EQUALS (2015, Drake Doremus)
Es indudable que una de las mayores lacras que ha sufrido el cine fantástico de la última década, ha sido la perniciosa influencia que sobre parte de sus exponentes, ha tenido la tan exitosa como blanda e insufrible saga de adaptaciones de la novelista Stephenie Meyer, iniciadas con TWILIGHT (Crepúsculo, 2008. Catherine Hardwicke). Además de trasladar a la pantalla una pléyade de jóvenes y en su gran parte lamentables intérpretes, recuperó un blando y caduco romanticismo de fotonovela jumentil, que se ha extendido como peligrosa mancha de aceite como aval de éxito comercial, en numerosas muestras del género, tengan éstas algo que ver con universos sobrenaturales, o ligadas a la ciencia-ficción. Junto a esa molesta influencia ocurrió otro fenómeno, este mucho más minoritario, en el que reconozco me encuentro en minoría a la hora de su apreciación; destacar que pese al influjo de dicha corriente, aparecieron algunos –no demasiados, todo hay que decirlo- títulos, que fueron injustamente menospreciados, precisamente por que en su aspecto exterior albergaban inequívocos ecos de dicha temible referencia, no sabiendo detectar en ellos su cómputo de cualidades. Entre ellos, me gustaría citar THE HOST (La huesped, 2013), un exponente que prolonga el interés de la trayectoria del demasiado olvidado Andrew Niccol. Y a ellos, se sumaría EQUALS (2015), la primera de las obras del californiano Drake Doremus que he tenido ocasión de contemplar. No es, sin duda, la única influencia que asume –ligada ante todo con la presencia de Kristen Stewart en el reparto-. Es más que evidente que retoma elementos de la admirable GATTACA (Idem, 1997. Andrew Niccol), en esa visión de un futuro cercano dominado por la deshumanización.
En este caso, se nos presenta un nuevo ámbito de convivencia, que aparece como consecuencia a una grave y cercana situación bélica acontecida en la tierra, siendo este el único ámbito que ha logrado sobreponerse, y erigiéndose como un modelo de civilización. Amplias y frías edificaciones y dependencias, moradores todos ellos dispuestos en plena salud, vistiendo de manera uniforme con colores claros, y estando caracterizados por la carencia absoluta de emociones. Este será el contexto en el que se nos presentará a Silas (Nicholas Hoult), un joven totalmente integrado en su cometido como ilustrador en unas modernas dependencias, desde donde mediante pantallas se apercibirá de esas realidades paralelas que la sociedad en la que le ha tocado vivir –cómoda pero al mismo tiempo insensible el sentimiento humano-, dejando en un muy segundo término, aunque sotto vocce se plantee la búsqueda de la realidad última, en un intento por mantener la búsqueda de la trascendencia. Ese contexto de rutina existencial, será el que brinde a nuestro protagonista la percepción de los síntomas de lo que en su sociedad se denomina “SOS”, y que no será más que la presencia en su interior de los sentimientos y emociones consustanciales hasta esa nueva configuración de colonización, en el ser humano. Desde su creciente desesperación, Silas se apercibirá de que una compañera de trabajo –Nia (Kristen Stewart)- padece una serie de síntomas que le inducen a pensar que también padece la misma situación médica que él. Aunque ella lo niegue inicialmente, pronto se establecerá entre los dos seres la confianza… y el amor. Un sentimiento en absoluto permitido en una sociedad alienada, que ha impuesto como enfermedad, aquello que en el pasado aparecía como lo más definitorio del ser humano. La imposibilidad de la pareja protagonista, de poder normalizar esa atracción que ambos se profesan, se verá transformada en una existencia en la que escondan sus auténticos sentimientos. Algo que cada día aparecerá más complejo, naciendo en ellos la posibilidad de huir de aquel contexto tan impoluto como carente de la más mínima humanidad, aunque su destino sea un territorio sobre el que les lleguen nada halagüeñas referencias.
No cabe duda que al contemplar EQUALS aparecen no pocas referencias al universo de la excelente y ya mencionada GATTACA. Pero no dejan de aparecer ecos de referentes tan ilustres dentro de la ciencia-ficción cinematográfica, como podrían ser el METRÓPOLIS de Fritz Lang, SOILENT GREEN (Cuando el destino nos alcance, 1973) de Fleischer, o incluso FARENHEIT 451 (Idem, 1966) de Truffaut. Con ellas comparte la plasmación de un futuro más o menos cercano, en el que predomina la forzosa y deliberada ausencia de la humanización de hombres y mujeres, inmersos en contextos sociales sin duda delimitados por un interesado ámbito totalitario. Será el contexto en el que Doremus se inserta, plasmando inicialmente una puesta en escena descriptiva y minimalista, centrada en su tercio inicial, en la plasmación de esa rutinaria y fría cotidianeidad de esa convivencia cómoda, fría y carente de sentimientos. Casi a modo de ritual, descubriremos de la manos de Silas ese ámbito laboral, en el que manera íntima se acercará hacia Nia, observando ciertos indicios que le hagan pensar que padece ese síntoma que es definido como un estigma social y médico. Contemplará incluso detalles inquietantes –un posible suicidio, una pareja que es detenida-, sin intuir ni la razón de dichas circunstancias ni, lo que es peor, estas se incorporarán en la peripecia posterior de su protagonista. Llegados a este punto, el realizador encuentra un aliado de excepción en la entrega y sensibilidad que imprime, plano a plano, un magnífico Nicholas Hoult –heredero generacional de intérpretes como Christian Bale-, quien sabe aportar a su rol la contención, la mirada curiosa y, finalmente, la pasión y la angustia de su evolución posterior. Es más, su entrega le permite alcanzar una insospechada química con la Stewart, tanto en ese creciente acercamiento pasional entre ambos, como en la vivencia conjunta de ese intento de huída.
En líneas generales EQUALS fue recibida con abierta hostilidad, desde su estreno en el Festival de Venecia –quizá un marco no muy adecuado para producciones de estas características-. Estoy convencido que una vez más, no se ha sabido mirar con la debida inocencia, el valor y la hondura de esas imágenes inicialmente frías –dominadas por fríos colores blanquecinos- poco a poco inundadas por el trasgresor amor brindado por dos jóvenes, que descubrirán casi a pesar suyo, la esencia y motor del ser humano, coartado en un ámbito existencial dominado por un oculto sentido del control emocional. Es cierto que en ocasiones el relato incurre en ciertos esteticismos, pero no por ello hemos de dejar de poner en valor el aporte de cualidades, de emociones, de angustias apenas expresables, en un contexto tan aparentemente limpio como en definitiva opresivo, vivido por una pareja que busca algo tan sencillo, como en dichas características, censurado por una autoridad que aparece siempre sugerida y, por ello, especialmente amenazante. La película culminará con un leve indicio de esperanza, erigiéndose como una muestra más de esa ciencia-ficción adulta, que viene enriqueciendo el género en los últimos tiempos, y a la que el hecho de buscar elementos que la acerquen a públicos juveniles, no debe ser valorado más que como estrategia, jamás puesto en oposición, a la hora de analizar sus resultados.
Calificación: 3
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