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CINEMA DE PERRA GORDA

THE LAST PICTURE SHOW (1971, Peter Bogdanovich) La última película

THE LAST PICTURE SHOW (1971, Peter Bogdanovich) La última película

Pasan los años, y THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971), sigue siendo una obra que aparece en una doble frontera. Una frontera interior, al describir con tanto afecto como desencanto, un tiempo de cambio, de ruptura con el ayer, en una colectividad en la que apenas hay lugar para la felicidad. Pero al mismo tiempo, esta conmovedora y al mismo tiempo intimista obra de Peter Bogdanovich, se inserta y describe esa frontera que estaba viviendo el propio cine norteamericano. Ambas vertientes se perciben, se sienten casi, en la adaptación de la novela de Larry McMurtry, experto conocedor de los claroscuros del sur norteamericano. En esta ocasión además, su novela partiría de matices casi biográficos, describiendo con ello un relato de tintes dolorosos, provisto de numerosas capas y matices, que habla de la llegada a la madurez, de la frustración, del fin de un tiempo y, sobre todo, y ese es su grado de universalidad, que trasciende al aparente localismo de su base argumental, del desencanto de la propia existencia humana.

Todo ello sucederá en Anarene, una pequeña localidad de Texas, en el inicio de la década de los cincuenta del pasado siglo. Un lugar que parece estar envuelto en una cierta aura fantasmagórica, dominado por esos vientos que arrastran polvo y matojos, como si en sus anchas e inactivas calles se haya detenido el tiempo. Será el contraste que ofrecerá un pueblo casi muerto en vida, en el que sus moradores desahogan su frustración en torno al sexo. Un elemento este, que definirá de manera muy especial los jóvenes que, al menos de manera superficial, proporcionan un grito casi agónico de vida a un lugar abocado a la desaparición. Entre ellos, Sonny Crawford (Timotty Bottoms) y Duane Jackson (Jeff Bridges), ambos estrechos amigos, se erigirán involuntariamente como sus principales representantes. Muy pronto a su través, contemplaremos las rutinas y costumbres de los habitantes de la población, definiéndose en todos ellos una creciente aura de asumida insatisfacción, como si para ellos no existiera alternativa de vida. Sin embargo, entre la juventud de la localidad, muy pronto advertiremos esa determinada subversión al conformismo de sus adultos. Y es algo que se manifestará en una soterrada implicación del desarrollo de su sexualidad, que el atavismo del entorno y sus gentes, nunca dejará de aparecer como algo oculto y nunca liberador. El gran acierto de esta obra mayúscula –a mi juicio, la mejor película rodada en la década de los setenta-, estriba en que esa mirada crítica, se imbrica con una textura tan dura como conmovedora. Tan áspera a la hora de describir un contexto tan hostil como esos exteriores agrestes, casi perdidos en el fin de mundo, como emocionante hasta la lágrima, en aquellos instantes en las que sus seres se despojan de la máscara a las que les ha condenado un entorno tan insatisfactorio. Esa imbricación, es la que produce la maravillosa alquimia de una obra que lleva aparejada desde el momento de su estreno el marchamo del clásico. Una película que supo transmitir con nostalgia, pero al mismo tiempo con distancia, una mirada colectiva, que al mismo tiempo se nos aparece cercana y sincera al espectador. Bogdanovich consiguió con ello su inesperada perdurabilidad cinematográfica, con una obra total, en la que todos y cada uno de sus personajes, devienen humanos y creíbles, puesto que el cuidado que logran los responsables de la película, sabiendo transmitirlos de la base literaria de la que proceden, es la de buscar esa letra pequeña. Esas acciones cotidianas, esas miradas, esos desencantos, esos pequeños oasis de felicidad. Esos recuerdos de tiempos en los que la vitalidad suponía un referente lleno de fuerza –ejemplificado en la figura de Sam el león (Ben Johnson)-, que lamentablemente se ha ido desgajando de un pueblo al que ni siquiera la presencia de esa juventud, vitalista y al mismo tiempo incómoda sobre el contexto opresivo y carente de futuro en el que viven, permite vislumbrar la más mínima esperanza.

Dura y sin concesiones, THE LAST PICTURE SHOW posee, sin embargo, el hálito sincero y cercano de las historias pobladas de seres auténticos. No importa que su background sea más o menos destacable. Lo realmente magnífico de su fauna humana, es que la manera con la que se plantea cinematográficamente, y al mismo tiempo encarnada por sus actores, reviste un asombroso grado de autenticidad. Esa cercanía, ese tu a tu de todos y cada uno de sus personajes, incluso aquellos que puedan resultar más lejanos o incluso desagradables, son los que en su conjunto, permiten que la mirada brindada por Bogdanovich, aparezca tan creíble. Credibilidad que surgirá a la hora de mostrar una sexualidad, siempre revestida como un elemento oscuro y casi vergonzante, aunque en la realidad, los habitantes de Anarene lo hagan parte de sus vidas, sin evitar camuflarlo como algo vergonzante. Pero esa credibilidad se mostrará al vivir la amistad, el reconocimiento, el cariño que aparece en un momento determinado, o también la inmadurez y el resentimiento. Como buena parte de las grandes obras maestras que el cine ha legado, la película es una mirada sobre las grandezas y las miserias de la propia existencia. Por encima de sus peculiaridades, lo cierto es que una mirada más distanciada, permitiría trasladarlos a cualquier ámbito, sin desvirtuar la esencia de sus personalidades. Y es ahí, donde realmente su discurrir, en apariencia perezoso, prende de inmediato en el espectador, haciendo cercanas esas andaduras vitales, a primera instancia desprovistas de la menor épica, pero quizá por ello más cercanas al entorno de la cotidianeidad. Para ello, Bogdanovich tuvo el acierto –al parecer, siguiendo el consejo de Orson Welles-, de rodar sus imágenes en blanco y negro, de la mano de Bruce Surtees, en una de las más pregnantes, evocadoras y físicas iluminaciones en blanco y negro que recuerdo. Sirviéndose de esa vigorosa arma visual, su realizador articula una planificación, en la que no excluye, antes al contrario, la fuerza de unos primeros planos, que sirven para potenciar la expresividad de sus intérpretes, basando buena parte de la efectividad del drama, en la fuerza de sus rostros, que cabría extender en la de roles y presencias episódicas, en la que abundan rostros curtidos y avejentados, e incluso también presencias jóvenes, incidiendo en esa sensación de autenticidad que marcan todos y cada uno de sus seres.

En cualquier caso, antes lo señalaba, creo que el gran tema oculto de THE LAST PICTURE SHOW, es el de la búsqueda del amar y ser amado. Esa frustración en el encuentro con los afectos, es algo que ligará el devenir cotidiano de todos los seres que pueblan sus imágenes. Desde ese Sonny, que describe de manera habitual su mundo interior y su tristeza, y que encontrará un inesperado asidero en la esposa de Ruth Popper (Cloris Leachman), esposa del profesor de educación física, y mujer sensible abocada a la madurez. Amor será el que buscará Duanne, aunque se obceque en su pasión por la joven Jacy (Cybil Shepperd), quien provocará, en ocasiones sin buscarlo, la pasión en torno a los jóvenes de los que se rodee, aunque en realidad, ella misma sufra la misma insatisfacción emocional. Esa sensación de relaciones no correspondidas, se trasladará incluso al pasado, al ayer de la ciudad, por medio del recuerdo del viejo Sam, que en un momento dado mantuvo una relación –oculta mientras viva- con Louis Farrow (Ellen Burstyn), la madre de Jacy. Así pues, si algo percibimos en esta mirada, envuelta en esos exteriores polvorientos de una población casi fantasmagórica, se detiene en la letra pequeña. En las expectativas y los sinsabores que compartimos con esos seres corrientes y cotidianos, deseosos de sentimiento y frustrados en sus existencias diarias. Un ámbito en el que aparecerán instantes en donde lo confesional, trasciende y dota de lirismo a sus imágenes, como es el caso de la célebre secuencia ante el pantano, en la que Sam se confiesa ante Sonny. Sin embargo, THE LAST PICTURE SHOW adquiere una propia especificidad narrativa, en la que funcionan, paradójicamente, ciertas imperfecciones técnicas, que con el paso del tiempo, proporcionan a su expresión visual, una asombrosa sensación de veracidad. Es curioso señalar dicha circunstancia, pero es que nos encontramos ante una película que en numerosas ocasiones emociona o conmueve. Que nos deja en sus momentos más hondos con un nudo en la garganta. Esa aura de autenticidad, de saber penetrar en el alma de su galería humana, es la que permite emocionarnos. Lo haremos con el citado Sam, no solo en esa ya señalada escena ante el pantano, sino en todas aquellas que describen su relación con Sonny, incluida la última que mantendrá con este y con Duane, cuando estos se marchan de juerga a México, y que la cámara del cineasta despedirá con un leve travelling frontal, que prácticamente nos anunciará su muerte. Por ello, la secuencia de su funeral, descrita con pequeños planos impresionistas, inciden en la dolorosa y compartida tristeza del momento.

Pero esa emotividad, se extenderá en secuencias en apariencia caprichosas, como el lamento de la veterana cajera del cine que le ha legado tras su muerte Sam, que decidirá cerrarlo por la ausencia de espectadores, precisamente con la proyección de RED RIVER (Río rojo, 1948. Howard Hawks). Lo cierto es que nos encontramos ante un relato, en el que las referencias a la música dietética propia de aquel tiempo, o la ingerencia de la televisión de los usos y costumbres norteamericanos, incluso en los ámbitos rurales, aparece como elemento determinante en la vida diaria. Nos encontramos, asimismo, acaso con uno de los mejores repartos colectivos jamás alcanzados en la pantalla. Hay en la conjunción de sus intérpretes, una rara y profunda sensación de identificación con sus respectivos roles, que se transmite al espectador, con una comunión de cercanía y complicidad, sin por ello perder en ningún momento su efectividad en su engranaje dramático. Sin embargo, en un conjunto en el que Ben Johnson y Cloris Leachamn alcanzaron sendos Oscars de la Academia de Hollywood, y en el que el joven Jeff Bridges recibió una nominación, siempre he pensado que el autentico alma de THE LAST PICTURE SHOW reside en la mirada triste, en el alma noble y al mismo tiempo doblegada, de un excepcional Timothy Bottoms, brindando bajo mi punto de vista una de las interpretaciones más libres, profundas y conmovedoras al mismo tiempo de la Historia del Cine. Recordemos el electrizante instante en el que Sonny descubre la muerte del pequeño Billy (Sam Bottoms, hermano de Timothy), arrastrando su cadáver entre el polvo de la calle –en una secuencia que Bottoms asumió sin haber ensayado previamente, en una toma única-, Su inusual relación con Leachman, propondrá el que para mi supone el instante más memorable, de una película pródiga en ellos –ese plano sostenido y con leve grúa ascendente en el exterior de la fiesta, en la que ambos finalmente se besan por vez primera-, como esa catarsis final del reencuentro entre ambos, donde quizá se vislumbre tanta pesadumbre como una muy débil luz de esperanza, en medio del inclemente y tórrido vendaval que envuelve la vida diaria de Anarene.

Íntima y lacerante. Honda y cotidiana al mismo tiempo. Delicada y áspera. Imperfecta y certera, como una flecha en el corazón. Ante las imágenes del film de Bogdanovich, uno siente muy cerca de su alma, que el cine en ocasiones describe estallidos de verdad. Este es uno de los ejemplos más memorables de ello y, por supuesto, una de las películas de mi vida.

Calificación: 5

6 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

En mi opinión, estamos hablando de una de las cumbres del cine. A su lado, todo palidece. Pero quiero recordar que Bogdanovich tiene un debut espléndido; TARGETS. Otro título magnífico y apenas evocado; SAINT JACK. Y obras valiosas y frescas, como ¿QUÉ ME PASA, DOCTOR? o LUNA DE PAPEL. Dentro de las oscilaciones y decadencia en su obra, creo que TEXASVILLE es un interesante 'remake' de THE LAST PICTURE SHOW. Evidentemente, no llega ni de lejos a su altura, lo cual no me impide reconocerle sinceridad e interés.

pepe gomez -

Sin duda una magnifica película. a mejor de su director...con diferencia. Su secuela es bastante floja.

Sevisan -

Tienes razón, no he debido mostrarme tan negativo. Cuando nos gusta una película es lógico querer compartir nuestro entusiasmo, y, cuando no nos gusta, no tiene objeto pregonar nuestro desagrado. Te pido excusas y te envío un saludo.

Juan Carlos Vizcaíno -

Amigo Sevisan ¿Si tan seguro estás de tus apreciaciones, por que te molestan las mías? En cada película hay tantas apreciaciones como espectadores la contemplan, y para mi el film de Bogdanovich es uno de los que más me conmueven de cuantos he visto en mi vida ¿Hay algo malo en ello? Para ti serán otros, tan respetables como este. Un abrazo.

Anónimo -

Leer "comentarios laudatorios".

Sevisan -

Me parece que te hss pasado con tus comentarios laudatotios. Esta película se encuadra en una corriente de moda en el Hollywood de la época: adolescentes descubriendo la sexualidad, nostalgia por el pasado del cine americano (acentuada en ete caso por un "verista" blanco y negro), etc. Todo ello envuelto en un tono blando y autocomplaciente. Bueno, a lo mejor me he pasado yo y reconozco que es una película estimable, pero en ningún caso es una obra maestra.