THE END OF THE RIVER (1947, Derek N. Twist) [El final del río]
Dentro de la enorme riqueza que caracterizó el cine inglés de la década de los 40, es bastante probable que quizá buena parte de sus títulos más insólitos, se encuentren en la fructífera producción de The Archers, focalizada en la batuta formalizada al alimón, por dos figuras tan señeras como Michael Powell y Emeric Pressburger. Lo que quizá no sea tan conocido, es el hecho de que. en dicho ámbito de producción, en algunas ocasiones se auspiciaron algunos títulos aún más insólitos si cabe. Uno de ellos, es el casi ignoto THE END OF THE RIVER (1947), producido e incluso participando en el guion, de esta adaptación de la novela de Desmond Holdridge, lo que permitió al ya especializado montador Derek N. Twist, iniciar una no demasiado extensa andadura como realizador, que se prolongaría en cinco largometrajes, y ciertos pinitos en el medio televisivo.
Insólita desde sus primeros compases, THE END OF THE RIVER basa su entraña dramática, en la contraposición entre primitivismo y civilización, iniciando la película, una serie de imágenes de índole documental, que describen el fervor de una festividad religiosa, en las calles de una localidad brasileña. Muy pronto, la generalidad del planteamiento, se detendrá en los pormenores de la obtención de una declaración a un joven indígena, que se muestra totalmente remiso a ayudar a su defensor, ya que se encuentra detenido, acusado de asesinato. Se trata de Manoel (Sabú), un joven superado por los hechos, y que solo ante la insistencia de su joven esposa -Teresa (Bibi Ferreira)-, empezará a romper ese muro de incomunicación que ha establecido en torno suyo. Se iniciará la vista, y ante la intervención del abogado defensor -encarnado por el tan eficaz como arquetípico Marice Denham-, se empezarán a esclarecer determinados pormenores del caso, iniciando la película un extenso flashback, que se extenderá casi al conjunto del relato, y describiendo inicialmente una traumática situación familiar, producida en la vida de Manoel. Todo ello, sucederá en el seno de la tribu en donde vivió sus primeros años, y que marcaría el posterior desarrollo de su psicología como adolescente, abruptamente asumido a la civilización, cuando su personalidad no se encuentra aun plenamente definida. Este hecho familiar marcará su psicología, hasta el punto de ser, en realidad, el culpable último de ese asesinato involuntario, que constituirá el elemento dramático del que partirá el relato.
Así pues, nos encontramos ante una película de apenas unos 80 minutos de duración, en la que se pondrá en solfa ese ya señalado y duro contraste entre primitivismo y civilización, que albergará no pocos desequilibrios -entre ellos, no será el menor, la nulidad interpretativa de Sabú-. Sin embargo, nos encontramos ante una película, que en muchos momentos, se olvida de su leve base argumental, teniendo la sensación de que la mirada de sus responsables, parece inclinarse ante todo en esa querencia documental, heredera de figuras tan relevantes como Flaherty o Grierson. Es algo que veremos, con la libertad formal, y ese sentido de la verdad documentalista, que presentarán las secuencias que describan la vida en la tribu del protagonista, o los pasajes centradols en los desplazamientos por ese inmenso río que se inserta en la selva brasileña.
Pero esa inclinación documental, no privará al film de Twits de esa atmósfera malsana, que tendrá su exponente más transgresor, en la figura de ese siniestro tratante de esclavos, llamado Cipriano Dantos (un escalofriante Edmond Knight). Será este, un personaje mostrado desde la mirada del joven indígena, al que observará desde la nocturnidad a través de un agujero en el exterior de su cabaña. Desde ese rincón, contemplará con horror como se pincha en su propia pierna, mostrándose insensible al dolor -padece un mal prácticamente incurable-, y exteriorizando una presencia tan torturada como inquietante, agudizada por el agudo uso que la cámara prestará a la extraña bizquera que caracterizó su fisionomía como intérprete.
Más adelante, la película se insertará en un cierto mensaje rosseauniano, a partir de la posibilidad laboral y aprendizaje personal, que le brindará Lisboa (Torin Thatcher) quien, junto a su mujer, intuirá las posibilidades del muchacho, ofreciéndole la conducción del timón del buque que comanda, y que discurre por el río. Ello permitirá al muchacho, ir albergando unos ahorros que su mentor le guardará, al tiempo que acercarse a la joven Teresa, enamorándose ambos, pero sin tener conciencia de las reglas occidentales, que sellan dichas relaciones con un matrimonio. Ese proceso de incardinación con la civilización, se irá completando, e imbuyendo de negros nubarrones, en su contacto con la gran ciudad, en la que muy pronto irá mostrando su inmadurez, al dilapidar los ahorros que pacientemente le había reservado Lisboa, al tiempo que cayendo en la trampa del consumismo. Una trampa que le tenderá un astuto representante de sindicato, empleando al incauto Manoel quien, deslumbrado por la obtención de un rápido dinero, no se dará cuenta de la terrible rueda de servidumbres en las que ha recaído, lo que iniciará una espiral de tensión, en la que la película se insertará dentro de una atmósfera pesadillesca, que confluirá en el crimen accidental por el que será sometido a juicio.
Lo cierto y verdad, es que con THE END OF THE RIVER, que en el momento de su estreno fue recibida con enorme hostilidad -nada de extrañar por otra parte-, de un lado, parece que atendemos a un insólito intervalo, de las dos célebres adaptaciones del universo de Charles Dickens, rodadas aquellos años por un cada vez más consolidado David Lean. Su resultado, se beneficia de manera notable, por la enorme atmósfera que brinda la labor del ya magnífico operador de fotografía Christopher Challis -atención a la escalada de oscura densidad, que se inicia a partir de la convivencia de la pareja de jóvenes protagonistas en esa abigarrada ciudad, adquiriendo estas sus últimas andanzas, un aura sombría-, que le emparentará con la creciente importancia del noir norteamericano.
En cualquier caso, esta película tan inclasificable, tan física, tan telúrica en sus momentos más intensos, demostrará su relativo desprecio por la convención del argumento, despachando por medio de una ligera elipsis, la resolución de la vista que ha iniciado la película, y contemplando a la joven pareja, de nuevo en la frugalidad de la naturaleza, insertando una ingeniosa metáfora, en torno a la fugacidad de todo aquello que se nos ha contado; el título de la película aparecerá trazado entre la arena de una playa, siendo borrado con indolencia, por las aguas de la orilla.
Calificación: 3
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