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CINEMA DE PERRA GORDA

THE BIG SHAKEDOWN (1934, John Francis Dillon)

THE BIG SHAKEDOWN (1934, John Francis Dillon)

THE BIG SHAKEDOWN (1934) es la última película dirigida por John Francis Dillon, un realizador por completo desconocido en nuestros días –no hace demasiado, se ha editado digitalmente otro de sus títulos; MILLIE (1931)-, pero que atesoró a sus espaldas una filmografía de más de cien títulos, ahondada en pleno periodo silente –en donde por lo general firmó con el nombre de John Dillon-. Su inesperada muerte en dicho año, a los cuarenta y nueve años de edad, quizá nos privó de una andadura posterior que hubiera desarrollado una obra de relativo calado. Y es que dentro de las relativas convenciones que aparecen en este relato de poco más de una hora de duración, se destilan los suficientes elementos que delatan a un cineasta inventivo, capaz de emerger de la base de un argumento interesante, que además potencia con no pocos destellos de realización. La película se inicia, con la descripción de esa farmacia que ha montado con su esfuerzo el joven Jimmy Morrell (un Charles Farrell ya sin el encanto que desprendía en los célebres melodramas silentes de Frank Borzage), y en la que se encuentra como dependiente su novia Norma Nelson (una jovencísima Bette David, que ilumina con su presencia la película). Muy pronto se plantea con agudeza la vivencia de las estrecheces de la “Gran Depresión”; el niño que ve como su menguado presupuesto se ve mermado por el impuesto para el gobierno que ha de abonar por el cucurucho de helado que finalmente irá al suelo, o la clienta que compra a crédito. Con apenas pocos planos, el espectador percibe un panorama dominado por la carestía, que agobiará a la joven pareja de novios, pese a lo cual rechazarán la propuesta de comprar otra marca de cerveza, o incluso vender el local a unos inversores que desean adquirirlo por un precio mucho más bajo del previsible –personajes de los que ya luego no tendremos noticias-. Con la anuencia de una base argumental en la que se encuentra el experto Niven Busch, pronto se nos adentrará al mundo del peligroso Dutch Barnes (un Ricardo Cortez que no cabe duda sirvió de posterior inspiración a Humphrey Bogart). Barnes comanda un gang destinado a la venta de una marca de cerveza, percibiendo muy tarde que se encuentran superados por otra marca de la competencia que ha logrado extenderse. En una casual visita a la farmacia, trabará contacto con Morrell, de quien descubrirá su facultad para recrear medicamentos en base al manejo de las fórmulas magistrales.

El encuentro permitirá que Barnes recree un complejo de fabricación inicialmente de una marca de entifrico, que extenderá mediante sus hombres y fórmulas de extorsión, a todas las farmacias. Pese a sus reticencias y, sobre todo, las de su novia, Morrell aceptará entrar en se mundo, adentrándose en una peligrosa dinámica que cada vez considerará más inaceptable. Cuando en ella se plantee incluso llevar a la ruina a la Sheffner Drug Company, Jimmy intentará despegarse de estas falsificaciones, aunque la carencia de una personalidad más acusada permitirá que la perseverancia del gangster pueda con él, casándose la pareja de novios. No obstante, la presión de Barnes a la hora de instar a Jimmy a que falsifique un estimulador cardiaco, será el detonante para que en sus propias carnes este sufra la consecuencia de la trágica pérdida del bebe que esperaba de Norma. A partir de ese momento, la excesiva cordura de Jimmy –que previamente ha sido sometido a tortura por parte de los esbirros de Barnes-, pasará a exteriorizar el lado oscuro de su personalidad, enfrentándose contra el delincuente, aunque en ello le ayude de manera inesperada el desahuciado magnate de la empresa farmacéutica que ha quedado en quiebra.

Son varios los elementos de interés de la función. De un lado esa mirada inicial que describe con presteza el contexto urbano de la “Gran Depresión”, por medio de trazados muy breves pero de notable contundencia. Por otro, que duda cabe, el sentido del ritmo que alberga una película que sabe encontrar un lugar propio dentro de la primitiva Warner, combinando elementos prestados de géneros contrapuestos, y logrando en su conjunto una amalgama cuando menos apreciable. En ello, tendrá bastante que ver la mirada irónica que se brinda al contexto del gang de Barnes, proporcionando a sus personajes un matiz incluso burlesco en ocasiones –la manera con la que contemplamos al final de la película, el destino de algunos de ellos condenados a trabajos forzados, resignados en su propio y poco estimulante futuro-. Por momentos, parece que estos aparezcan recién salidos de la irónica pluma de Damon Runyon, y unidos al carisma que despliega Cortez en su rol de jefe del mismo, ofrece al relato una sensación de inmediatez que aún hoy, más de ocho décadas después de su realización, se mantiene vigente.

Sin embargo, lo más valioso de una película que, en cualquier caso, entra dentro de las posibilidades y limitaciones de la producción de serie B de la época, reside a mi juicio en la inventiva que Dillon demuestra en no pocos instantes, rompiendo con la rigidez que podía imperar en un título de estas características, y superando por supuesto las convenciones que extiende su pareja protagonista. A esa precisión del montaje, habitual por otro lado en el estudio, hay que destacar el recurso del director por rápidas panorámicas que sirven para entrelazar no pocas de sus secuencias, la querencia por el inserto o los planos de detalle, el atractivo uso de las sombras para representar amenaza, la recurrencia a la violencia que describe el percutante asesinato de Lily (Glenda Farrell), cuando esta aparece como colaboradora con la compañía afectada y es testigo de la policía, despechada con Dutch que la ha sustituido por otra amante, o la secuencia de tortura de Jimmy, bastante inhabitual en el cine de la época. Nada será más demoledor, sin embargo, que el insólito episodio en el que se describirá la liquidación del delincuente, empujado a una inmensa barrica de ácido.

Calificación: 2’5

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