THE STEEL TRAP (1952, Andrew L. Stone) Trampa de acero
Dentro de la ingente aportación del thriller en los años cincuenta, existe una corriente secundaria, que asume varios de los rasgos formales del género, pero que queda despojada de esa aura transgresora que, en última instancia, permitió que el conjunto del noir, se erigiera como una de las corrientes cinematográficas, más valiosas del cine americano. En su oposición, hablamos de títulos caracterizados por una marcada tensión en su juego de suspense, pero que en su conjunto aparecen como inofensivas y conformistas diatribas que, en última instancia, surgen como juguetes de género, encaminados a resaltar de manera moralizante, las bondades del American Way of Life. Es algo, que definirían algunos exponentes de cine marcadamente anticomunista, o incluso thrillers, como podría ser el caso de RAMSOM! (1956, Alex Segal).
Un ejemplo perfecto de dicho enunciado, nos lo proporciona THE STEEL TRAP (Trampa de acero, 1952), realizada por Andrew L. Stone, especializado en este tipo de relatos, en su triple condición de director, guionista y productor, y ayudado en ocasiones por su esposa Virginia, en calidad de montadora. No se produjo en esta película dicha implicación de su pareja, pero es cierto que nos encontramos ante una de las más características producciones de Stone, enmarcada prácticamente en un monólogo interior, destinado a describir la inesperada deriva que sufrirá Jim Osborne (un estupendo Joseph Cotten). Él es el subdirector de una importante oficina bancaria de Los Angeles, casado con la entregada Laurie (Teresa Wright) -el eco del protagonismo de ambos actores en SHADOW OF A DOUBT (La sombra de una duda, 1943. Alfred Hitchcock), surge desde el primer momento-, y con una pequeña niña, fruto del matrimonio. No le falta nada a esta familia. Ni estabilidad económica. Ni futuro profesional -Jim espera en unos años ocupar la dirección de la oficina-. Sin embargo, la película introducirá un curioso matiz, plasmado a partir del relato en off del protagonista; el creciente y rápido interés de este, en sus posibilidades para poder acceder a ese millón de dólares, que se encuentra custodiado en la caja de seguridad del banco, inserta en el interior de la cámara acorazada de la entidad.
Hay un elemento que acentúa una cierta inverosimilitud en la película, que no es otro que la rapidez con la que nuestro protagonista -en apenas pocos días-, se inserta en su mente el deseo de robar aquellos fondos, decidiendo establecerse en tierras brasileñas, dado que no existe tratado de extradición con dicho país. Ese cierto apresuramiento, que rompe con las amarras de un determinado de credibilidad, no impide que en este relato, sencillo y minimalista, vaya creciendo en su espiral de desasosiego, no en la manera con la que este ejecuta el golpe -son quizá las secuencias más desprovistas de tensión del relato, más allá del momento en el que uno de los cajeros está a punto de volver a la caja central-. Sin embargo, la singularidad de la película, estriba sobre todo en hacer sentir al espectador en carne propia, las crecientes y casi insoslayables dificultades que irá encontrándose en un espacio de tiempo que, por momentos, llegará a tornarse angustioso. Las dificultades en lograr los pasaportes del consulado brasileño, la distancia que casi le impiden llegar al aeropuerto, las asperezas con las que tratará a su mujer, los retrasos de vuelo, la pérdida de uno de ellos, o las sospechas existentes en uno de los aeropuertos, al comprobar el enorme peso de la maleta. Serán una serie de incidencias, que irán creando una red de desasosiego, magníficamente plasmada en la performance de Cotten, y de la que irá sospechando su esposa, en medio de la fuerza que Teresa Wright va incorporando a un personaje entregado a su marido, que finalmente no resistirá la posibilidad de situarse al margen de la Ley -la conversación mantenida con este, será la entraña de ese alcance moralizador existente en el relato-, separándose de su esposo, y retornando al hogar familiar, donde su madre se estaba haciendo cargo de la niña. Será la oportunidad para poder disipar las sospechas que ha ido generando en un compañero de Jim, los comentarios que la niña y su abuela han señalado del viaje que iba a realizar el matrimonio. Y será el inicio de una espiral de retroceso, en la que el protagonista, se planteará con su esposa, la posibilidad de devolver el dinero, sin que sus superiores se den cuenta de la acción delictiva. Ello propiciará, quizá, las situaciones de suspense más insólitas, en la medida que el espectador desee que este lleve a feliz término la devolución de ese voluminoso botín y, con ello, devolver la normalidad, a ese hogar repentinamente roto, por la injustificada avaricia de Jim o, lo que apenas queda esbozado en su argumento; la posibilidad de que este ejecutar su plan, en el fondo para emerger de la rutina en la que se encuentra inserta su vida acomodada y sin sobresaltos.
En cualquier caso, y si nos olvidamos de los convencionalismos, y el moralismo que se enseñorea por el relato, justo es reconocer que THE STEEL TRAP se erige en un relato provisto de tensión, aura malsana, y una soterrada vena irónica, sobre todo al describir esa sucesión de incidencias, que no por carentes de credibilidad en su formulación argumental, dejan de resultar notablemente efectivas en su plasmación cinematográfica. Ayudadas por una planificación cortante, con el inapreciable apoyo de la fotografía en blanco y negro de Ernest Laszlo, el intenso aporte de Cotten, el punzante montaje, la presencia de esos ominosos pasillos -marca de fábrica en el cine de Stone-, unos interiores de edificaciones modernas, caracterizados por su impersonalidad, e incluso su carácter amenazador. En cierto modo, y de manera indirecta, nos encontramos con una película, que en no pocos de sus momentos ‘transpira’ el oscuro aroma del maccartysmo. Esos personajes caracterizados por la desconfianza -el recepcionista del aeropuerto, el representante de agenda, que busca a Jim, al ofrecer mil dólares por los pasajes del vuelo-, de manera implícita -y no dudo que inconsciente-, aparecen casi como ejemplos de esa paranoia americana, que en la película queda encerrada en la mente de ese destacado empleado de banda que, de buenas a primeras, decide dar el paso, romper la seguridad de su vida, e insertarse en una autentica pesadilla existencial. Es algo que se manifestará en un argumento dominado por la fisicidad, por un cierto minimalismo, en el que molesta en ciertos momentos, el estridente acompañamiento sonoro de Dimitri Tiomkin y, sobre todo, esa rendición que supone el apólogo en torno a las virtudes de la vida americana, con el que se cierra el relato.
Contando con el aporte en su equipo de producción con un Robert Aldrich a punto de dar el salto como realizador, THE STEEL TRAP asume una textura visual, muy cercana a las producciones policiacas realistas, producidas desde años atrás por la 20th Century Fox, y cuenta como productor con Bert E, Friedlob, de corta andadura como tal, dado que falleció prematuramente en 1956. Ello no le impidió producir los dos últimos y memorables títulos que cerraron la andadura americana de Fritz Lang. Y es curioso señalarlo, ya que a fin de cuentas, ambos títulos partían de unas premisas más o menos cercanas al título que nos ocupa. Sin embargo -y he ahí la vigencia de un grande del cine-, Lang supo trascender dos producciones que partían con una relativa condición de ‘títulos menores’ -pese a la anuencia de un reparto cuajado de primeros espadas-, brindando una mirada desoladora de una sociedad que abandonaría físicamente casi de inmediato. Por su parte, Stone despliega un artefacto eficaz en su manierismo, aunque conformista en su mirada. En definitiva, la prueba evidente, de la enorme diferencia entre lo convencional, lo creativo y lo simplemente epidérmico, se daba cita, en ocasiones, en propuestas moderadamente atractivas como la presente que, bajo su aparente fuerza visual, en el fondo encubren un conservador duro de chocolate.
Calificación: 2’5
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