THE BLACK CAT (1941, Albert S. Rogell) El gato negro
Sería digno de un pequeño estudio, intentar analizar el escaso éxito que albergó en la Universal, la plasmación de exponentes de cine de terror, caracterizados por un enfoque paródico. Me atrevo a señalar que pese a su condición casi de culto, generada por la casi canónica THE OLD DARK HOUSE (El caserón de las sombras, 1932. James Whale), ni siquiera un referente tan señalado, aparece como esa producción en la que el estudio por excelencia a la hora de consolidar la producción del género, reviste un especial interés. Nos tendríamos que remontar a la silente y extraordinaria THE CAT AND THE CANARY (El legado tenebroso, 1927. Paul Leni), para encontrar quizá, la que siga siendo la mayor aportación de esta vertiente, junto a la muy posterior THE COMEDY OF TERRORS (La comedia de los terrores, 1964. Jacques Tourneur), dentro de este subgénero, acompañados muy de cerca, por THE VAMPIRE KILLERS (El baile de los vampiros, 1967. Roman Polanski), YOUNG FRANKESTEIN (El jovencito Frankenstein, 1974. Mel Brooks) y THE FRIGHTENERS (Agárrame esos fantasmas, 1996. Peter Jackson). Sin embargo, es mucho más común encontrarse en el emblemático estudio, con espúreas aportaciones dentro de dicho ámbito paródico. Es más, uno se queda con el elemento transgresor que anima en la atractiva SON OF FRANKENSTEIN (El hijo de Frankenstein, 1939. Rowland V. Lee), antes que en productos que directamente se insertaban en el elemento humorístico, que tuvo en Universal su expresión más popular –y al mismo tiempo olvidable-, con la realización de aquellas lamentables comedias de horror, basadas en cócteles de monstruos, y protagonizadas por los abominables Abbott y Costello.
Dentro de dicho ámbito, evocar THE BLACK CAT (El gato negro, 1941), dirigida por el prolífico y apenas conocido –intuyo la escasa valía del conjunto de su aportación- Albert R. Rogell, de entrada cabe desligarla por completo de la previa y reputada THE BLACK CAT (Satanás, 1934. Edgar G. Ulmer), a la que le une sin embargo una circunstancia; utilizar de manera muy libre, casi como una simple referencia, el relato corto de Edgar Allan Poe. En esta ocasión, la película –de muy escueta duración, que por otro lado aparece casi excesiva- se centra en la mansión de la anciana Henrietta Winslow (Cecilia Loftus), ubicada en un bosque, caracterizada por su aspecto gótico y decadente, y dominada por la presencia de esos gatos que esta mantiene como parte importante de sus vidas. Sus familiares –entre los que podemos adivinar la presencia de un joven Alan Ladd, poco antes de consolidarse como estrella del noir- se encuentran deseando que esta fallezca, aunque la visita del doctor certifique que milagrosamente esta se está reponiendo. Todos ellos en realidad esperan la lectura del testamento de la anciana, al objeto de conocer que les ha concedido en herencia. Cuando Henriette retorne con sus familiares, no se recatará en anunciar el contenido de sus últimas voluntades, insertando una extraña tensión entre todos ellos, estando como están en ocasiones enfrentados entre sí. Sin embargo, poco después lo que aparentaba un contexto más distendido, muy pronto adquirirá un carácter trágico, con la muerte por envenenamiento de la anciana, iniciando una espiral de siniestras circunstancias, contando con la presencia de Gil Smith (Broderick Crawford) y el atontado Mr. Penny (Hugh Herbert), encargados de establecer oferta de compras, tanto a la mansión, como a los propios objetos y antigüedades que esta alberga.
Caracterizada por una atmósfera que, a fin de cuentas, ha venido siendo el elemento más atractivo de las producciones de horror emanadas en Universal en aquellos años –no dudo que reutilizando una escenografía reutilizada de títulos precedentes-. Todo ello ligado a la presencia de la típica iconografía del género –presencia de tormentas-, y el impagable aporte que proporciona la presencia de Stanley Cortez como operador de fotografía. Se trata, indudablemente, de la base más sólida, en una película que funciona apelando exclusivamente al contraste y sucesión de estereotipos, en una amalgama ciertamente poco afortunada, de la cual no puede desprenderse casi en ningún momento su metraje, hasta el punto de condenar literalmente a la mediocridad su conjunto. Llegados a este punto, las mejores propuestas dentro de la parodia del cine de terror, en sus diferentes variantes, contaban con un elemento casi indispensable; el logro de un equilibrio entre la dispar graduación de sus elementos originarios del género, y el componente paródico. Es algo que, por desgracia, se ausenta casi por completo en esta, con todo, modesta película, percibiéndose con claridad que la incorporación de un supuesto elemento o giro, en realidad enturbia el posible grado de atmósfera o interés generado en la secuencia inmediatamente precedente. Es por ello que en ningún momento la película alcanza la más mínima continuidad como tal ejercicio paródico ni, lo que es peor, como simple propuesta narrativa.
Así pues, THE BLACK CAT aparece como otro espectáculo de barraca de feria emanado por un estudio, que ya no sabía como plantear propuestas de género dotadas del más mínimo interés, en el que veremos tormentas, crímenes, pasadizos, telarañas y falsas sospechas, combinadas con torpes elementos cómicos, que en líneas generales, adolecen de la más mínima gracia. Es cierto que en algunos momentos, el uso de la escenografía del interior de la mansión, ayudado por la iluminación de Cortez, proporciona algún instante inquietante, como lo ofrece el episodio de conclusión, descrito en un recinto provisto de una cámara de incineración, y dominado por la presencia de la figura escultórica de un gato, proporciona cierta atmósfera al relato. Son, no obstante, pequeños apuntes, en lo que en última instancia queda definido como un mediocre vodevil de intriga y suspense, en el que nada aparece armonizado y casi todo, por el contrario, entorpece la más mínima efectividad, a una de las propuestas del género más olvidables de su tiempo.
Calificación: 1
0 comentarios