INTOUCHABLES (2011, Olivier Nakache y Eric Toledano) Intocable
¿Cómo no me va a gustar una película en la que se evoca la figura del grupo Earth, Wind & Fire? ¡Incluso en sus propios títulos de crédito! Ironías aparte, INTOUCHABLES (Intocable, 2011. Olivier Nakache y Eric Toledano), nos propone una nueva variación de esa inesperada eterna historia de amistad entre dos seres completamente opuestos. Una historia basada en seres reales, con la que no pocos han comparados sus semejanzas con DRIVING MISS DAISY (Paseando a Miss Daissy, 1989. Bruce Beresford), y que un servidor podría extender a referentes más valiosos y opuestos como GODS AND MONSTERS (Dioses y monstruos, 1998. Bill Condon) DIOSES Y MONSTRUOS, THE SHAWSHANK REDEMPTION (Cadena perpetua, 1994, Frank Darabont) o el apenas evocado THE SAINT OF FORT WASHINGTON (Ángeles sin cielo, 1993. Tim Hunter) –título que estoy convencido tuvo algo que ver a la hora de llevar a la pantalla la célebre adaptación del relato de Stephen King-. El film del tandem formado por los cineastas franceses Nakache y Toledano, logró una espectacular acogida de público y una notable recepción en la crítica, unida a numerosos galardones y nominaciones.
Lo cierto es que INTOUCHABLES utiliza una fórmula que en esencia ha ido reiterándose durante décadas y décadas en la gran pantalla, pero que justo es señalar ha de “cocinarse” con la suficiente mezcla de sensibilidad, sentido del tempo, empatía y complicidad en su pareja de personajes protagonistas, capacidad de alternar instantes provistos de cierto grado de dramatismo, con otros en los que el bordeo de la comedia sirve de contrapeso. Y todo ello, además, buscando ante todo el equilibrio entre estos y otros factores, para intentar que una base más o menos previsible, adquiera entidad propia. Por fortuna, el título que justifica estas líneas lo consigue. Y lo hace además insertando sus bases en elementos y constantes visuales al cine de nuestros días, sin que ello limite la eficacia de su resultado –aunque bien es cierto que de haber profundizado más en el mismo, quizá ahora estaríamos hablando de un clásico absoluto-. La película se abre con una directa presentación de sus dos protagonistas, un chófer negro –Driss (Omar Sy)- que acompaña a un tetrapléjico –Philippe (François Clouzet)-; admirables ambos. En breves minutos se nos muestra a estos discurriendo en una rápida carrera y desafiando a la policía. Será el pregenérico que nos retrotraerá en flash-back al inicio de dicha relación, que se establece cuando el aristocrático y acaudalado Philippe procedió con sus ayudantes más cercanos, a buscar un nuevo cuidador entre una larga serie de solicitantes. Se nota por la manera con la que es expuesta la secuencia, que es un proceso habitual que casi resulta angustioso para su protagonista. Será el momento –tras una divertida descripción en montaje de diversos candidatos-, cuando aparezca en escena Driss, quien solo ha acudido al anuncio para que le estampen la firma que certifique su visita, una de las tres que necesita para que le concedan el paro.
Sin embargo, contra todo pronóstico válido, y basándose en la intuición del auténtico destinatario de estas ayudas, Philippe elegirá a este para que ejerza como su ayudante, aunque pensando en que no podrá aguantar esas dos semanas de prueba que casi se establecen como apuesta, y que suponemos ha sido moneda corriente a la hora de atender las enormes necesidades de un hombre que siempre ha de permanecer atildado, al tiempo que imposibilitado al más mínimo movimiento y sensación desde la parte superior del cuello hasta la extremidad del pie. Será el inicio de la interacción de dos seres absolutamente opuestos. De un lado el aristócrata, condenado con resignación a sobrellevar una existencia casi espiritual, a sobrellevar una relación epistolar con una mujer que no conoce, ligado a las artes –la música y la pintura-, añorante de la desaparición de su mujer, y padeciendo una hija adoptiva malcriada y dada a todo tipo de excesos. En dicho contexto, desarrollado de forma casi absoluta en la lujosa mansión de este, Dress se enfrentará desde el primer momento a diversos de los condicionantes que le obliga su nueva profesión –tener que limpiar las heces de Philippe-. Sin embargo, poco a poco se establecerá entre ellos ese mágico elemento llamado complicidad. Como si asistiéramos a una humana y mental partida de ping-pong entre el acaudalado impedido y el alegre y sorprendido ayuda de cámara –aún aturdido ante el lujo que le rodea y los métodos a los que se ha de someter-, la película prende fuego a partir de la interacción de estos dos seres, opuestos en caracteres, pero que quizá en esa misma oposición han encontrado esa extraña sensación de necesitarse uno a otro y, lo que es mejor, ver representado en quien tiene enfrente, al ser idóneo para descubrir las flaquezas que portan sobre sus hombros. Así pues, y con un notable sentido de la delicadeza -unido a la cotidianeidad-, a partir de ese momento Philiph irá riéndose e ironizando sobre ámbitos en los que hasta ahora había tenido que asistir –la secuencia de la gala de ópera, su propia y engolada fiesta de cumpleaños-. Por su parte, su nuevo ayudante le empujará a intentar acercarse a esa mujer con la que durante meses ha llevado contacto epistolar, al tiempo que irá puliendo sus modales, sin por ello perder un ápice de frescura, ni olvidar los orígenes que mantiene en su condición de emigrado senegalés.
A partir de la interacción de los dos protagonistas, es donde el film de Nakache y Toledano enfila buena parte de sus armas, acentuando esa combinación de humanidad, ironía y sentido del humor que baña todo su metraje, sin incurrir por fortuna en el sentimentalismo. Esa capacidad para medir de forma acentuada los tiempos, se centra en el acierto con el que se conduce la dirección de actores, la complicidad y química que se establece entre sus dos espléndidos protagonistas, la presencia de una atractiva banda sonora, o la interacción de episodios en los que se aprecia una solución narrativa más serena, con otros en los que la interacción del montaje permite mantener el dinamismo en una historia indudablemente dirigida a todos los públicos.
No obstante, cierto es que en esa combinación de situaciones más o menos cómicas con otras caracterizadas por su dramatismo –esa cita a la que no acude la interlocutora epistolar, provocando una interna amargura a su vivencia cotidiana-, hay episodios en los que se logra transmitir una extraña sensación de felicidad absoluta. Me refiero a instantes como el estallido de Dress bailando un tema del ya mencionado grupo Earth, Wind & Fire, tras hartarse a escuchar música clásica, o a esa sensación de plenitud que brinda el vuelo en esa especie de moderno aparato que ambos practican acompañados –pese a las reticencias del senegalés a efectuarlo, que muy poco después disfrutará de forma plena, con la mirada cómplice de su impedido amigo-. Son instantes en los que la película alcanza esa dificilísima aura de parecer sobrevolar sobre sí misma, logrando una sensación de veracidad y humanidad, y trasladando a la pantalla uno de esos elementos supremos que puede ofrecer el lenguaje fílmico; la sensación de verdad. Será algo que se volverá a percibir en sus pasajes finales, cuando tras una separación entre ambos propiciada por el problema surgido por el hermano pequeño de Dress, Philippe perciba su imposibilidad de vivir separado del que ha sido más que un simple compañero y enfermero. Será él, quien finalmente logre cumplir el deseo implícito del impedido –el encuentro con aquella mujer con la que estuvo durante meses carteándose-, en un relato medido y espontáneo apartes iguales, probando unas fórmulas de aparente fácil alcance, pero más complejas de lo que pudiera parecer a la hora de alcanzar un determinado grado de eficacia. Es indudable que a raíz de su acogida, INTOUCHABLES se erigió no solo como un estruendoso éxito comercial sino, fundamentalmente, como un relato en el que su aura de humanismo, no impide que apreciemos sus valores intrínsecamente fílmicos, basados en recetas conocidas por todos, pero utilizadas en esta ocasión con pertinente agilidad y ensayadas maneras.
Calificación: 3
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