SAN ANTONIO (1945, David Butler) San Antonio
Seamos francos. La existencia de SAN ANTONIO (1945, David Butler) obedece a la intención de la Warner por extraer una nueva muestra del tirón comercial que aún poseía Errol Flynn en el seno del estudio, bien fuera como héroe de cine de aventuras, del género o bélico o, en definitiva, en el western. De alguna manera, la película se puede describir como una incardinación de ambas vertientes, permitiendo además la experimentación con el technicolor, pese a que dicho fórmula ya fuera aplicada en otra muestra bastante anterior –me refiero a DODGE CITY (Dodge, ciudad sin ley, 1939. Michael Curtiz), también protagonizada por Flynn-. Aprovechando la figura del carismático intérprete –aún permitiéndole expresar su físico atlético y su carisma-, la película se inscribe dentro de dichas coordenadas como una acostumbrada mixtura de géneros, insertando su desarrollo dentro de la iconografía del cine del Oeste, y asumiendo en su desarrollo un carácter tan agradable como discreto. Una discreción que proviene por un lado de la blandura de su conjunto –algo predecible al estar firmado por David Butler-, y también por la irregularidad que esgrime su tono, en donde se insertan instantes y momentos que elevan el menguado y apacible nivel de su conjunto. Es bastante probable que dichas alteraciones vengan dadas por la presencia de Raoul Walsh y el menos conocido –aunque no por ello carente de interés- Robert Florey. Ante títulos como este, resulta interesante elucubrar qué secuencias rodara uno u otro, pero más allá de esa labor detectivesca, lo cierto es que ese desequilibrio es palpable, y me atrevo a señalar que logran levantar en ciertos momentos su conjunto.
Nos situamos en la Texas de la segunda mitad del siglo XIX, En el contexto de la labor de los ganaderos, centrada en la localidad de San Antonio. Allí se han producido constantes robos de ganado, siendo Clay Hardin (Flynn) el encargado de investigar y descubrir quienes han sido los responsables de dichos robos. Las pruebas apuntan al conocido empresario Roy Stuart (Paul Kelly), teniendo Clay que refugiarse en México hasta que no logre alcanzar las pruebas que demuestren la autoría de estos delitos, resguardándose mientras tanto de posibles ataques. Será su fiel compañero Charlie Bell (John Litel) el que viaje hasta la frontera para reanudar su contacto con Hardin, al tiempo que advertirle de la ofensiva que Stuart tiene planteada con sus hombres hacia quien sabe puede dinamitar su escala delictiva. Este regresará hasta San Antonio burlando la emboscada que le tenían preparada los hombres del peligroso empresario, quien tiene un saloon en sociedad con Legare (el veterano actor francés Victor Francen), un hombre que detesta lo que representa este, prodigándose entre ambos un constante duelo de humillaciones. Nuestro protagonista regresará a San Antonio ayudado de forma indirecta por la caravana que porta a la cantante Jeanne Starr (Alexis Smith), a la que acompaña su veterana ayudante –la veterana Florence Graves- y el divertido manager de la misma –encarnado por S. Z. Sakall-. Una vez en la ciudad, se prodigarán los enfrentamientos y las argucias por parte de todos aquellos que se encuentran cerca de Stuart, cara a impedir que nuestro protagonista logre sus objetivos de desenmascaramiento de sus actividades delictivas.
Así pues, partiendo de un guión firmado al alimón entre Alan le May y un incomprensible W. R. Burnett –y señalo lo de incomprensible, ya que no se aprecia en nada la impronta de un escritor tan influyente-, se brinda una historia más o menos convencional, tan plácida como previsible, en la que quizá haya que reseñar en su vertiente negativa esa excesiva blandura no dudo propia de un realizador tan acomodaticio como Butler, quizá solo preocupado por encuadrar bien los números –excesivos- musicales interpretados por una Alexis Smith que –no soy el primero en señalarlo-, no puede situarse ni de lejos entre las mejores partenaires que Errol Flynn mantuviera a lo largo de su carrera. En medio de esta cadena de convencionalismos románticos, quizá quepa destacar la circularidad con la que se presenta la relación existente entre la pareja protagonista, iniciada y proyectada en sus instantes finales en una secuencia de similar planteamiento –Flynn ocupando con la misma desvergüenza la caravana en la que Jeanne se dirige hacia San Antonio, o cuando decide abandonar la localidad en sus instante finales-. Queda asimismo la brillante irregularidad en el uso del color, magnífico por lo general en sus planos generales y más deficiente, e incluso borroso cuando la cámara detalla rostros humanos o planos más cercanos. Destaca igualmente ese sentido de la amenidad muy propio de la Warner, el carisma y desvergonzado erotismo que aporta Flynn en su rol protagonista, o el extraño juego psicológico que se ofrece entre la pareja de villanos que no se soportan –por más que en la labor de Víctor Francen se haga evidente una excesiva afectación y amaneramiento-.
Pero por encima de esos rasgos genéricos, y sobresaliendo de la discreción de su conjunto, lo cierto es que si algo hay que destacar en SAN ANTONIO, se centra de manera muy especial en la resolución de las escenas en las que se escenifican los asesinatos o las tensiones de situaciones que de forma previsible iban a desembocar en estos. Nunca sabremos si los mismos fueron rodados por Walsh –estoy dispuesto a pensarlo-, pero lo cierto es que en dichas secuencias su metraje adquiere una mayor contundencia. Es algo quedará patentizado en ese momento en el que Flynn se defiende de un ataque en la puerta del saloon, del magnífico momento en el que se reencontrará con Stuart, desplegándose la retirada de todos los ciudadanos que se encuentran entre ambos y dejando un pasillo en plena calle, donde la tensión casi se palpará. Dentro de dichas coordenadas, aunque con mayor contundencia, el episodio más logrado del film se desarrollará en las ruinas de la fortaleza de El Álamo, dentro de un nocturno casi espectral –en esos momentos la pertinencia del Technicolor resulta de enorme efectividad-. Allí tendrá lugar el casi inevitable enfrentamiento entre Stuart y Legedre, y a continuación entre el primero y nuestro protagonista. Será una magnífica catarsis, para una película tan amena como olvidable, representativa del nivel medio de un estudio y, sobre todo el carisma y magnetismo de una estrella como Errol Flynn, poco tiempo después descendido en sus estatus a partir de su propia tendencia autodestructiva. Una última apreciación; debería destacar la partitura firmada por Max Steiner para esta película, como una de las más molestas que este compusiera a lo largo de su carrera, empeñada en subrayar de forma machacona los pasajes más tensos presentes en sus imágenes.
Calificación: 2
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