ANGEL BABY (1961, Paul Wendkos)
No resulta nada descabellado calificar ANGEL BABY (1961, Paul Wendkos), como un ELMER GANTRY (El fuego y la palabra, 1960. Richard Brooks) de la serie B. Cabe pensar que ante el éxito de la adaptación de la novela de Sinclair Lewis, la Allied Artists auspició está revisitación del universo del evangelismo en el el Sur de Estados Unidos. Para ello, se tomó como base una novela de Elsie Roakes Barber, planteando lo que a mi modo de ver supone una recreación hasta cierto punto pirotécnica, de un contexto en el que solo en determinados momentos se apuesta por la entraña de sus personajes, antes que en la expresión de un ámbito en donde el sentido del espectáculo y la credulidad de sus espectadores, ahoga cualquier elemento de sinceridad. Desde el primer momento, ANGEL BABY enseña sus credenciales. Su condición de producto directo y conciso. De melodrama presto a plasmar un submundo en el que la represión y la falsedad, apenas se envuelven con las costuras de una histérica religiosidad. Sus primeros compases nos describen los métodos del joven Paul Strand (un esforzado pero como siempre, poco cinematográfico, George Hamilton). Dominando la escena de una carpa de evangelistas, y facultado con dotes de sanador –una de las facetas más equívocas de la función-, lo veremos en los primeros instantes del relato, exteriorizando esa visión de la religiosidad, que en el fondo se encuentra alejada a una mirada más positiva y abierta de la divinidad. Sus shows en la carpa evangelista, se encuentran dirigidos en especial por su esposa Sarah (Mercedes McCambridge), varios años mayor que Paul, a quien descubrió en un coro y adiestró para que realizara esa profesión de fe a lo largo y ancho del Sur de Estados Unidos. Junto a elles se sitúan sus dos fieles ayudantes, los ya veteranos Mollie (Joan Blondell) y Ben Hays (Henry Jones) –que cuatro años antes también compartieron reparto en la magnifica WILL SUCCESS SPOIL ROCK HUNTER? (Una mujer de cuidado, 1957. Frank Tashlin)-, un matrimonio conocedor de los entresijos del mundo al que forman parte, pero que asumen como algo que se encuentra en su ámbito de creencias.
Un día acudirá a una de esas convocatorias, acompañada de su madre, la joven Ángel (Salome Jens), que desde los ocho años se encuentra sin poder hablar, debido a una situación traumática vivida con su padre, ya fallecido. La intervención de Strand le devolverá el habla, en un momento de gran excitación colectiva. Poco después, atendiendo a una extraña percepción vivida por Mollie, se incorporará al círculo de participantes activos de las demostraciones religiosas urdidas por Sarah y protagonizadas por su joven marido. Lo que en principio aparecerá como un aliciente suplementario a unas manifestaciones perfectamente organizadas, pronto devendrá en un inevitable acercamiento entre dos jóvenes que comparten atracción y sintonía. Algo que Sarah vislumbrará con facilidad y al mismo tiempo recelo, aprovechando la pelea mantenida entre su esposo y el jactancioso novio de Ángel –Hoke Adams (un Burt Reynolds en su primer rol en la gran pantalla)-, para lograr su objetivo; que la muchacha abandone el entorno en el que la cercanía a su esposo puede propiciar que su matrimonio –desde el primer momento sostenido sin una base en el que la sexualidad se hiciera presente entre ambos- se frustre. Para ello, dejará que sus dos fieles ayudante acompañen a Angel, quien iniciará su periplo como evangelizadora sin mucho éxito, desarrollando una penosa experiencia, en la que la ausencia de público irá acompañada por la carencia de donativos. Inesperadamente, el encuentro con el dueño de un local dedicado a espectáculos –Sam Wilcox (Roger Clark)-, supondrá un impulso decisivo para la tarea de una muchacha que cree en lo que expone, y a la que tan solo le falta la facultad de sanar, que casi demandan a gritos sus seguidores más acérrimos, una vez su fama se haga extensiva, debido a la campaña de promoción de Wilcox. Este llegará a preparar un falso milagro, que la propia Ángel creerá verdadero, iniciando una espiral de falsas expectativas entre sus parroquianos, que intentarán frenar Ben y Mollie, acudiendo hasta Paul. Este viajará hasta el lugar donde la muchacha va a realizar su sermón, y en donde se ha preparado otro falso milagro. Será demasiado tarde.
ANGEL BABY se beneficia de ese sentido de la inmediatez propio de buena parte de las producciones de la Allied Artists, a lo que ayuda de forma poderosa el vigoroso y contrastado blanco y negro, formulado por Haxkell Wexler y Jack A. Marta. Señalan las crónicas que la película contó con la presencia como director en algunas de sus secuencias, no acreditado, de Hubert Cornfield. Y es cierto que su discurrir acusa cierto desajuste, entre pasajes dominados por una cierta tendencia al histerismo visual –centrado ante todo en la descripción de las convocatorias religiosa, y la presencia de primeros planos de sus devotos, e incluso en la descripción que se ofrece de los rasgos cuestionables, en los roles interpretados por Mercades McCambridge o incluso el neófito Burt Reynolds. Se percibe una falta de sutileza en este sentido, que justo es reconocer en algunos de sus episodios, si se muestra. Serán secuencias intimistas, en las cuales se establece lo mejor del film, y en la que se transmite una sinceridad en el interior de ese veterano matrimonio que ha vivido años y años dentro de estos fenómenos religiosos, conociendo sus entresijos, pero al mismo tiempo creyendo en la sinceridad de sus planteamientos y fórmulas. O en la complicidad que se establecerá entre Paul y la protagonista del film, viéndose ambos como una nueva luz. Para él, después de años casado por circunstancias con una mujer a la que nunca ha amado como tal, y para ella la oportunidad de acercase a un ser sensible, después de una vivencia que se intuye dominada por traumáticas experiencias.
Así pues, el film de Wendkos adquiere cierta fuerza en sus elementos visuales, mientras que deja entrever sus limitaciones a la hora de trasladar un argumento escasamente sutil. Esa cierta valía que alberga en su ya señalada fuerza visual –que no narrativa-, la capacidad que alberga en describir su inmediatez como crónica en determinados momentos –esa imaginería destrozada que aparece en sus últimos minutos, tras el caos provocado en el interior de la carpa de Ángel-, no permitirá ocultar ciertas lagunas -¿qué fue del personaje de la madre de la protagonista?-, la escasa pedagogía que se ofrece en la diferenciación entre predicadores y sanadores, o esa debilidad final, planteando un extraño milagro como catarsis del relato. En cualquier caso, con todas sus carencias ANGEL BABY queda como una pequeña crónica, de un tiempo determinado en el cine, en donde películas de bajo presupuesto podían establecerse como denuncia de los peligros de la sociedad de su tiempo –como acertó a plasmar Roger Corman en la coetánea THE INTRUDER (1961)-.
Calificación: 2
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