CRIME WAVE (1954, André De Toth) Ola de crímenes
Como sucedía con buena parte del cine inscrito dentro de los parámetros de la serie B, hay dos formas de apreciar CRIME WAVE (Ola de crímenes, 1954. André De Toth). Una de ellas sería la asumida por los espectadores de la época. Es decir, contemplarla como un sencillo y al mismo tiempo tenso policíaco, desarrollado en una clara unidad de acción, que describía además una historia con pocas agarraderas y elementos complacientes, ni siquiera para los seguidores del género. Pero hay otra lectura, seguro que mucho más cercana a los intereses de su veterano realizador, que ya en ocasiones precedentes –y no hay que remontarse para ello más que a PITFALL (1948)-, había demostrado su mirada disolvente en torno a esa nueva sociedad que iba consolidándose en la Norteamérica enclavada en los ecos ya tardíos de la II Guerra Mundial, la vivencia del maccarthysmo y un marco de progreso en el que deseaban insertarse esas jóvenes familias que iban formándose en dicho contexto. No cabe duda que De Toth tenía muy presentes dichas consideraciones –como tantos otros cineastas europeos integrados en el cine de Hollywood-, a la hora de plantear este título de bajo presupuesto, rodado en apenas catorce días, en donde renunció de antemano a contar en el reparto con Humphrey Bogart y Ava Gardner. Atinado criterio para lo que, en definitiva, se erige como el retrato de un extraño triángulo, en el que se expresa la lucha de sus tres principales personajes, por integrarse en el sendero de estabilidad que marcaban los cánones de un contexto social tan sereno en su apariencia, como convulso en su fuero interno.
CRIME WAVE cuenta el intento desesperado del reformado ex convicto Steve Lacey (Gene Nelson), por poder vivir una segunda oportunidad quebrada por su pasada actuación al margen de la ley. Una intención en la que tendrá una aliada casi obsesiva en la figura de su esposa Ellen (Phyllis Kirk) y que, por contra, asumirá un poderoso opositor en la actuación del arrogante teniente Sims (Sterling Hayden). La acción tendrá su inicio en plena noche de Los Angeles, con el asalto de una gasolinera por parte de tres fugados de la prisión de San Quintín. En el suceso será asesinado un policía, encargándose Sims de las investigaciones. Este, con tanta astucia a la hora de asumir los gajes de su oficio como amargura interior, mostrará una personalidad que oculta un enorme grado de frustración, y pronto descubrirá los indicios que le permitan conocer la identidad de los asaltantes –con un botín de apenas ciento cuarenta dólares-, en el seno del grupo de convictos. A partir de ese momento, estrechará su cerco en el joven Lacey, que trabaja como mecánico de aviones, pero a cuya juventud acompaña un carácter débil, incentivado además por la certeza de que, tarde o temprano, sus antiguos compañeros de tareas delictivas iban a volver a encontrarse con él, a modo de inevitable fatum. Es a partir de dicha situación, cuando la actuación de Sims lo convertirá en un curioso precedente del Quinlan wellesiano, no dudando en utilizar malas artes, e incluso jugar con la seguridad de los personajes que rodean dicho contexto –entre ellos, el joven matrimonio protagonista-, para lograr con ello sus objetivos de detener a los responsables del asalto, que tienen previsto efectuar un golpe más ambicioso, huyendo tras él de las fronteras estadounidenses.
En realidad, la película de De Toth interesa no por lo que cuenta –una historia competente, deliberadamente vulgar, del género-, sino la manera con la que a través de la misma traza una mirada desasosegadora y nada complaciente del contexto en el que se inserta la misma. Una visión en la que habrá que destacar en primer lugar su unidad de acción. Esta se desarrolla en pocos días, pero su singular resolución -la detención de tres días de Steve se formula de forma elíptica- le permite parecer descrita en una sola noche. Junto a ello, el director encuentra un aliado de excepción en el operador de fotografía Bert Glennon, que brinda a sus imágenes una textura oscura y sombría, casi pesadillesca, que tendrá su principal foco vector en la agresiva manera con la que ilumina el despacho del teniente Sims –estoy seguro que la manera en la que se proyecta la figura del excelente Hayden en estas secuencias y la configuración general de su personaje, influyeron de manera consciente su elección para protagonizar el posterior THE KILLING (Atraco perfecto, 1956) de Kubrick-. Esa elección premeditada es la que, por encima de otras consideraciones, proporciona a CRIME WAVE su definitiva personalidad, incluso dentro de su filmografía, pero al mismo tiempo marca la voluntad del realizador de transgredir los marcos genéricos en que se inserta, trasladando una ficción que sirve para expresar una situación límite en sus personajes –tal y como sucedería en la posterior y excelente THE DAY OF THE OUTLAW (1959), una de las cimas de su obra-. De Toth demostró de nuevo su pericia en la descripción psicológica de sus personajes, que son expuestos en la película con mano casi maestra. Es algo que ratificará la angustia que preside el personaje del débil Steve –impecable la elección del inexpresivo Nelson para ofrecer el retrato de un personaje pasivo y superado por su pasado-, cuando en plena noche recibe esas llamadas telefónicas que sabe a ciencia cierta proceden de sus antiguos compañeros de fechorías. Será una pericia que también trasladará al retrato de su esposa –estupenda Phyllis Kirk-, a quien definirá como una mujer calculadora y absorbente, bajo su perfil de perfecta esposa norteamericana –sus miradas y actitudes cuando su esposo es utilizado por policías y compañeros delincuentes, son reveladoras a este respecto-. Esa capacidad tendrá su máxima expresión en la composición, entre lo brutal y lo casi existencial, que Sterling Hayden compone de ese policía, quien bajo su aparente búsqueda de la justicia esconde la frustración por no haber tenido otro recorrido vital –es revelador a este respecto ese gesto final en el que, por un momento, renunciará a portar un mondadientes en su boca, disponiéndose a fumar un cigarrillo que pronto advertirá está roto, volviendo al instante a retomar una costumbre que le acompañará siempre-.
Sórdida y angustiosa por momentos, desprovista del más mínimo glamour en su trazado, inclinada a una narrativa áspera –la presencia de leves contrapicados en su desarrollo-, destacada en esa visión que ofrece de una cotidianeidad urbana de la que sabe extraer su visión sombría y menos complaciente, CRIME WAVE ofrece un compendio de lugares y situaciones, reveladoras de las intenciones de De Toth, a la hora de hora de mostrar ese grito desesperado de sus dos protagonistas masculinos –Lacey y Sims, opuestos en sus personalidades-, por luchar contra el papel que el destino ha brindado para ellos. Procedente de una historia en la que intervino como guionista el siempre reivindicable Crane Wilbur, provista de una sólida galería de secundarios –Ted de Corsia, un juvenil Charles Bronson-, me quedo sin embargo con la figura y el tratamiento que en el film adquiere Otto Hessler (un memorable Jay Novello). Se trata de un médico venido a menos, ayudante en el pasado de estos criminales, y de alguna manera consciente de que su andadura por el mundo se encuentra en su tramo final. Será uno de los “cebos” que utilizará Sims después de haber ayudado al herido en el asalto inicial. En el encuentro que el policía mantendrá con el doctor –quizá la única secuencia en la que la película muestra cierta comprensión, en torno a la figura de este hombre acabado-, Hessler se negará a delatar a ninguno de los delincuentes –“no invito a señuelos”-, confesando con lucidez el lugar a que ha quedado relegado en la vida –“dormir” a perros que acompañaron a familias acomodadas-.
Oscura como pocas, desoladora en su visión de esa oscura mirada de la cotidianeidad urbana, CRIME WAVE es una prueba más de la madurez y conocimiento de la ambivalencia latente en el ser humano, que caracterizó el cine de André De Toth. Por eso, aún concluyendo el relato de forma positiva para el matrimonio protagonista –inserto además en un liberador amanecer-, no cuesta pensar que la tensa situación vivida va a suponer un punto de inflexión en su futuro sin recurrir a conclusiones moralistas.
Calificación: 3
0 comentarios