VENTO DEL SUD (1959, Enzo Provenzale) Viento del sur
Aunque las diferencias sean notorias –y más bien para bien-, lo cierto es que al contemplar VENTO DEL SUD (Viento del sur, 1959), única obra como director del productor Enzo Provenzale, por momentos me recordó la posterior y apenas recordada LA CASA SIN FRONTERAS (1972) de Pedro Olea. Y lo hizo en función de asistir a una historia siniestra y desasosegadora, cerrada en si misma, y ante la que el espectador sabe casi desde el primer momento cual va a ser la conclusión de la misma.
Nos encontramos en ese final de la década de los cincuenta, en la que el cine italiano vivía –como el conjunto de cinematografías europeas- un periodo de efervescencia. Entre el corpus de una producción de altísimo octanaje dentro del cine de géneros, se destilaban otras corrientes inclinadas a la crítica y cuestionamiento de aquellos vicios inherentes a la sociedad italiana. Sería el germen de lo que luego se denominaría “cine político”, poco a poco escorado en una vertiente “de mensaje”, y dejando de lado las virtudes estrictamente cinematográficas que esgrimieron sus primeras muestras. Esta es sin duda una de ellas, y hay que reconocer de partida la vigencia de su enunciado, iniciándose de un modo percutante con la descripción del asesinato de un hombre de manera cruel en la noche de un campo siciliano, sin saber ni quien es la víctima –que implora impotente por evitar su muerte-, ni quienes son sus ejecutores. Muy pronto, tras esa irónica redacción de la crónica periodística que nos enlaza con la figura del protagonista del film, el joven Antonio Spagara (Renato Salvatori). Se trata de un muchacho que se encuentra sin oficio ni beneficio en Sicilia, recibiendo el encargo de asesinar a un viejo noble que reside en una isla, para con ello devolver el favor que le ofrecieran en el pasado oscuros componentes de la mafia a su padre, ya desaparecido. Este se negará a aceptar el envite, pero se verá forzado a ello por la violencia y las amenazas recibidas, viajando hasta dicha isla en calidad de reparador del generador que se ha estropeado –en teoría de manera accidental- en las instalaciones del marqués Macri (Annibale Ninchi).
Al tiempo que conocemos los pormenores de esa espiral en la que irá recayendo nuestro muchacho, la película mostrará la vida interior de la familia del marqués, formada por su hija mayor –Deodata (la intensa Rossella Falk)-, caracterizada por su aspereza y acritud de carácter, y la más joven Grazia (Claudia Cardinale), de personalidad sensible, y añorante de la ausencia de su madre, que se suicidó tiempo atrás. Es en la descripción de ese universo cerrado y opresivo, donde realmente se empieza a percibir el atractivo de VENTO DEL SUD, elevándose por esa cierta querencia al estereotipo que tiene la plasmación de la forzada situación a la que es sometido Antonio para que ejecute ese crimen que finalmente no cometerá. Antes de ello, el espectador se sumergirá en la extraña psicología del viejo marqués –atención a su gestualización elevando el dedo meñique derecho-, aparentemente decidido a denunciar los desmanes de la mafia, pero en el fondo actuando como tal debido a observar un cierto desapego por los lugareños. Será algo que expresará cuando atienda la visita de un viejo y siniestro enviado de la mafia, desarrollándose en la conversación entre ambos una extraña sensación de hostilidad envuelta en aparentes buenas palabras. Será el inicio de la ofensiva contra el marqués, en medio de unos exteriores donde la aridez de la abrasadora climatología meridional es espléndidamente reflejada por la fotografía en blanco y negro de Gianni Di Venanzo –en ella no dejará de tener presencia la descripción de carácter documental del trabajo de los operarios de las salinas del envejecido aristócrata-. Será en ese amplio fragmento, donde de manera paralela podremos observar el agobio existencial vivido por Grazia, sobre todo espoleada por una hermana cruel y sin duda celosa de sus encantos, y los recelos de Antonio a la hora de tener que cumplir con el crimen que se le ha encomendado.
Todo ello propiciará unos instantes magníficos, cuando durante el paseo nocturno del viejo aristócrata, la cámara nos muestre a Antonio, presto a ejecutarlo escondido. El ruido del rifle alertará al anciano –inolvidable su expresión de terror, al intuir que se acerca la hora de su muerte-, al tiempo que contemplaremos la expresión quizá más desoladora del muchacho, quien finalmente renunciará a consumar el crimen, mientras el anciano se aleja sin saber a ciencia cierta lo que ha ocurrido a sus espaldas.
A partir de ese momento, se unirá el devenir de la pareja de jóvenes. Ella decidirá marcharse de su opresivo entorno familiar huyendo de la isla hasta la costa de Sicilia. Lo hará junto a Antonio, sin saber ella que lo hace escapando del cerco que los enviados de la mafia girarán en torno a su persona, y que inicialmente estaba destinado a ser el ejecutor de su padre. Sin pretenderlo, el destino los unirá, en un viaje en el que todos sabemos que la tragedia se cernirá en torno a ellos, aunque se vislumbren en algunos momentos, la claridad del inicio de una relación de futuro. VENTO DEL SUD está dividida en dos mitades. La primera de ellas caracterizada por su aspecto rural, y en la que como antes señalaba el espectador casi llega a palpar la aridez de su orografía, los rostros curtidos de sus habitantes, la sensación de vacío de la población costera en la que las calles se encuentran casi desiertas y acariciadas de manera inclemente por el sol y el polvo. La película ofrecerá un contraste una vez Grazia y Antonio lleguen hasta Palermo, tras realizar el segundo una visita al hogar de su madre. Son elementos en donde el film de Provenzale adquiere una sensación de verdad, por otra parte bastante habitual en el cine italiano que en aquellos años se realizaba. La tipología de sus habitantes, los ecos de una generación traumatizada, la sensación oculta pero perfectamente perceptible, del dominio de todos los elementos de la sociedad italiana por parte de la mafia. En definitiva, configurando un mosaico que por momentos parece asimilar elementos del noir norteamericano –ese coche que nunca dejará de perseguir a Antonio, erigiéndose casi como un símbolo metafísico de la muerte-, y que irá impregnando de una sensación casi asfixiante el devenir de una pareja de jóvenes, a los cuales sus atávicas procedencias impedirán poder disponer de una nueva oportunidad en sus cortas vidas.
Cierto es que en ocasiones se destilan elementos que más adelante cobrarían fuerza en otras muestras de este cine de denuncia social –curiosa es la presencia de Elio Petri en la nómina de argumentistas-, como ejemplifica la caracterización del enviado de la mafia encargado de implicar a Antonio en este indeseado encargo que marcará su destino –lo impostado de su bigotillo y su propio argot-. Pero no es menos cierto que su metraje concluye de manera percutante, con las armas del mejor drama italiano, describiendo el sacrificio de Grazia por esas escaleras que la cámara del realizador ya había anunciado en su planificación, o la sequedad con la que se plasmará el asesinato del protagonista que, una vez más, será despachado de manera simple en la crónica periodística.
Calificación: 3
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