THE LAST OF SHEILA (1973, Herbert Ross) El fin de Sheila
Al margen de que sus resultados no acompañen y apuren sus posibilidades, no es menos cierto que THE LAST OF SHEILA (El fin de Sheila, 1973. Herbert Ross), aparece como una película singular. Singularidad que queda marcada ya de entrada en el hecho de partir de un guión del compositor y músico Stephen Sondheim y el actor Anthony Perkins. Con ellos, aparece una película que podría definirse como una mezcla entre las adaptaciones de Agatha Christie, ciertos ecos de los dramas psicológicos surgidos a partir de las obras de Joseph Losey con guión de Harold Pinter, y una impronta visual que contiene algunos de los defectos más caducos del cine de su tiempo, unido a una dirección artística muy propia de aquellos primeros setenta –en la que participó el posterior director Joel Shumacher-. Lo cierto es cualquier aproximación a esta tan curiosa como en definitiva limitada película, ha de efectuarse intentando comprender ese cúmulo de referencias. Rasgos que en unos ámbitos refuerzan sus posibilidades, y en otros la caducidad de una producción, que es evidente necesitaba de unas manos mucho más diestras y menos complacientes, que las del siempre discreto Herbert Ross, tan popular en su momento –acababa de salir del rodaje de PLAY IT AGAIN, SAM (Sueños de seductor, 1972), como poco recordable en nuestros días-.
Una secuencia pregenérico, describe la muerte por atropellamiento tras una lujosa fiesta, de Sheila, la esposa de un conocido productor de Hollywood –Clinton Green (James Coburn)-. Ha pasado un año desde el trágico hecho, y Clinton ha decidido reunir a una serie de amigos, a un crucero de una semana por la costa francesa, con la secreta intención de poner en práctica un siniestro pasatiempo, que le permitirá conocer al autor de la muerte de su esposa, cuyo caso fue cerrado por las autoridades. Entre ellos, se encontrarán guionistas, starlets, aspirantes todos ellos dentro del mundo del cine, y que se someterán, entre resignados y reticentes, a un constante juego, en el que no faltarán las humillaciones, por parte del demiurgo dueño del yate. Sin embargo, en un momento dado la prolongación del mismo les levará a un monasterio abandonado, ubicado en una isla, donde el propio Clinton morirá asesinado. Lo que supuestamente se planteaba como una prueba llena de atmósfera, cobrará un tinte trágico, que casi forzará a los invitados a intentar averiguar entre ellos, no solo al culpable de la muerte de Sheila –que pronto comprobarán ya tenía en mente el asesinado-, sino el propio causante de la del propio productor.
Lo señalaba al inicio de estas líneas, THE LAST OF SHEILA parte de la premisa de un juguete de intriga, siguiendo los parámetros de las adaptaciones de la escritora Agatha Christie. Apenas un año antes de la reedición cinematográfica que brindó MURDER ON THE ORIENT EXPRESS (Asesinato en el Orient Express, 1974. Sidney Lumet), el film de Ross aparece casi como una avanzadilla de lo que sería un ciclo encubierto, que se prolongaría hasta la década de los ochenta. En ese sentido, uno echa de menos la agudeza de charadas como las que ese mismo año planteaba el Joseph L. Mankiewicz / Anthony Shaffer de SLEUTH (La huella, 1973). En este caso, y pese a dicho carácter de avanzadilla en ambientación contemporánea, lo cierto es que el film de Ross diluye su efectividad en un mero juguete de intriga, lastrado en cierto modo por ciertas debilidades visuales y, lo que es peor, por esa querencia casi obligada en el subgénero, que nos llevará a sucesivas revisiones de un determinado hecho, en función del aporte de uno u otro testigo. Es algo que en este caso tiene un episodio un tanto molesto, al reiterar de manera casi enervante, los puntos de vista subjetivos, a la hora de plasmar la impresiones de todos sus protagonistas, en ese episodio que ha costado la vida al magnate cinematográfico que los reunió. Más aceptables y pertinentes aparecerán diversos breves flashbacks, que aparecerán como pequeñas pistas y evocaciones, a la hora de describir las siniestras circunstancias vividas en el yate, que costarán una vida más –la de la esposa del guionista encarnado por Richard Benjamin-.
En cualquier caso, si por algo debería ser mínimamente recordable THE LAST OF SHEILA, se expresa sin duda por la capacidad satírica que plantearon los artífices de su planteamiento dramático, a la hora de plasmar en sus personajes, una venenosa mirada en torno a las miserias inherentes al universo de Holywood. Esa fauna de fracasados, medradores, estrellas sin talento, envidiosos e hipócritas, que se define en el conjunto de personajes de la película, sí que es cierto que trasciende la caducidad de una propuesta que apenas tiene vigencia como tal film de intriga, pero que afila sus garras, a la hora de exteriorizar los demonios de unos seres que, si más no, y aunque la realización no apure sus posibilidades, plantean un cierto grado de credibilidad y hondura satírica. Llegados a este punto, no cabe duda que el duelo final que se establece entre el gran James Mason y un sorprendente Richard Benjamín, que sabe aguantarle el pulso, además de brindarnos la medida de lo que podía haber dado de sí el conjunto, y mostrar la solución a una intriga que ha ido creciendo en su alcance trágico, por momentos llega a plantear el suficiente veneno en un juego de humillaciones creativo y personal, en esos momentos, absolutamente memorable. Los minutos finales, y la feroz ironía que despliega la inserción de la foto de los invitados al crucero, con el fondo de la estupenda canción de Bette Midler Friends, son sin duda inesperados aliados, para que se recuerde quizá mejor de lo que merece, una película, sí, curiosa, sin que ello la haga emerger de su generalizada discreción.
Calificación: 2
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