KENTUCKY (1938, David Butler)
Además de su relativa placidez, de su mirada conservadora en torno al colectivo negro, o de la mezcla de blandura y eficacia que describe en su base argumental central, KENTUCKY (1938, David Butler), destaca por dos elementos a mi modo de ver determinantes. De untado, aparecer como claro exponente del tipo de producción “familiar”, que en aquellos finales años treinta, articulaba con mano experta el gran Darryl F. Zanuck. Ligado con lo anterior, aunque articulando en ello un aporte entonces novedoso, la película aparece como uno de los primeros exponentes más o menos cuidados, en la apuesta por el Technicolor, de manera normalizada en la gran pantalla.
KENTUCKY se inicia en plena Guerra de Secesión, describiendo el inicio del enfrentamiento histórico que guió en aquellos momentos, a las familias Dillon (nordistas) y Goodwin (sureños). El prólogo –que induce a pensar en la asistencia a un relato histórico-, describe con convicción los hechos que marcaron un enfrentamiento total entre las familias. Serán unos minutos revestidos de cierta fuerza dramática, de cierto estatismo también, donde destacará por un lado el uso de la grúa y, por otro, el grito agónico del pequeño Goodwin, siguiendo el caballo de Dillon, tras haber matado a su padre en un enfrentamiento al reclamarle el embargo de sus caballerías. Serán unos minutos que en la película aparecerán como elemento introductorio de la idiosincrasia de Kentucky, y que dará paso a un sorprendente –y a mi juicio innecesario- spot de la época, en torno a la importancia del caballo que caracteriza a aquel territorio, mostrando algunos de los ejemplares más famosos. La acción se insertará en las primeras décadas del siglo XX, deteniéndose en los descendientes de ambas familias, e introduciendo al espectador en la cotidianeidad de ambas. Por un lado, las caballerizas de los Goodwin no pasan por un buen momento económico, siendo dirigidas por el muy veterano e intuitivo Peter Goodwin (Walter Brennan), cuyo hermano y sobrina –Sally (Loretta Young)-, le ayudan a la hora de sobrellevarla, aunque el primero de ellos, secretamente ambiciona convertir el terreno, en un cultivo que le pueda proporcionar mayor rentabilidad. Su inesperada muerte, cuando recibe la noticia del rechazo ante el préstamo que solicitaba –negado por el representante bancario John Dillon (Moroni Olsen)-, dejará a Sally como única heredera, aunque la responsabilidad de las instalaciones la sobrelleve su tío Peter. Entremedias del reverdecimiento del enfrentamiento ancestral entre ambas familias, surgirá el retorno del hijo de Dillon –Jack (Richard Greene)-, que podremos contemplar en una secuencia, en la que su alocado coche, se cruzará antes de conocerla, por el camino que circunda Sally. Muy pronto se planteará poder salir con ella, e incluso defenderá abiertamente la concesión del préstamo antes señalado a los Goodwin
Todo ello será la base de una mixtura en la que se dirima un homenaje expreso al mundo de los caballos, sirviendo esta película casi como precedente, de títulos que se irían sucediendo en el seno de la Fox –HOME IN INDIANA (1944. Henry Hathaway)-, o en otros estudios, como la Metro Goldwyn Mayer –NATIONAL VELVET (Fuego de juventud, 1944. Clarence Brown)-. Al igual que todos sus exponentes previos, partirá de la misma premisa, mixtura de Americana, romance juvenil, leve trama melodramática, contrapunto de un personaje de relieve que represente la veteranía, y el obligado Happy End. Punto por punto se cumple la premisa en KENTUCKY, envuelto en la suavidad y los contrastes del Technicolor que embelece la técnica Natalie Kalmus, dosificado por una realización funcional y en algunos momentos blanda, como no podía ser de otra manera, estando firmada por David Butler. Sin embargo, reconociendo de entrada su limitado alcance, lo cierto es que la película se deja ver con moderado agrado, en buena media por elementos evidentes, como es la química que ofrece la pareja juvenil formada por la Young y el británico Richard Greene, al cual el hecho de tener que combatir pocos años después en la II Guerra Mundial, impidió consolidar una carrera que Zanuck le dispuso con notable intuición. Ellos serán el contraste con la brillante performance que brindará Walter Brennan, quien con menos de cuarenta años de edad, ofrece un creíble retrato del veterano Goodwin, que le permitió ganar un Oscar al mejor actor secundario –uno de los tres que obtuvo en su andadura-.
Pero junto a ello, con los elementos de producción que acentúan esa sensación de placidez que rezuma su leve base argumental, justo es reconocer que KENTUCKY rehuye esa sensación acaramelada que estuvo presente en algunos otros de los títulos de este subgénero. Es más, en los mejores instantes de la película, hay que reconocer que Butler sabe insuflar una cierta intensidad cinematográfica, bien sea expresada esta en pulsiones dramáticas o, por el contrario, insertas en un tono de comedia Screewaall. Predominarán, no obstante, las primeras. Con instantes tan bien resueltos y montados, como la secuencia en la que el caballo que Brennan cuida, tenga que marcharse por el asfalto bajo la lluvia, montado por Sally, corriendo para buscar un médico que pueda socorrer a su madre. O la propia secuencia final, en la que entre la alegría del triunfo, se describa en off la muerte de este, casi como definitiva ofrenda para alguien que ha logrado ya en vida su último anhelo; que su caballo ganara el gran premio de Kentucky. Sin embargo, dentro de este sustrato dramático, surgirá el fragmento a mi juicio más brillante de la película; la descripción de la carrera en la que Peter depositará todos sus ahorros, y que quedará descrita en la propia sala de apuestas. Un fragmento magnífico, lleno de emoción, en el que incluso se insertará un quiebro de equívoco, al quedar el caballo de Goodwyn en segunda posición, con la consiguiente desolación de este, hasta que el ganador quede descalificado por mal comportamiento.
Secuencias que, dentro del aporte de comedia, tendrán dos brillantes exponentes. Por un lado, la divertida secuencia en la que el astuto Goodwin descubre, entonando una canción y con paso de baile, como se esconden los valiosos ejemplares en las caballerizas de Dillon, sin que su propietario haya ordenado tal cosa. Más Screewall aparecerá la secuencia descrita dentro de un baile, en la que Jack vaya en busca de una desengañada Sally, a la que intentará dar explicaciones sorteándola en medio de sus bailes con distintotes cortejadores. La secuencia finalizará con un instante revestido de inesperada sinceridad, en el que este le señale algo que queda patente entre ambos pese a todas las contradicciones; que se aman. Fundido en negro.
Pese a esa visión condescendiente de la servidumbre negra, y que en muchos momentos se echa de menos la presencia de un Henry King tras las cámaras, lo cierto es que KENTUCKY es un título tan blando e inoperante, como revestido de una cierta serenidad.
Calificación: 2
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