargo de un magnífico Geoffrey Unsworth, rodado en escenarios naturales, y contribuyendo con ello, con adentrar al espectador en la fisicidad y las tensiones propias de su base dramática, teniendo el acierto de dejar de lado -salvo en dos breves secuencias-, la recurrente filmación de ritos tribales. Por el contrario, en ocasiones, parece que nos encontremos ante un western descrito en otro ámbito temático, aspecto este que no es de extrañar, dad la vinculación que su realizador mantuvo con la figura de John Ford, con quien se forjó en su carrera cinematográfica en pleno periodo silente. Esta circunstancia, es la que propiciará que nos encontremos ante un relato que desatacará en su aura telúrica, faceta esta que su realizador potenció en la inmediatamente posterior, fascinante y jamás reconocida THE BLACK TENT (1956) -una de las más insólitas películas inglesas de su tiempo-.
El acierto de SIMBA proviene fundamentalmente del nihilismo que plantea en el comportamiento de la mayor parte de sus personajes -quizá con la excepción de la mirada brindada por la comprensiva Mary-, enfangados en unos prejuicios y comportamientos, que en el caso de los Mau Mau, adquirirán una terrible aura de violencia, pero que en sus oponentes británicos, no dejarán de asumir unos prejuicios inaceptables en la mirada de nuestros días, pero que en aquel entonces resultaban totalmente habituales. De ahí el desconcierto que sus imágenes podían provocar, en la medida de acertar al plantear una visión disolvente e incluso cruel, que nos llevará al nada soterrado racismo demostrado por el protagonista -su negativa a dar la mano el abnegado médico negro Karanja encarnado por Earl Cameron, recientemente fallecido, con 102 años de edad-. O el que describirán los propios padres de Mary -es terrible el instante, de la casi moribunda madre de esta, siendo socorrida por Karanja, y pidiendo con tanta educación como desprecio, que este no la toque-.
En realidad, el relato de Hurst nos plantea un contexto convulso y a punto de estallar. Un universo en el que la violencia, el atavismo colonial, y donde la posibilidad de una convivencia en medio de la comprensión, aparecerá casi una oportunidad perdida. La película plantea con considerable acierto, esa espiral de tensión que, finalmente, desembocará en una explosiva catarsis, en medio de la cual emergerá la interrelación de sus personajes, sus debilidades -esa secuencia de la asamblea de colonos ingleses, en la que se plantearán los miedos, prejuicios y temores ocultos de todos ellos-, sus recelos -la actitud a la defensiva de los padres de Mary-. Ayudada por la fuerza de la banda sonora de Francis Chagrin -que, por momentos, parece anticiparse a los rasgos aplicados por James Bernard, en sus composiciones para Hammer Films-, lo cierto es que nos encontramos ante una propuesta insólita, que sortea los estereotipos de este subgénero, para erigirse en un relato terso y, sobre todo, planificado con brillantez, desplegando una unánimemente acertada dirección de actores, capaz en su desglose narrativo de estar muy cerca de sus intérpretes -son bastante comunes los acercamientos a sus rostros, como si quisieran registrar los matices que desprenden sus personajes-. Todo ello en un contexto tormentoso, en donde el realizador acierta a plasmar ese grado de desequilibrio, e incluso de pérdida de cualquier indicio civilizado, que hasta entonces pudiera haber estado presente, siquiera de manera artificial y precaria, en el comportamiento y la convivencia de ambos mundos. Esa capacidad de plasmar la olla a presión en la que transcurre la película, tendrá una primera y extraordinaria parada, en el asalto a la vivienda de los padres de Mary, describiendo un escalofriante episodio -en el que descubriremos la identidad del líder de los Mau Mau -ese Simba que da título al relato-, en el que con una planificación atrevida y crispada, que por momentos, parece discurrió como un borrador de algunos momentos de la muy posterior THE BIRDS (Los pájaros, 1963) de Hitchcock, y que se caracterizará por su aterradora violencia, siempre en el off narrativo. Más adelante, viviremos otro tenso pasaje, narrando la persecución policial de Simba, que huirá a través de las proximidades de la selva, y en donde se le salvará de una muerte segura, matando de unos disparos a un león que lo estaba amenazando. Allan, preguntará al inspector Drummond (Donlad Sinden), el hecho de haber salvado a este de dicha muerte, respondiéndole el oficial la superstición nativa que hubiera perseverado, caso de haberlo matado a él. Una extraña convivencia en las creencias y costumbres, que nuestro protagonista vivirá cuando regrese a su vivienda, sin saber que está a punto de ser objeto de una emboscada asesina; la presencia de un gato muerto colgado, le dará la dramática señal de la proximidad del mismo. Y en medio de una creciente sensación de amenaza, la providencial llegada de Mary y Karanja, permitirá que este último se enfrente a la arenga de nativos, dispuestos a cumplir con la ejecución del joven inglés. Será el encuentro del hijo con el padre y, en última instancia, la inmolación de ambos. El pathos de la imposible confrontación de mundos; lo primitivo y la civilización. Sin embargo, habrá un margen a la esperanza. En el insólito, valiente y casi conmovedor plano de conclusión, en medio de las llamas y de la tristeza, emergerá ese pequeño indígena huérfano -capaz con su presencia, de haber ido diluyendo el aura racista de Howard-, ajeno a la tragedia que se ha ceñido en torno suyo, y su rostro avanzará hasta ocupar un primerísimo plano del encuadre. La posibilidad de un futuro en convivencia, quedará plasmada en ese rostro inocente y sorprendido. Inesperada conclusión, para una película que, en sus costuras y desarrollo, ya dejaba ver la profunda renovación que iba a definir, el futuro inmediato del cine británico.
Calificación: 3