UN GIORNO DA LEONI (1961, Nanny Loy)
Poco ha quedado con el paso del tiempo, en la andadura como realizador del italiano Nanny Loy (1925-1995), extendida en una veintena de largometrajes, en buena parte de los cuales ejerció igualmente como guionista. Títulos en su mayor parte alimenticios, conectados con algunas de las corrientes más comerciales del cine de su país, y de la que solo tengo el recuerdo -bastante lejano-, de la gris AUDACE GOLPO DEI SOLITI IGNOTI (Rufufú da el golpe, 1959), pobrísima prolongación de la magnífica I SOLITI IGNOTI (Rufufú, 1958) de Mario Monicelli. Por ello, me resulta tan grato como sorprendente, apreciar el considerable caudal de cualidades que emerge de su posterior largometraje; UN GIORNO DA LEONI (1961) -jamás estrenada comercialmente en nuestro país-. Una película que aparece rodeada de un auténtico desconocimiento -casi sin votos ni comentarios en la web IMDB-, y que se inserta dentro de ese subgénero que proliferó en la cinematografía italiana, destinado a evocar diferentes episodios del periodo fascista, y la incidencia de la II Guerra Mundial en dicho país. Por fortuna, su resultado emerge con personalidad propia, creciendo según va avanzando su metraje, hasta erigirse en una sorprendente mezcla en torno a la importancia y relatividad del valor, en medio de una extraña mirada, que acerca su argumento a THE BRIDGE ON THE RIVER KWAI (El puente sobre el río Kwai, 1957. David Lean).
Un inicio algo caótico, nos introduce a la Roma de 1943, donde se nos presenta a un par de amigos muy diferentes. Uno es el joven, educado y reflexivo Danilo (Nino Castelnuovo), muy pronto hastiado del clima opresivo que percibe en torno al fascismo, incluso dentro de la universidad en la que estudia. Por ello, decidirá huir de las líneas invadidas junto a su amigo Michele (Leopoldo Trieste), denominado por todos ‘el contable’, caracterizado por una personalidad cobarde y huidiza, y que escapará de un viaje hacia Alemania, volviendo y huyendo con su joven amigo. En ese viaje se encontrarán con un joven estraperlista -Gino (Tomas Millian)-, ligándose los tres a la figura dominante de Orlando (Renato Salvatori), líder de un grupo de partisanos, luchadores contra fascistas y alemanes. Todos ellos, finalmente, se unirán al mando del experimentado Edoardo (Romolo Valli), quien tiene en mente volar un puente, en el momento en que discurra por el mismo un convoy, cargado con armamento alemán. Ciertas actitudes y huidas, dominadas en ocasiones por la picaresca, en medio de parajes rurales, paralizarán inicialmente el plan, pero un episodio será definitivo, para que todos los pertenecientes a este improvisado comando, se tome en serio el plan; la masacre realizada por los alemanes en una vieja población, lo que hará ver a los componentes más renuentes a la violencia -Danilo, Michele y Gino-, la necesidad de luchar en contra del totalitarismo.
Dominada por una sombría fotografía en blanco y negro de Marcello Gatti -que llega a hacer física al espectador, la odisea de este grupo de indeseados valientes-, no cabe duda que Loy optó en esta producción de Franco Cristaldi, seguir el sendero de la inmediatamente precedente TUTTI A CASA (Todos a casa, 1960. Luigi Comencini) -la presencia de Castelnuovo en el cast de ambas producciones, no es casual-, brindando en su mirada, un homenaje cercano. Una visión en la que se alternan los claroscuros de un grupo de seres valerosos, dominados por sus contradicciones internas, y sometidos a un contexto de extraordinaria tensión, que les impide afrontar sus vidas con normalidad. Es cierto que a la película le cuesta un poco arrancar y definir la tipología humana, que es presentada un poco a trompicones, casi a modo de pequeñas viñetas, en medio de un montaje que induce en cierta medida al equívoco. Poco después, tendrá quizá una excesiva incidencia el elemento picaresco, inserto en ocasiones sin lograr la deseada efectividad.
En cualquier caso, hay dos elementos que se encontrarán presentes desde el primer momento, y sobre los que Nanny Loy sentará las bases del creciente interés de la película. Uno será una magnífica dirección de actores, resultando todos ellos idóneos, a la hora de dotar de autenticidad de sus personajes, con sus grandezas y miserias. El otro, la presencia de unos agudos diálogos, que en todo momento servirán para reforzar la fisicidad de las vivencias de estos pobres outsiders que, en un momento dado, reflexionarán sobre la soledad de su lucha, en medio de una sociedad italiana, adormecida, ante el entorno violento y opresivo que sufren. Algo, en lo que no dudo, tendría su importancia, la presencia como coguionista de Alfredo Giannetti. Y en ese primer tercio, podremos comprobar el carácter cobarde de Michele, que marchará de Roma, escondido en el tren para no ser visto por su novia, Ida, pero del que poco después huirá, consciente de un futuro en Alemania, lleno de incertidumbre.
Sin embargo, como antes señalaba, será a partir de la constatación de la masacre alemana en una pequeña localidad italiana, cuando la película cobre un giro trágico, asumiendo sus personajes la necesidad de una acción directa. La cámara de Loy se introducirá en esa casi ruinosa población, mientras nuestros protagonistas se insertan entre sus habitantes, que contemplan desolados los cadáveres ahorcados de sus jóvenes vecinos. Las lágrimas asomarán por los hasta entonces desorientados partisanos, destacando el detalle de Michelle de quitarse las gafas, ya que con ello evitará tener certera constancia del horror que tiene ante sí. A partir de ese momento, la densidad de la película irá creciendo casi sin tregua, en una sucesión de episodios, en donde el aroma de la tragedia, de lo sombrío, se irá adueñando del relato. Y se sucederán secuencias y pasajes dominados por su intensidad. Como la captura de Edoardo -que se plasmará por completo en el over narrativo-, supondrá un punto de inflexión en todos sus personajes, percibiendo el espectador, sin que la película muestre en ningún momento, la previsible tortura que los alemanes le inflingirán, el sentimiento de dolor compartido, de miedo a una posible delación -en la que Orlando nunca creerá, habiendo conocido muy de cerca a este-. O el fugaz reencuentro de Michele con Ida, a la que contempla como mujer de compañía de un militar alemán, siendo detenido por la policía por no poseer documentación, y encontrándose a punto de ser encerrado en la cárcel, llegando a su mente la posibilidad de delatar a sus compañeros, para intentar con ello alcanzar su libertad. Una inesperada llamada del mando alemán -será el amante de Ida-, le dejará libre, llegando pronto para él el remordimiento del traidor, que querrá redimirse en su inmolación final. O esa humillación a la que someterán agentes fascistas a Gino, simulando ser el esposo de una joven partisana, dejando ser sometido a una paliza, para evitar que los agentes descubran las ropas de uniformes fascistas, que necesitan para lograr los explosivos que sirvan para llevar a cabo la voladura del puente. Lo supondrá también la emotividad y delicadeza del reencuentro de Orlando con su esposa e hijo. O las secuencias que mostrarán el visionado por parte de Edoardo y Danilo, de ese puente al que analizan para poder volarlo. Incluso lo transmitirá el tenso episodio, entre una inclemente tormenta nocturna, que subrayará esa sensación de pathos que desprende el mismo.
Sin embargo, si tuviera que quedarme con un episodio, que resuma el alma y la entraña de esta película desesperanzada -sus imágenes finales, dejan ese extraño regusto-, lo haría sin duda en el episodio iniciado con la suplantación por parte de nuestros protagonistas, de la condición de agentes fascistas, insertándose en un acuartelamiento para lograr esos explosivos que sirvan para llevar a cabo la voladura programada. Sin embargo, en el interín, Danilo se encontrará con el joven Mortati (Corrado Pani), el bravucón fascista que vimos al inicio de la película, utilizando su condición de soldado para sortear los exámenes, y que, sin embargo, se alegrará sinceramente de encontrarse con el que fuera su compañero. Este les pedirá si lo pueden trasladar en su retorno, a lo que Orlando se negará, teniendo finalmente que acceder, al acercarse un par de oficiales fascistas, que podrían albergar sospechas. Los que serán sus compañeros de trayecto, y los propios espectadores, serán conscientes que ello será su condena a muerte. Algo de lo que Mortati se intentará desgajar, mientras advierte las miradas de sus compañeros de vehículo, derrumbándose progresivamente, ante la certeza de su casi inminente ejecución. Bajado del coche y acompañado por Orlando, Danilo escuchará en off los disparos que causarán su muerte. La cámara se detendrá de manera abrasadora sobre su rostro, en primer plano, estallando de manera irreprimible en lágrimas ¡Qué gran actor fue en su juventud Nino Castelnuovo! No es de extrañar, que ese mismo año, el coguionista Gianetti, lo captara, junto a Tomas Milian, para su magnifico e igualmente ignoto debut como realizador: GIORNO PER GIORNO, DISPERAMENTE (Día tras día desesperadamente, 1961)
Calificación: 3
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