THE COCOANUTS (1929, Robert Florey & Joseph Hantley) Los cuatro cocos
Soy moderado admirador de la figura de los Marx Brothers. Admirador, más no incondicional, en torno a unos cómicos sobre los que se valora mucho más su carga transgresora -por lo general, a cargo de Groucho-, que las debilidades que evidenciaron casi en todo momento como tal grupo en sus presencias cinematográficas y, sobre todo, su predominio sobre el humor verbal, sobre el genuinamente visual y cinematográfico. Al mismo tiempo, desde hace muchos años he sido férreo defensor de la figura del francés Robert Florey, un realizador que supo imbricarse en las cenagosas aguas del tratamiento de lo bizarro en la pantalla, tras unos orígenes lindantes con el vanguardismo cinematográfico, a través sobre todo de su querencia con el policiaco y el fantastique. He de decir, que hasta el momento, eran ocho los títulos suyos a los que he podido acceder, ofreciendo en todos ellosd la medida de un realizador inventivo, capaz de introducirse por terrenos sombríos, incluso en ocasiones al introducirse en ámbitos de producción bastante limitados.
Es por ello, que mi decepción al contemplar THE COCOANUTS (Los cuatro cocos, 1929) ha sido mayúscula. Nos encontramos ante la puesta de largo de los Marx en la gran pantalla, tras su exitosa andadura previa en los escenarios newyorkinos. Para ello, se apostará en la Paramount -el estudio en el que se fraguaron buena parte de los mejores títulos de estos cómicos-, por la traslación cinematográfica del referente teatral del experto comediógrafo George F. Kauffman, transformado en guion fílmico por Morrie Ryskind -que colaboraría con otros tres títulos posteriores de dichos hermanos-. Hasta aquí, todo correcto. La película seguirá las andanzas de Hammer (Grocho), el avispado director de un hotel que se encuentra en las costas de Florida, intentando sobrellevar su ruina económica por medio de trapisondismos, y de intentar seducir a mrs. Potter (Margaret Dumont), al tiempo que teniendo que soportar la presencia de dos trapisondistas de más baja estofa que él mismo -Harpo y Chico-. Mientras tanto, en el hotel se cometerá el robo de un valiosísimo collar a la acaudalada y ya citada mrs. Potter, implicando en ello a un joven pretendiente de la hija de la víctima.
En realidad, a tenor por su base argumental, e incluso a aquello que destilan sus mejores momentos -que los tiene-, en esta película de debut de los Marx -con diferencia, la menos conocida de todas las que protagonizaron- se pueden entender todas las claves que desarrollarían el célebre grupo. Desde los tira y afloja de Groucho con Margaret Dumont, la querencia del mudo Harpo como eterno -y divertido- descuidero, o las eternas trampas realizadas por Chico. También nos encontraremos con algunas de las debilidades que han acompañado a los Marx, incluso en sus títulos más relevantes. Será la primera ocasión, en la que contemplaremos un numerito de arpa por parte de Harpo, o de piano -bailando los dedos- a cargo de Chico. O observaremos la casi insuperable sosería de Zeppo -es cuestión de verlo para creerlo, ver su cara cuando se queda en segundo plano del encuadre-.
Y nos encontraremos con algunos divertidos episodios cómicos. Entre ellos, destaca la efectividad visual de la secuencia descrita en un plano simétrico, en donde contemplaremos el devenir de diversos personajes, a la hora de ejecutar el robo del collar. Los ya señalados y constantes pequeños robos de Harpo, capaces incluso de apostar por un cierto grado onírico. O la moderadamente divertida secuencia de la subasta de terrenos, boicoteada involuntariamente por la torpeza de Chico. Sin embargo, incluso en esta misma secuencia, hay un elemento que condena a la mediocridad el conjunto de esta película, que Florey codirigió con el ignoto Joseph Santley -poseedor, sin embargo, de una extensa, aunque invisible producción-. Este no es otro que la extrema teatralidad que desprende en todo momento. Estoy por afirmar, que se trata de una de las películas que acusa con mayor incidencia, la dificultad de adaptación al sonoro. Es decir, que nos encontramos ante uno de los talkies más caducos y polvorientos que se conocen. Ni la presencia de unos números musicales -uno de los cuales aparece como un precedente de la impronta de Busby Berkeley-, ni la incipiente y empalagosa historia amorosa, contribuye a levantar una película, que tiene una soporífera ascendencia teatral. En muchas más ocasiones de la deseable, se tiene la sensación de no asistir a una producción cinematográfica, sino a una mera grabación de una de las representaciones es teatrales de la obra de Kauffman. Es algo, que tendrá una clara percepción en el predominio de exasperantes planos estáticos, sobre todo en aquellos desarrollados en el hall del hotel. O podremos advertir con noqueante tedio, al contemplar -antes lo he señalado-, el segundo plano, con la presencia de una inamovible presencia de figurantes.
Es cierto, que no faltan defensores de este THE COCOANUTS, por lo general aduciendo al ingenio desarrollado por las réplicas y contrarréplicas del inefable Groucho. Nada que objetar a dicha efectividad. Pero nos estamos olvidando que esto debe ser cine. Debe ser articular un tempo, ya que hablamos de un artefacto cómico, necesitado de un ritmo interior, del que esta polvorienta película carece de forma notoria. Menos mal, que quizá esta olvidada y olvidable película, permitiría pulir y actualizar el universo de sus protagonistas. Apenas un año después, aparecería la divertida ANIMAL CRACKERS (El conflicto de los Marx, 1930. Víctor Heerman), asentando la efectividad de un grupo de cómicos con legiones de admiradores, entre los cuales me encuentro, más no incondicionalmente.
Calificación: 1’5
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