A MIRACLE CAN HAPPEN (1948, King Vidor & Leslie Fenton) [Una encuesta llamada milagro]
Hay no pocas ocasiones en la historiografía cinematográfica, en la que aparecen títulos cuyas circunstancias de gestación o de propio origen de su propia existencia, deviene más importante que los propios resultados obtenidos. El caso de A MIRACLE CAN HAPPEN (1948, King Vidor & Leslie Fenton), es uno de esos ejemplos paradigmáticos de conjunción de talentos, puestos al servicio de un producto insólito, por momentos brillante e incluso sorprendente, y en otros quizá irregular, conformando ante todo una de esas rarezas surgidas en el seno de la United Artists, generalmente amparadas bajo iniciativas de intérpretes. Es algo que, punto por punto, aparece en esta comedia de episodios, en la que aparecen como productores el actor Burgess Meredith y la mítica figura de Benedict Bogeaus, uno de los últimos reyes de la serie B. Pero no acaban ahí los ingredientes de partida de esta singular comedia, en la que destaca el aporte de un insuperable reparto, en una película que asimismo asume en su propuesta argumental, con figuras como el escritor John O’Hara o el aún poco reconocido Arch Oboler.
Pero más allá de su punto de partida, hay otra extraña circunstancia en torno a su exhibición, ya que la copia que comentamos, jamás estrenada comercialmente en España, supone la que se estrenó inicialmente, muy pronto modificada en el primero de sus episodios, por otro protagonizado por Dorothy Lamour, titulando el producto final expuesto ON OUR MERRY WAY. Extrañeza tras extrañeza, en un conjunto que indudablemente acusa una cierta irregularidad, que no siempre alberga un necesario equilibrio, pero que aparece como una extraña apuesta de comedia, en unos años donde el género vivía una cierta transición, tras la culminación del periodo Screewall, hasta que años después emergiera la renovación que culminó en el último periodo dorado para la misma. A MIRACLE CAN HAPPEN, versa fundamentalmente en torno a la influencia de la presencia del niño en la vida de los adultos, plasmada a través de tres historias plasmadas en la pantalla, en torno a la azarosa historia de Oliver Peasse (Meredith), un pobre hombre urbano, que bien podría ser uno de los muchos herederos del James Murray de THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928. King Vidor). Casado con Martha (Paulette Goddard), engaña a esta sobre la auténtica realidad de su paupérrima profesión, señalando que es periodista, aunque en el rotativo que trabaja, se encarga del anónimo departamento de objetos perdidos. Su disyuntiva se planteará en la posibilidad de convertirse, al menos por un día, en el denominado “reportero errante”, convenciendo al director del rotativo, para que encuentre una de serie de experiencias personales, que servirán para ratificar una pregunta que le ha sugerido su esposa, destinada a revelar la importancia que la presencia de un niño, haya podido tener en su vida.
King Vidor es el realizador de estas secuencias de enlace, caracterizadas por una planificación ágil y siempre revestida de un matiz irónico, en las que estará presente la complicidad de Meredith, llegándose a utilizar en diversas ocasiones la mirada del intérprete a cámara, buscando una identificación con el espectador, y distanciándose al mismo tiempo del supuesto dramatismo de una situación, que la intención del cineasta potencia en su mirada desenfadada, quizá en algunos instantes con cierta sequedad, y acompañado de roles secundarios de marcado alcance caricaturesco –ese gangster que sigue a Oliver para cobrarse una deuda de carreras que mantiene-. La casi angustiosa situación que vive, le hará ir buscando testimonios, al objeto de encontrar en ellos diferentes respuestas a la pregunta planteada. La primera de dichas historias, nos trasladará al entorno de dos arruinados componentes de una banda musical –encarnados por James Stewart y Henry Fonda-, que intentarán ver en la figura del atolondrado hijo del alcalde de la población a la que han recalado con su desvencijada tartana, con el objeto de que el padre convoque un concurso musical de talentos, concluido en otorgarle el premio al vástago y, con ello, alcanzar la estabilidad laboral de la que hasta el momento carecen. Durante muchos años leí que el episodio estaba firmado por King Vidor, aunque informaciones más recientes, señalan que fue realizado por George Stevens e incluso con escenas firmadas por John Huston, ambos sin acreditar. Y la verdad es que resulta creíble dicha afirmación, si recordamos que Stevens –diestro en el aporte con la comedia-, fue uno de los realizadores que se familiarizó en el rodaje de títulos protagonizados por la inmortal pareja de Laurel & Hardy. Es algo que podemos percibir en la propia configuración de su pareja protagonista, en la que la semejanza con la idiosincrasia con el célebre dúo cómico es más que notoria. Ello propiciará una segunda parte realmente divertida, descrita en el desarrollo del concurso, donde todos los trucos dispuestos por los músicos para evitar que gane una lanzada y atractiva trompetista, no dejarán de provocar carcajadas, en la más estricta estela Slapstick.
A continuación, el interés de la propuesta se elevará considerablemente, con el episodio protagonizado por Charles Laughton, encarnando a un sacerdote que percibe el rechazo de sus cada vez más escasos feligreses, al no conseguir empatizar con ellos. Fruto de una enorme desazón decidirá renunciar a su puesto, abandonando el mismo dejando una carta, e insertándose en medio de una tormenta. En la misma, contemplará repentinamente a un extraño niño, que le avisará de la necesidad de su ayuda, en la casa donde vive. Allí será recibido por su ama de llaves, llevándole hasta el dormitorio de un hombre irascible, que al parecer se encuentra sometido a la angustia de un cercano fallecimiento, pero que en todo momento mostrará su rechazo hacia el hecho religioso. La actitud decidida del pastor, brindará en el enfermo una insólita catarsis, que surtirá incluso efectos terapéuticos, y una extraña sensación de placidez espiritual. Ello servirá el religioso como elemento para confirmar su vocación, acrecentada al conocer realmente quien era el niño que se había encontrado unos minutos antes. Nos encontramos ante un relato admirable, descrito en voz callada, tan solo perjudicado por algunos excesos en el –por otra parte- valioso trabajo de Laughton –los instantes en que da rienda suelta a su lectura de las sagradas escrituras-. Vidor logra describir una pieza que alberga ecos de Americana, preocupado por los gestos de sus personajes, dentro de una modulación intimista, que revalida la sensibilidad de un cineasta, que supo entender la entraña interior de un pequeño relato, en el que los pequeños gestos y la modulación de sus personajes, parecen adquirir por momentos una extraña mezcla de cotidianeidad y trascendencia.
Tras la excelencia del segundo episodio, es indudable que el último de ellos –dirigido por Leslie Fenton-, se caracterice por una ostensible merma en su interés. Su planteamiento parece retomar el universo del escritor O. Henry, al describir las penalidades de dos ex reclusos –Fred McMurray y William Demarest-, que para su mala fortuna se toparán con un insoportable niño que no dejará de someterles a crueles bromas. De nuevo aparecerá esa querencia por el Slapstick, con momentos divertidos, personajes hilarantes –el desquiciado tío del muchacho- y una inesperada conclusión. Sin embargo, echaremos de menos una realización menos plana, que pudiera potenciar ese caudal de nonsense que alberga su premisa argumental.
En cualquier caso, con A MIRACLE CAN HAPPEN, uno se queda con la extraña sensación de asistir a una rareza. Un producto tan desigual como atractivo, que aparecían entonces casi como extremos en medio de una producción de Hollywood aún encaramada en el seno de las majors. En su oposición, nos encontramos ante una propuesta colectiva, equidistante entre la serie B y la pura experimentación, en la que el aporte de su cast deviene elemento esencial de su propia existencia.
Calificación: 2’5
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JORGE TREJO RAYON -