DAWN AT SOCORRO (1954, George Sherman)
Pasan los años, poco a poco se van redescubriendo algunas de sus obras, pero el grueso del cine de George Sherman sigue siendo un interrogante. ¿En realidad se trata de un cineasta de tan poca valía, como señalan Tavernier y Coursodon en su imprescindible “50 años de cine norteamericano”, o quizá he tenido la relativa suerte de haber contemplado algunas de sus mejores obras? El hecho de que estas coincidan en mi valoración con la de los valiosos analistas, me pone en cierta prevención. Sin embargo, su mirada sobre DAWN AT SOCORRO (1954) aparece bastante limitada –aunque en modo alguno negativa-, aunque personalmente la sitúe entre ese notable grado de atractivo que se extiende al resto de títulos suyos ligados al western que conozco de Sherman. Es su cine el que se centra en una mirada limpia, que no rehuye ni la violencia ni el conflicto, pero que se establece dentro de un extraño grado de serenidad. De mirada ante la intrahistoria del Oeste, donde el atavismo del pasado y la recurrencia a lugares en los que la presencia hispana deviene de importancia.
Todo ello se reproduce en esta singular variación del famoso duelo en O.K. Corral, con un Doc Holiday transmutado en la figura del respetado jugador y pistolero Brett Wade (una notable composición de Rory Calhoun). La película adquiere un extraño tinte de leyenda, iniciado con el espectacular cromatismo de esos cielos que muestra la fotografía de Carl Guthrie en los propios títulos de crédito, que abren el relato a un cielo de extraña blancura, tras el que la cámara descenderá hasta el juego de unos niños con pistolas de madera, introduciendo la narración en off de un anciano personaje, años atrás testigo de la cruenta situación que se produjo en la pequeña localidad de Lordsburg. Allí una confluencia de situaciones favorecieron una serie de crímenes, ligados en torno a la figura de Wade, a los componentes de la familia Ferris, a Dick Braden (Brian Keith), dueño de un casino de Socorro –localidades ambas ubicadas en Nuevo Méjico-, a la joven Rannah Hayes (Piper Laurie), desahuciada por su propio padre- y, finalmente, Jimmy Rapp (Alex Nicol), un pistolero revestido de cierto sentido de la ética. Personajes todos ellos que se entrecruzarán en un momento en el que Brett decide dejará atrás su pasado, a partir del instante en el que un médico le examina de una vieja herida mal cicatrizada en su pecho, detectando una tuberculosis que se curaría viajando hasta otra zona con clima opuesto. De entrada, Sherman acierta –con la ayuda de la ambivalencia que le proporciona la performance de Calhoun-, a la hora de describir este personaje elegante y bien vestido, encaramado a la madurez –esas canas que surcan sus sienes- y de gustos refinados. Uno de los instantes más sorprendentes de la película, y me atrevería a señalar que el que le permitiría formar parte de la pequeña historia del género, es la elección dentro de la fiesta que organiza –bajo la denominación de “funeral”-, de interrumpir los temas tradicionales al piano, interpretando ante los presentes uno compuesto por Bethoveen-. Wade abandonará la población –y, con ella, intentará dejar atrás su pasado-. Sin embargo, el viaje a Sonora no solo lo impedirá, sino que le permitirá acercarse a una pasajera de la diligencia, la mencionada Rannah, que incluso en un ataque a este en una taberna, le llegará a salvar la vida. La llegada a Socorro irá estableciendo una espiral de tensión en el relato, en el que la decepción contemplada por el protagonista, cuando compruebe que la joven se ha situado como empleada de Braden –esta le había señalado que se comprometía con él en matrimonio-, la espera de Rapp para liquidar en duelo a Wade, y los nervios del sheriff Cauthen (el siempre impagable Edgar Buchanan), irán deslizando el discurrir de este notable exponente del western, hasta una espiral de tensión que se describirá en su tercio final, y la descripción de ese inevitable duelo entre nuestro protagonista y Rapp, en el que se conjugarán del mismo modo los intereses de Braden, y que con facilidad podríamos ubicar entre lo mejor jamás filmado por este realizador, al tiempo que una de las confrontaciones más percutantes de la historia del género.
Lo cierto es que DAWN AT SOCORRO se beneficia de entrada en el gusto por el detalle impuesto por su director. A poco que se contemple con el debido interés, todos sus movimientos de cámara obedecen a acciones determinadas, y brindan elementos complementarios cara a enriquecer la entraña dramática de su conjunto. Sus escasos ochenta minutos de duración, y su propia consideración como una producción de serie B de la Universal –muy prolija en esos años con su inclinación por el cine del Oeste, dentro de la apuesta por los géneros populares-, permite a George Sherman ofrecer un relato tenso y elegíaco al mismo tiempo, en el que adquiere una especial importancia lo afilado de sus diálogos, el peso de las miradas, las pequeñas acciones de sus personajes –esa botella de reconstituyente que Rannah ofrecerá al enfermo protagonista, y que al final aparecerá como la metáfora de su definitiva reconciliación- o la fuerza de sus primeros planos, insertos casi como estallidos emocionales dentro de un discurrir de modales educados, pero tensa dimensión interior. Todo ello confluirá en un admirable tercio final, en el que la decisión última de Brett de quedarse en Socorro durante una noche, devendrá un admirable episodio de enfrentamiento inicial con Braden en su propio casino, ganando una fuerte suma de dinero en la ruleta, y dirimiendo finalmente a las cartas quien será el dueño de dicha fortuna. La admirable dosificación de su montaje –esos planos que muestran el discurrir de las manecillas del reloj-, la ubicación de los actores dentro del encuadre –la turbación de Braden, situado en primer término, y en apariencia cenando con tranquilidad, escuchando las incesantes ganancias de las apuestas de Brett; las miradas de Jimmy, siempre a la espera; los nervios del sheriff-, marcarán un fragmento majestuoso, exteriorizando una catarsis que aparecerá como irremediable ante un protagonista que deberá enfrentarse a su pasado de pistolero, para lograr dejar atrás, siquiera sea de manera trágica, ese ayer demasiado cercano, en el que la violencia y las conquistas han marcado a un hombre curtido, al que esa enfermedad y el encuentro con una joven despreciada por su progenitor, pueden brindar una nueva oportunidad vital. El duelo aparecerá magistralmente narrado, con una precisión en su montaje inusual, culminando con una impresionante picado la dramática y casi irrenunciable demostración del pistolero que a partir de ese momento logrará liberarse de los fantasmas del pasado.
Seguiremos acercándonos al cine del prolífico George Sherman, intentando resolver el interrogante de la valía de su cine, que contemplado en dosis, no deja de proporcionarnos constantes y pequeños placeres.
Calificación: 3
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Luis -