WEST OF ZANZIBAR (1928, Tod Browning) Los pantanos de Zanzíbar
1928 es un año crucial para la Historia del Cine. En su discurrir se encuentra y percibe una asombrosa madurez de un lenguaje propio, que ya intuía la prematura y quizá inoportuna llegada del sonoro. Un adelanto técnico que truncó la necesaria serenidad visual, que en su defecto se truncó en un obsesivo predominio del lenguaje hablado, por medio de aquellas temibles talkies. Pero no adelantemos acontecimientos, ya que nos encontramos en un limitado ámbito, sobre el que florecieron un admirable ramillete de obras maestras, que avalaron ese estado de gracia que albergaba el arte cinematográfico. A mi modo de ver, Tod Browning albergó un año antes la que quizá siga siendo su más valiosa obra silente -THE SHOW (El palacio de las maravillas, 1927)-, y en 1928 se encuentra su mítico título perdido, sobre el que se especula tanto, hasta el punto de intuir que pesa sobre él más la leyenda de lo inalcanzable, que la previsible valía de su resultado. Me refiero a LONDON AFTER MIDNIGHT (La casa del horror), de la que firmó un remake sonoro con la irregular, pero nada desdeñable MARK OF THE VAMPIRE (La marca del vampiro, 1935). Ese mismo 1928, rodaría WEST OF ZANZIBAR (Los pantanos de Zanzíbar), penúltima de sus colaboraciones con el actor Lon Chaney, y que viene a erigirse como quizá de manera inconsciente, como un auténtico resumen de lo que hasta entonces había definido el estilo temático y fílmico del cineasta, centrado de manera especial en su colaboración con un intérprete tan magnífico como personalísimo en sus performances en la pantalla. Partamos de la premisa de la errónea adscripción de Browning como especialista del cine de terror, antes habría que situarlo como uno de los grandes practicantes del drama bizarro. En realidad, sus películas por lo general orillan por completo cualquier atisbo sobrenatural, plasmando por el contrario dramas desgarrados, a partir de cuyo tratamiento de la imagen y desaforada adscripción dramática, asumen esa sensación abigarrada, excesiva y casi pesadillesca que, a fin de cuentas, fue la que ha permitido que su cine permanezca vigente hasta nuestros días. A partir de esa base, preciso es reconocer que en WEST OF ZANZIBAR se da cita una especie de mirada recopilatoria en torno a ese mundo reiterado por Browning título tras título. A saber. De entrada, permite a Chaney recrear uno de sus personajes torturados. Ese mago Phroso -nombre que será recuperado por Browning en su posterior y magistral FREAKS (La parada de los monstruos, 1932)-, enamorado de manera tierna de su amada esposa, a quien utiliza en un truco que simula recuperarla de la muerte. Sin embargo, ella ama secretamente a Crane (Lionel Barrymore), aunque no se atreve a revelar al mago sus auténticos sentimientos. Una vez este descubre el engaño se peleará con su rival en el amor, quedando paralítico en una pelea, y huyendo los dos amantes. Son estos unos primeros minutos magistrales, llenos de fuerza expresiva, que concluirán con uno de los instantes más hermosos de la película; aquel en que el ya paralítico Phroso contempla a su amada muerta ante el altar de una iglesia, teniendo al lado una niña, que considera fruto de su nueva relación -ya que ha transcurrido margen de tiempo desde que ella lo abandonara-.
Podría pensarse a tenor de lo descrito, que nos encontramos ante una obra admirable. No es así; lo que contemplaremos posteriormente nunca llegará a este nivel. Ello sin embargo no impide reconocer la valía de esta película, que de manera elíptica nos traslada a varios años después, cuando el torturado protagonista se traslade hasta Zanzíbar, al objeto de llevar a cabo su venganza contra Crane, a quien culpa de la muerte de su amada. Ello permitirá a su realizador, trasladarnos a un entorno oscuro, asfixiante e inquietante. A pesar de ser secuencias rodadas en estudio, el espectador siente en carne propia esa asfixia de un mundo atrasado y grotesco, dominado por las crueles supersticiones de los indígenas, en donde todo el mundo se siente vigilado -ese indígena que en todo momento otea el interior de la cabaña de nuestro protagonista-, y en el que nuestro protagonista recibe el apelativo de “Piernas muertas”, desplegando su coreográfico y al mismo tiempo patético sentido del movimiento -permitiendo por otro lado las habilidades de Chaney-. Este no cejará en su empeño a la hora de vengarse de Crane, buscando para ello a la joven y ya crecida Maizie (Mary Nolan), a la que ha recogido tras encontrarse en un burdel. Sin embargo, una inesperada sorpresa romperá sus planes. En el instante en que esta sea presentada ante su rival, él le señalará carcajeándose que en realidad es hija de Phroso. Es el momento en que para él, el odio y el afán de venganza se vislumbrará inútil, apareciendo el recuerdo del ser a quien amó, cuyo fruto tiene delante de sí mismo. Ello no evitará la muerte de su rival, pero sí aparecer la conciencia de lo inútil de su comportamiento. Sin embargo, todo parece ya tarde. Las supersticiones de los lugareños apelan a la muerte de la muchacha, que ha visto por otro lado en el fiel ayudante de Phroso -Doc (Werner Baxter)-, un inesperado encuentro con una nueva forma de vida, carente de sordidez y, sobre todo, un encuentro con el amor.
A partir de ese momento, aflorará en el vengativo mago, la necesidad de una catarsis que busque una redención personal, que pase necesariamente por su sacrificio, no sin posibilitar todos sus esfuerzos para que esa hija hasta entonces lejana a su mundo, pueda ser salvada del sacrificio. Una vez más, el cine de Browning no se medirá a través de la pertinencia de sus argumentos. Y sí, por el contrario, con la intensidad con la que se entregaba a unos desaforados dramas, que en sus mejores momentos dejaban entrever la escuela adquirida en el cine de Griffith. WEST OF ZANZIBAR es una muestra evidente de ese mundo intenso, desgarrado y personal, que articuló buena parte de lo mejor de su cine.
Calificación: 3
3 comentarios
JORGE TREJO RAYON -
Juan Manuel -
Juan Manuel -