UP THE JUNCTION (1968, Peter Collinson)
Nos encontramos en la Inglaterra de 1968. El desencanto social ha ido arrinconando el Swinging London. En su lugar, la contracultura, y las raíces de un periodo convulso, inunda la sociedad, y también la cinematografía británica que, dentro de un irremisible sendero hacia una crisis galopante, parece retomar ciertos estilemas del Free Cinema, aunque adornado estos años de rutilantes colores. Sin embargo, en estas películas, en lugar de una lucha y un aura combativa, se asentaba el desencanto. Daría igual que nos encontremos con un thriller como THE RECKONING (1970, Jack Gold). De una obra maestra de la talla de CHARLIE BUBBLES (1968, Albert Finney) -la propuesta más reveladora de este estado de ánimo-. De una cinta tan prometedora y, finalmente tan desaprovechada como I’LL NEVER FORGET WTHAT’S ISNAME (Georgina, 1967. Michael Winner), a otra tan apreciable y, al mismo tiempo, sobrevalorada, como PETULIA (Idem, 1968. Richard Lester). Estos y otros exponentes, forman un nada desdeñable corpus, expresando ese estado de ánimo, por encima del mayor o menor grado de valía de cada una de estas películas, a las que cabría sumar UP THE JUNCTION (1968), jamás estrenada comercialmente en nuestro país -como buena parte de los títulos señalados-, y que apareció como punta de lanza , de un director -Peter Collinson- que en aquellos años quiso alcanzar un lugar propio, en aquel menguante cine de las islas, pero que pronto se apagó en las aguas de una cenagosa comercialidad, pese a algún ocasional fulgor -la olvidadísima Concha de Oro del Festival de San Sebastián, para THE LONG DAY’S DYING (Todo un día para morir, 1968)-.
Ese mismo año, Collinson se incorporaba al ámbito cinematográfico y social que iniciaba estas líneas, con la señalada UP THE JUNCTION. Una especia de actualización del cuento de Cenicienta, bajo los ropajes de una novela de Nell Dunn, adaptada al cine por Roger Smith, en la que a grandes rasgos, se plasmaba el deseo de una joven de familia acaudalada, residente en el acomodado entorno del Chelsea londinense -Polly (una Suzy Kendall llena de frescura ante la pantalla)- que, cansada de un entorno asfixiante, decide iniciar una vida estable como trabajadora, para lo cual se trasladada al entorno degradado y obrero de Battersea. La cámara de Collinson iniciará la película en plano general en teleobjetivo, describiendo el traslado de la joven en un lujoso coche y con chofer, hasta que cruce ese puente, que aparecerá a modo de símbolo de cambio de mundo. Será el mismo plano que, de forma simétrica, y en sentido contrario, cerrará el relato, demostrando la imposibilidad de la muchacha de abstraerse a sus orígenes.
Pero hasta llegar a ese momento, la única virtud que ofrece UP THE JUNCTION, es la de intentar plasmar una mirada descriptiva, en torno al embrutecimiento de esas clases obreras femeninas, en este caso centradas en esa envejecida fábrica de dulces, a la que, prácticamente de inmediato, es admitida la protagonista. Y es cierto que se acierta a transmitir al espectador cierta fisicidad, al mostrar ese conjunto de mujeres, en buena medida vencidas y alienadas, a las que el futuro no les depara más que rutina y mediocridad existencial. Pero sucede que la planificación de Collinson, está revestida en todo momento por lo enfático, subrayando esos primeros planos, sobre los rostros cansados, abotargados y maquillados hasta el exceso, de las novedosas compañeras de Polly.
Esta alquilará un desvencijado apartamento, y cuando se decida a comprar unos escasos muebles, conocerá al joven Pete (Denis Waterman), joven trabajador de la vieja tienda a donde ha acudido, estableciéndose entre ambos un rápido flechazo. Así pues, pronto quedará delimitada la dualidad dramática por la que discurrirá UP THE JUNCTION. La primera, las desventuras de algunas de las compañeras de Polly -centradas fundamentalmente en el indeseado embarazo de una de ellas, que le forzará al aborto, e incluso de la muerte en accidente del padre-. De otra, la rápida confluencia que se marcará entre Polly y Pete, exteriorizándose, sobre todo -a mi juicio lo más valioso de la película-, la extraordinaria lucidez que expresa este último, plenamente consciente de la situación de desventaja que le proporciona a sus sueños, la condición de obrero. A este respecto, destacará la escena nocturna, en las ruinas de lo que fue la casa donde nació, mostrándole a Polly las imáeanes y estampas que, deterioradas, se encuentran aún fijas en sus paredes, como mudos testigos de sus sueños de infancia. Es por ello, que lo mejor del film de Collinson, se centra en esa colisión de caracteres, en la que Polly desea abandonar su vida acomodada -no se nos indicará nada que sirva como reflexión a esa huida, a mi juicio una notable carencia-, y los intentos de Pete de provocar en alguien de la que se ha enamorado, a que retorne a su condición natural de opulencia económica y, con ella, poder vivir ambos una vida plena. No se trata, como podría parecer, de ver en el muchacho a un arribista sino, por el contrario, a un joven revestido de lucidez, a la hora de intentar extraer el lado positivo y accesible de la existencia.
Será un anhelo, que finalmente no podrá confluir, en una conclusión que devolverá a la pareja a su realidad inicial, con el dolor compartido de una aventura revestida de esperanza, que marcará el futuro de ambos. En cualquier caso, y pese a que esta segunda vertiente me resulta más convincente en el conjunto de UP THE JUNCTION, no se puede por menos que lamentar esa estética a lo ‘chispa de la vida’ que impregna buena parte de las secuencias que exteriorizan esta relación. No olvidemos que, en aquellos años, en concreto en el previo 1967, se había rodado TO SIR, WITH LOVE (Rebelión en las aulas, 1967. James Clavell) -curiosamente, también con Suzy Kendall en aquel cast predominantemente juvenil-, impregnando no pocas producciones subsiguientes, con aquellas formas visuales, que plasmaban con blandura, esa inquietud social inherente a la sociedad de su tiempo. De tal forma, quedará la constancia de la inconsistencia de un realizador, que en sus primeros pasos quiso fraguar una serie de inquietudes sociales, lastradas por sus endémicas insuficiencias como tal hombre de cine.
Calificación: 1’5
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