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CINEMA DE PERRA GORDA

LADY WITH A PAST (1932, Edward H. Griffith) [Una mujer con pasado]

LADY WITH A PAST (1932, Edward H. Griffith) [Una mujer con pasado]

De manera lenta pero creciente, la accesibilidad que proporcionan las ediciones digitales, nos van permitiendo ir descubriendo títulos quizá no emblemáticos pero sí representativos de esa corriente denominada precode, en la cual se insertó una concepción temática en títulos de diferentes vertientes –en especial comedias y melodramas-, caracterizados por una libertad en sus propuestas, centradas ante todo en el papel de la mujer y su relación en las relaciones sociales y sentimentales. Ejemplo de este enunciado es el hasta ahora casi ignoto LADY WITH A PAST (1932), dirigida por el apenas reseñado Edward H. Griffith, jamás estrenada comercialmente en nuestro país –digitalmente ha sido traducido literalmente como UNA MUJER CON PASADO-. Un título hasta el momento apenas conocido, que no deberíamos insertar dentro de los más selectos de este enunciado, producido al amparo de la primitiva RKO Pathe Pictures y al servicio de la entonces pujante Constance Bennett –hermana de la posteriormente mucho más reconocida, y valiosa, Joan Bennett-, una de las estrellas del estudio.

En LADY WITH A PAST encarna a Venice Muir, la hija de una de las más respetables familias del New York de su tiempo. Ya los primeros instantes del film, nos describen con ironía el envaramiento que preside la mansión de los Muir, dominado por la actitud imperturbable de la servidumbre, inundando un panorama vital tan acomodado como inane. Venice acude a fiestas invitada por su amiga, pero posee una mala fama dada su educación y dotes culturales –al tiempo que una clara timidez-, que contrastan con el entorno frívolo en el que se definen esas celebraciones en las que caballeros mundanos quedan atraídos por mujeres superficiales –como esa otra invitada de gran fama, debido a que fue sospechosa y absuelta de haber matado a su marido-. Soportando con resignación ese desapego en su atracción hacia los hombres, una noche se quedará sorprendida por la proposición que le ofrece uno de los invitados más solicitados de dichas fiestas. Se trata de Donnie Wainwirght (David Manners), quien hasta el momento siempre ha manifestado ser uno más de los jóvenes que ven en nuestra joven a un auténtico muermo. Sin embargo, en esta ocasión le pillará totalmente borracho, lo que de manera insólita posibilitará un acercamiento hacia Venice, hasta el punto de brindarle a esta que viaje junto a él hasta Paris. La aparente sinceridad de la propuesta convencerá a la muchacha, quien a la mañana siguiente se dará de bruces con que Donnie no recuerda nada de lo vivido la noche anterior, y dejando a esta viajar sola hasta la capital francesa. Una vez allí, seguirá asumiendo la inactividad de su vida social, hasta que en una terraza se produzca un inesperado encuentro con Guy Bryson (Ben Lyon), un joven arruinado en sus negocios, a quien contratará como aparente gigoló, aunque en realidad sirva para poner en “candelero” a la norteamericana, marcando los trucos sociales que la convertirán en apetecible para los caballeros de la sociedad parisina. Poco a poco sus intenciones se convertirán en realidad, logrando que Venice adquiera notoriedad sociedad en la capital del amor, y al mismo tiempo provocando unos nada soterrados celos en Donnie, quien ha viajado finalmente hasta allí.

Cuando hayan leído este somero recorrido argumental, estoy seguro que más de un aficionado haya evocado la figura del director alemán Ernst Lubistch. Y es cierto que en no pocos momentos el visionado del film de Griffith permite añorar la figura del realizador de DESIGN FOR LIVING (Una mujer para dos, 1933). Hay en esta comedia una sensación de no avanzar por encima de determinado límite, tanto en su vertiente de comedia como en el lado transgresor de la propuesta. Pero, si más no, lo cierto es que nos encontramos ante una más que estimable combinación de comedia y melodrama que, de entrada, destaca por una ligereza de tono que si bien puede resultar en nuestros días un efecto de desfase, deviene tremendamente eficaz a la hora de ofrecer un equilibrio en las dos vertientes del relato, no dejando en ningún momento que este caiga en aspectos moralistas ni en crescendos dramáticos –como sí ofrecerían no pocos exponentes servidos por la Metro Goldwyn Mayer-. En su oposición, LADY WITH A PAST aparece liviana en todo momento, aunque pronto destacará por la capacidad de observación que despliega. Una mirada absolutamente demoledora sobre la superficialidad y frivolidad de aquellos primeros años treinta, en donde la alta sociedad norteamericana desahogaba el trauma de la Gran Depresión. Es este uno de los aspectos en los que el film de Griffith revela su eficacia, extendiendo dicha mirada en el retrato de sus principales personajes, comenzando con el de una Venice pasiva e incapaz de salir de las coordenadas en las que ha sido educada, que contrastan con el contexto en el que intenta ocupar cierto protagonismo. La película y, sobre todo, la puesta en escena de Griffith, se centrará en mostrar la importancia que para la joven tienen los espejos, como reflejo de esa otra personalidad que desea a toda costa asimilar. Todo es envuelto con una ágil utilización de la cámara, que demuestra la destreza de su director, evitando mediante el uso de grúas –las que se describen en las secuencias dominadas por la presencia de escaleras-, o una planificación transparente y sencilla, pero en ningún modo dominada por el estatismo que esgrimían no pocas talkies de los primeros años del sonoro.

A partir de la llegada de Venice a Paris, el film asumirá una inflexión más cercana a la comedia, a partir del encuentro con Guy, estableciendo una inesperada y constante impostura que, de manera rotunda, provocará que nuestra protagonista se convierta en una estrella de la sociedad parisina. Será cortejada por varios pretendientes, entre ellos el veterano, elegante y arruinado René, Vizconde de la Thernardhier, que se propondrá en matrimonio como única salida de cara a un futuro temerario, ya que debe devolver el dinero que le prestó su auténtica amante, una mujer casada que se ve en la tesitura de tener que reponer el dinero que logró de manera oscura de su marido. Como se puede comprobar, con otro alcance, la descripción que se ofrece de esa “alta sociedad” es igualmente demoledora, aunque en el conjunto de la misma se ofrezca el reverso de la significación de Venice en su contexto, casi como directa metáfora de esos espejos que tanta importancia han tenido en esos momentos previos de la andadura de la protagonista. Será en esta segunda mitad, donde el film de Griffith alcanza su más altas cotas de interés. Lo ofrecerá esa divertida secuencia –que poco después comprobaremos se trata de un sueño de Venice- en donde se representa un insólito preludio de deseo sexual por parte de esta hacia Guy, interrumpida por la inesperada de Donnie, dando pie a una dilatada pelea entre ambos-, o el que quizá aparezca como el episodio más brillante del relato. Me refiero a la revelación de la real situación de Renee, quien ha ofrecido una fiesta en su lujosa mansión con el único objetivo de convencer a Venice para que se case con él. Con aparente relajación, comprobaremos la verdadera situación que vive el arruinado aristócrata –la conversación que mantiene con su autentica amante-, y la secuencia de petición de matrimonio en el jardín, donde nuestra protagonista le revela que no le ama –un instante de pasmosa sinceridad-, que culminará de manera sorprendente en off con el ruido del disparo, inserto en plena situación de comedia.

El grado de audacia de la película, quedará coronado en su inusual secuencia final, donde apelando de nuevo a la sinceridad de las emociones y contradicciones de los dos protagonistas, se describa un largo paseo entre la nieve de la noche neoyorkina, donde ambos exteriorizarán sus reproches, casi como justificación previa a esa atracción que, en el fondo sienten, y que el orgullo de los dos, unido a los clásicos equívocos del género, culminarán una película de manera inusual, ubicando el “The End” cuando los dos jóvenes se encaminan, resignados, a la vida de matrimonio. Una conclusión subversiva, para una producción que si bien no apura sus posibilidades, si deviene pese al paso de más de ocho décadas, una nada desdeñable frescura.

Calificación: 2’5

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