THE BLACK TENT (1956, Brian Desmond Hurst)
Artífice de una filmografía que se extiende a una veintena de largometrajes, el irlandés Brian Desmond Hurst (1895 – 1986) aparece como otro de los representantes, de ese artesanado competente y al mismo tiempo académico, sobre el que se sustentó una parte nada desdeñable del cine británico. Profesionales que podrían ir de Anthony Asquith a Peter Glenville, sobre los que cayó el hachazo -en no pocas ocasiones injusto- de la crítica cinematográfica, y de cuyas manos surgieron incluso resultados magníficos. En el caso de Hurst, con una filmografía en su mayor parte aún oculta, recuerdo con cierto agrado, dos títulos rodados en los años cincuenta. Me estoy refiriendo a SCROOGE (1951), una versión especialmente reconocida de la célebre novela de Dickens, y el relato de ambiente bélico MALTA STORY (1952). De similar ascendencia bélica, es la posterior THE BLACK TENT (1956), que centra estas líneas, de la que se cuentan con escasas y, en general, bastante negativas referencias.
La película se inicia con unos planos que describen la opulencia de la mansión y las tierras, de las que son propiedad la familia inglesa de los Holland. Uno de sus componentes, el coronel Sir Charles Holland (Donald Sinden), recibe un telegrama que le cita con un superior inglés. La cita sirve a Charles para conocer detalles en torno a la desaparición de su hermano, el capitán David Holland (Anthony Steel) en tierras árabes, durante la II Guerra Mundial. La aparición de un extraño pagaré efectuado por David al representante de una tribu, espoleará a su hermano para viajar hasta aquel entorno, con la esperanza de encontrar indicios que justifiquen la inesperada desaparición de David, de la que se han sucedido bastantes años, estando incluso en juego la considerable fortuna que alberga la familia. Charles hará realidad dicho viaje, y con la ayuda de Ali (Donald Pleasance), viajará hasta la tribu dirigida por Sheik Salem ben Yussef (André Morell), donde todos los indicios señalan se ocultó su hermano. Yussef recibirá al recién llegado con fría cordialidad, mostrándose remiso a explicarle circunstancias sobre la experiencia de David en dicho entorno. Sin embargo, de noche, este contemplará a un muchacho de pelo rubio, que de inmediato identificará como hijo de su hermano. Pronto conocerá que se trata de un hijo de la joven, humilde y misteriosa Mabrouka (Anna Maria Sandri), hija de Yussef. La situación llegará a un determinado grado de tensión, forzando el líder tribal al recién llegado a que abandone dicho entorno. Sin embargo, en un aparte, la joven ofrecerá a Ali un calcetín, con destino a Charles, que le entregará finalmente cuando ya se encuentran lejos de la tribu nómada. La vieja prenda, llevará en su interior un rollo de papel, en donde se encuentra escrito el diario con la experiencia de David en aquel territorio.
La lectura del mismo, nos trasladará a un amplio flashback, describiendo la andadura de este, tras haber sido bombardeado su escuadrón inglés, del cual resultará gravemente herido, deambulando por las arenas del desierto, hasta que es vislumbrado inesperadamente por Mabrouka, siendo recogido y auxiliado por esta, junto al resto de componentes de la tribu. La entrega absoluta de la muchacha, permitirá que se vaya recuperando, quedando ella totalmente fascinada por el inglés, quien de manera implícita también sentirá lo mismo por ella. El hecho de que se encuentre prometida con el joven Sheik Faris (Michael Craig), obligará al padre de la muchacha, a marcar distancias con el inglés, que tendrá que abandonar las tiendas de campaña, y esconderse en las ruinas de un templo, para escapar del acoso de los nazis. Allí le visitará Mabrouka en ocasiones, cuidándole y llevándole comida, conociendo la triste noticia de la rendición de los ingleses sobre los alemanes, en aquellos territorios, con la caída de Tobrouk. Considerándose en tierra de nadie, apelará a la ayuda de Yussef, a la hora de contraatacar a los nazis que visitan el templo, respondiendo a una emboscada de estos, y descubriendo que Faris estaba en confabulación con los invasores, celoso del amor de David con su prometida. Con la muerte de Faris, el compromiso con Mabrouka quedará roto, pudiendo casarse ambos, y vivir un oasis de felicidad, que quedará interrumpido, al conocerse las noticias de una nueva ofensiva británica contra los nazis, que harán revitalizar en el inglés sus deseos de servir a su país.
Lo señalaba con anterioridad. Las pocas referencias que existen de esta película, son generalmente negativas ¿De qué otra forma podría ser? Nos encontramos con una producción de la Rank, que se desmarca por completo de cualquier semejanza con tantos y tantos epics del momento, o cintas de aventuras de marcado carácter colonial. Por el contrario, nos encontramos con una rara avis. Una propuesta marcadamente contemplativa, que entronca de manera destacada con títulos que entremezclaban una visión casi panteísta de la mezcla de razas y ambientes, buscando estos dentro de un marco exótico, que era trasladado con preciosismo ante la pantalla. Es el ámbito en el que se encuentran títulos tan interesantes como las tres últimas realizaciones del singularísimo Albert Lewin -destacaré entre ellas las casi ignotas SAADIA (1953) y THE LIVING IDOL (1957)-, el entregado George Cukor de BHOWANI JUNCTION (Cruce de destinos, 1956) o, finalmente, el infravalorado Henry Hathaway de LEGEND OF THE LOST (Arenas de muerte, 1957). Nos encontramos ante un corpus de producción a mi juicio muy atractivo, aunque, por lo general, cosechara pocos entusiasmos, ya que en estos y otros exponentes, se intentaba vehicular una mezcla muy singular de romanticismo, exotismo y drama psicológico.
El film de Hurst no supone una excepción a este enunciado. De entrada, su contemplación supone todo un placer visual, merced a la extraordinaria iluminación en color ofrecida por Desmond Dickinson, de extraordinaria riqueza cromática, a la que su director sirve con delectación y un rico esteticismo, cuidando de manera muy especial todos sus encuadres y movimientos de cámara, hasta el punto de lograr con ello un envoltorio formal, que enriquecerá el trasfondo psicológico, de una base argumental parca en acción, pero densa en sugerencias. Llegados a este punto, sin duda alguna, el elemento más singular de THE BLACK TENT, lo supone el hecho de que el guion de la misma apareciera firmado al alimón, por el posterior realizador Bryan Forbes, junto a nada menos que con Robin Maugham, autor de la historia original, y a quien debemos recordar como la artífice de la novela que serviría de base a THE SERVANT (El sirviente, 1963), la obra cumbre de Joseph Losey. Con dichos mimbres dramáticos, no es de extrañar, por un lado, que la película recibiera las iras de una crítica que no supo intuir que se trataba de una propuesta hasta cierto punto experimental, alejada en buena medida de las convenciones del momento.
Lo triste, sin embargo, resulta que el paso del tiempo no haya otorgado a esta película su valor y su singularidad. Y es que nos encontramos ante un relato desprovisto de una gran carga argumental que, por el contrario, se apoya en la fuerza telúrica de los paisajes, en ocasiones inverosímiles -esas imponentes y casi fantasmales ruinas de un templo en pleno desierto, que Hurst encuadra con pasión de esteta-. En la riqueza visual que desprenden las secuencias en el interior de la tienda en donde se recupera David. O incluso en una clara apelación el erotismo, a la hora de mostrar la atracción que sobre Mabrouka ejerce la belleza de David con el torso desnudo mientras se va recuperando -en esta ocasión, Anthony Steel será teñido de rubio, y filmado por el gay Hurst por una auténtica delectación homosexual-.
Es cierto que la película no dejará de incurrir en ciertos tópicos, como la querencia etnográfica de la boda de David y Mabrouka, descrita en cualquier caso con considerable sensualidad. Y en el debe del conjunto, no se puede dejar de reseñar la molesta banda sonora aplicada por William Alwyn que, justo es reconocerlo, se encontrará más armonizada en los pasajes finales del relato. THE BLACK TENT, desplegará en su trama final, un inesperado flashback, describiendo las circunstancias que desembocaron en el final de David. Ello dará pie a un encuentro final entre su hermano y el hijo de este, donde se le planteará abiertamente la posibilidad de viajar hasta Inglaterra, y tomar posesión de su cuantiosa herencia. Un momento en el que se pondrá en tela de juicio, esa lucha entre dos modos de entender la existencia totalmente opuestos. Uno de ellos, el oriundo de estas tierras, sacrificado y sincero consigo mismo, y el otro, dominado por los prejuicios, que hará finalmente al muchacho, preferir la autenticidad del que ha vivido siempre.
Dominada por una por momentos exuberante belleza visual, abandonando abiertamente una serie de convenciones del cine de la época -que motivaría el desapego con que ha sido catalogada-, THE BLACK TENT es una más, de esas rarezas que poblaron el cine británico, demostrando esa querencia hacia el film d’art, inherente a cineastas del país, como podría ser Michael Powell, y que se extendería a propuestas, en apariencia insertas en géneros más o menos convencionales.
Calificación: 3
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