OPERATION PETTICOAT (1959, Blake Edwards) Operación Pacífico
En unos tiempos donde los excesos feministas y un inconsciente revisionismo, quieren analizar el pasado con la mirada de nuestros días, no se como se valoraría una comedia como OPERATION PETTICOAT (Operación Pacífico, 1959), en la que la figura de la mujer, aparece, que duda cabe, de manera muy diferente a la de nuestros días ¿Es ello motivo para dejar de valorar este gran éxito comercial de aquel año -casi treinta millones de dólares de recaudación-? En absoluto. Nos encontramos con el sexto largometraje de Blake Edwards, uno de los grandes renovadores de la comedia americana. Edwards consolidaría una madurez ya apuntada de manera notable en las previas MISTER CORY (El temible Mister Cory, 1957) y THIS HAPPY FEELING (La pícara edad, 1958), encaminándose a una de las cumbres de su cine, el mítico BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961). No conviene olvidar, llegados a este punto, que en 1957, había articulado en su larga colaboración con otro puntal del género en aquel tiempo -Richard Quine-, el guion de OPERATION MAD BALL (1957, Richard Quine). Viene a colación esta referencia, ya que tanto en la película de Quine, como el título que comentamos, se tratan de dos propuestas que brindan una mirada irónica en torno a las convenciones del cine bélico. Más sobria -aunque no menos regocijante- la del autor de SEX AND THE SINGLE GIRL (La pícara soltera, 1964), y más lujosa -puesta en escena en color, protagonismo del consagrado Cary Grant-, esta obra de Edwards, en la que el cineasta confesó en ocasiones haber tenido que sortear presiones del actor, dado que este ejerció como productor de la película.
Sea como fuere, el considerable placer que proporciona esta mirada distanciada, en torno al universo del cine de submarinos, nos traslada ya a esa comedia renovada, que junto a su predominio lujoso y urbano, también transitó en torno a la mirada irónica en torno al cine de géneros. La película se iniciará de manera casi melancólica, con la llegada del mayor Matt T. Sherman (Cary Grant). Con una cierta aura ritual, se acerca a un submarino que pronto sabremos va a ser desmontado, entrando unos instantes en su interior, y repasando el viejo libro de navegación. Con rapidez, en un impecable contraplano, la acción se retrotraerá a los últimos meses de 1941, cuando el entonces teniente Sherman, se encuentra en Filipinas en plena contienda mundial. La película, en esencia, describirá un flashback que se extenderá hasta la practica totalidad de su generoso metraje, describiendo las penosas circunstancias que vivirán tanto Sherman como su personal, cuando el submarino que van a tripular, es sometido a un inesperado bombardeo, que lo deja prácticamente inutilizable. Pese a los malos augurios de sus superiores, Sherman pedirá un plazo para junto a su gente, intentar reconstruirlo. Y será algo que coincidirá con la llegada como reemplazo, del teniente Nicholas Holden (Tony Curtis), inicialmente recibido con abierta hostilidad, dado que su elegante y refinado aspecto, contrastará con la rudeza del entorno del submarino. Sin embargo, este apelará a Sherman a que lo nombre delegado de avituallamiento. Contra todo pronóstico, el nombramiento funcionará, pudiendo la nave -de manera lamentable- funcionar, hasta llegar a un nuevo embarcadero donde sea definitivamente reparada. Sin embargo, nuevas incidencias se irán añadiendo al penoso discurrir del aparato. Entre ellas, la llegada de cinco inesperadas tripulantes, o una conclusión en la que el viejo armatoste es pintado de color rosa.
Desde el primer momento, se percibe en OPERATION PETTICOAT la intención de Edwards -y también de sus guionistas, los expertos en el género Stanley Shapiro y Maurice Richlin-, de articular una mirada irónica y distanciada, dentro del marco del género en que se inserta, pero sin desdeñar ni sus constantes ni su propia configuración. No olvidemos que su cine va madurando dentro de los confines del melodrama, combinando en sus películas ya más asentadas, una notable simbiosis con dicho género. Esa equilibrada distancia, la percibiremos ya casi al principio, en la brillante secuencia del bombardeo aéreo, que no oculta sus tintes dramáticos, pero al mismo tiempo adquiere un inequívoco matiz cómico -esos chapuzones al agua de los marinos atacados-. Será la carta de presentación de un relato, en donde esa voluntad de ofrecer una mirada al mismo tiempo divertida y disolvente, y cercana a las convenciones del cine de submarinos, nos inserta en un doble ámbito argumental. De un lado, describir las divertidas situaciones, vividas en una nave que se encuentra en las últimas. En ese capítulo, sin duda lo más divertido se encuentra en esos estallidos de humo negruzco, que la nave expulsa periódicamente, y en el off narrativo, con esos incesantes gruñidos que produce su perezoso discurrir. Pero, pese a tener presencia en su argumento en los últimos minutos, sin duda si por algo ha pasado a la historia esta divertida comedia, es por esa inolvidable estampa de un submarino pintado de color rosa, debido a una inesperada circunstancia.
En cualquier caso, la otra valiosa vertiente de OPERATION PETTICOAT, reside en el permanente contraste de personajes. Es algo que tendrá su referencia más rotunda, en el que ofrece el protagonista encarnado por Cary Grant, y el joven Holden interpretado por un Tony Curtis, lleno de insolencia y picardía. Fue la única vez en la que compartieron película dos referentes del género, y hay que decir que esa oposición de caracteres, resulta magnífica. Pero ese elemento de contraste, se extenderá igualmente entre la rudeza que plantea esa curtida y masculina tripulación, con la inesperada llegada de esas cinco oficiales femeninas, que romperán dicha armonía a todos los niveles, aportando involuntariamente un grado de torpeza, dentro de un contexto en donde apenas casi pueden hacer pie.
A partir de dichas premisas, Blake Edwards articula un relato en el que funciona mucho más la sonrisa que la abierta carcajada. La mirada distanciada, que un desmonte cruel. Ello no impide que esa comicidad aflore por vertientes contrapuestas, en función del perfil de referencia que prefiramos a la hora de su notable disfrute. Es por ello, que resultará enormemente divertida la capacidad picaresca de Holden ¡que será capaz de robar un cerdo con desarmante naturalidad en un huerto vietnamí!, sisando aquí y allá -hasta la pared metálica de su superior-, atendiendo la lista de aprovisionamiento que le propinan los mandos capitaneados por Sherman. Pero no por ello aparecerá menos admirable, la contención que brinda Grant, en medio de un sinfín de aturulladas situaciones. Entre ellas, no puedo dejar de destacar, a mi juicio, la más memorable de la película. Se trata de ese instante, descrito con gran naturalidad, en el que la teniente Crandall (Joan O’Brien) -que finalmente descubriremos se ha casado con Sherman, y sigue siendo tan torpe con el paso de los años-, desvía el tiro de un torpedo, ante la atónica e incrédula mirada de Sherman -la expresión de Grant en ese momento es impagable-.
Pero al mismo tiempo, entre ingeniosos diálogos y divertidas situaciones, lo cierto es que en OPERATION PETTICOAT se pueden detectar elementos, que su realizador prolongaría y potenciaría en títulos posteriores, sirviendo su presencia en esta película como un valioso ensayo. Desde ese señalado bombardeo casi inicial, en el que no puedo de dejar de encontrar una semejanza con el que, dentro de una falsa ambientación colonial, abría THE PARTY (El guateque, 1968), hasta la propia presentación inicial de Holden, impecablemente vestido de blanco y con ínfulas de dandy, en el que podríamos encontrar las raíces del Gran Leslie, que el propio Curtis encarnó en THE GREAT RACE (La carrera del siglo, 1965). O ese color rosa del submarino, que nos parece adelantar uno de los referentes de su filmografía. Ello sin dejar de ver como en un momento determinado, un marino cante una canción con una guitarra, sentado en el submarino -adelantando a la Audrey Hepburn de BREAKFAST AT TIFFANY’S-, o aparezca una hermosa secuencia de fiesta navideña en la superficie de la nave, viviéndose en ella un estadio de serenidad y verdad cinematográfica, característico en buena parte de los mejores momentos de su obra.
Pese a resultar quizá de un metraje algo exagerado, y ausentarse en ella ese matiz crítico que sí se podría percibir en la previa KISS THEM FOR ME (Bésalas por mí, 1957. Stanley Donen) -una de las precursoras en esa mirada distanciada sobre las convenciones del cine bélico, también protagonizada por Cary Grant-, OPERATION PETTICOAT aparece como un valioso eslabón, en la trayectoria de un cineasta que ya apuntaba, algo más que buenas maneras.
Calificación: 3
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