THE TAMARIND SEED (1974, Blake Edwards) La semilla del tamarindo
Partamos de la base de que la década de los setenta fue un periodo bastante errático en el cine de Blake Edwards. No fue algo exclusivo de su obra, sino que se extendió –en ocasiones de manera destructiva- por muchos otros cineastas que en la década precedente lograron sus mayores éxitos –la lista sería extensísima-. La incapacidad para integrarse en un nuevo contexto industrial, la búsqueda fallida de nuevas fórmulas de expresión, o la clara incorporación de nuevos realizadores que pronto se adueñaron del interés en la actualidad cinematográfica de dicha década, orillaron la aportación de nombres como los de Edwards, quien además se refugió en sus enésimas, discretas e insustanciales “panteras rosas”, para mantener al menos un cierto peso comercial en su obra, ya que el de la crítica iba perdiéndolo casi por completo –en algunas ocasiones de manera justificada-.
Dentro de un contexto en el que surgen productos tan impersonales como THE CAREY TREATMENT (Diagnóstico: Asesinato, 1972), es hasta cierto punto lógico que THE TAMARIND SEED (La semilla del tamarindo, 1974) fuera recibida con hostilidad. Era bastante fácil destrozar una película protagonizada por dos actores entonces tan detestados como Julie Andrews y Omar Shariff –ambos, sobre todo la primera, están muy ajustados en sus personajes-, que combinaba ciertos lejanos ecos del cine de espías a lo James Bond –la presencia de Maurice Binder en los títulos de crédito y John Barry como compositor, abandonando Edwards momentáneamente a Henry Mancini-, que no dejaba de incorporar ciertas referencias del ya entonces caduco lelouchismo –no demasiadas, por otra parte-, que se dejaba influir por rasgos visuales muy ligados a la época y por lo general justamente cuestionados –el zoom y el teleobjetivo-, y que finalmente, aparecía como un título caduco en su propia concepción –ni siquiera la presencia de ese happy end le beneficiaba en nada-. Como comprenderán, poco fácil era que algún crítico o aficionado siquiera pudiera hacer mención a unas supuestas cualidades en su conjunto –aunque alguno, atrevido, se atreviera con su defensa-, quedando con el paso del tiempo como uno de los referentes más incómodos de la filmografía edwardsiana.
En fin, respeto a quienes sigan calificando la película de esa manera tan despectiva, y reconozco que esa mala fama atesorada con el paso del tiempo, es la que durante muchas veces me ha hecho dejarla de lado, pese a mi conocido aprecio al cine de Edwards. Más vale tarde que nunca, puesto que cuando finalmente me he decidido por su contemplación, la sorpresa ha sido bastante notable. No voy a decir con ello que THE TAMARIND SEED me parezca una obra maestra, y tampoco dejo de reconocer que parte de las objeciones que se le formularon en su momento, no se encuentren presentes en su metraje. Sin embargo, sus imágenes brindan al espectador una suerte de sorda melancolía, su visión casi nihilista del enfrentamiento de bloques resulta de pertinente actualidad y, sobre todo, me parece un título rodado y confeccionado con una convicción y sentido del timming, expresado de manera coherente con el resto –y el futuro- de la filmografía de su director, y considerado en sí mismo, un producto francamente notable. Y es que, cuando de aquellos tiempos se recuperaron y ensalzaron –quizá con exceso-, títulos como THE KREMLIN LETTER (La carta del Kremlin, 1970. John Huston) o, posteriormente THE HUMAN FACTOR (El factor humano, 1979. Otto Preminger) –quizá por asumir una serie de puntos de partida de más fácil asidero-, curiosamente se despreciaron los planteamientos de esta adaptación de la novela de Evelyn Anthony. Mientras que los títulos antes señalados se insertaban dentro de un trasfondo nihilista y desencantado, bajo mi punto de vista este ofrecía todo eso y algo más, engrosando esa mirada fatalista y trágica –que por otro lado también caracterizaría otro de sus títulos, WILD ROVERS (Dos hombres contra el Oeste, 1971)-, dentro de los ropajes de melodrama elegante que, a fin de cuentas el paso del tiempo ha quedado como el rasgo de estilo más perdurable de su cine. Esa querencia por los tiempos muertos, las conversaciones en apariencia intrascendentes, ese magnífico uso de la pantalla ancha, la sensación en suma de hacernos familiares unos personajes que se plantean en su oposición de mundos, se da plenamente en esta historia que relacionará a la secretaria de un alto funcionario británico –Judith Farrow (Julie Andrews)-, en su encuentro y posterior romance con un oficial del mundo soviético –Feedor Swerdlov (Omar Shariff)-. Como era habitual en el cine de Edwards, el romance se inserta de manera pausada –después de unas imágenes de apertura que nos hacen temer lo peor-, incluyendo este dentro de un contexto descriptivo de toda la fauna humana que, a la postre, ejercerán como auténticos manipuladores de una atracción espontánea y sincera. Muy pronto, con un atractivo montaje, iremos conociendo un conjunto de personajes francamente desolador, que incluye un personaje tan desagradable y pragmático como Loder (Anthony Quayle) o, sobre todo, la detestable pareja que forman el prestigioso Fergus Stephenson (Dan O’Herlily), un diplomático arribista que esconde su homosexualidad pese a estar casado con una auténtica arpía –Margaret (Sylvia Syms)-, conocedora de su condición sexual, pero que pese al desprecio que siente por este, no duda en mantener las apariencias familiares –incluso tienen hijos-, con tal de lograr para su esposo el objetivo de una embajada.
Un mundo corrupto basado en las apariencias y la hipocresía, en donde todos están perseguidos y al mismo tiempo todos se persiguen. Un universo absolutamente interconectado en el que Edwards ejerce como brillante demiurgo, logrando revelar la autenticidad de unos comportamientos, por encima de su deuda con licencias visuales propias de aquellos años. Podríamos señalar a este respecto, que THE TAMARIND... ha logrado superar la barrera del tiempo. Esa cualidad es la que finalmente otorga a la película un alcance de autenticidad, ejerciendo la misma como un auténtico puente entre la vena romántica del cineasta, manifestada en títulos como BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961) o DAYS OF WINE AND ROSES (Días de vino y rosas, 1962), y que años después tendría su continuidad en la relación que mantienen, por ejemplo, la misma Julie Andrews con James Gardner en VICTOR VICTORIA (Victor o Victoria, 1982). En realidad, por momentos, viendo las secuencias que se desarrollan entre los protagonistas del título que nos ocupa, parecía que me encontraba ante un auténtico precedente del más famoso título edwardsiano de la década de los ochenta.
Elegante y melancólica, sabiendo componer en la interrelación de sus secuencias un auténtico mosaico de crueldad humana en el que nuestros protagonistas parecerán incapaces de emerger con la sinceridad de sus sentimientos, particularmente hábil en sus secuencias de acción –la que se desarrolla en el aeropuerto con la huída y el encuentro de los protagonistas hacia la isla de Barbados; la fuerza que adquiere el asalto del refugio de Feedor por parte de sus propios agentes rusos camuflados-, lo cierto es que THE TAMARIND SEED merece sin duda un reconocimiento superior al que el destino le ha otorgado. Incluso estoy dispuesto a admitir que el –inicialmente forzado- final feliz de la función, no dudo que restara aliento trágico a la historia, pero en modo alguno me resulta chirriante. Quizá en un contexto revestido por tanto nihilismo, quizá la apuesta por la sinceridad del amor pueda parecer trasnochada, pero de vez en cuando resulta al menos consoladora.
Calificación: 3
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Luis -