THE MARK (1961, Guy Green) Hombre marcado
No es la primera vez que lo señalo, y por fortuna estimo que no será la última; el cine británico de finales de los cincuenta e inicios de los sesenta es casi inagotable. En esa ya señalada interconexión de temas y ambientes que conformaron un corpus casi inasible en su magnitud, resulta lamentable que durante décadas, hayan quedado orillados decenas y decenas de títulos. Referentes que en algunos casos alcanzaron un efímero reconocimiento, pero que al no formar parte de las corrientes que ejemplificaron el Free Cinema, o sin contar con el aval de la fama que adquiría Joseph Losey, pronto quedaron dispuestas al olvido. Todo ello, impidiendo que el paso del tiempo brindara una necesaria perspectiva –como sí sucedería, por ejemplo, con el noir norteamericano-, de la existencia en el cine de las islas, de la que sin duda considero la más compacta y memorable expresión fílmica de un determinado ámbito de cine psicológico. Un conjunto que, trascendiendo cineastas más o menos prestigiados, se extendió hasta profesionales imbuidos de una extraña aura de inspiración, debido sobre todo a la presencia de un extraordinario ámbito técnico y artístico y, por que no decirlo, por la singularidad que Gran Bretaña marcó, a la hora de facilitar una corriente dramática de singular riqueza, durante décadas.
Aún así, me gustaría evocar el magnífico momento como realizador que vivía –como tantos otros cineastas coetáneos, desde John Lee Thompson a Sidney Hayers- el antiguo operador de fotografía Guy Green –recién salido del rodaje de la magnífica THE ANGRY SILENCE (Amargo silencio, 1960)-. Pese a ello, ni siquiera contando con esa advertencia que hasta ahora me ha venido resultando infalible, de constatar el extraordinario nivel de las producciones de la división británica de la 20th Century Fox, cuando estas aparecían en formato panorámica y en cuidado blanco y negro, me permitían predecir una película tan perturbadora como THE MARK (Hombre marcado, 1961. Guy Green). Miento. Si lo preveía, dado que dichas pistas tan personales, resultaban más que suficientes para intuir un resultado de notable interés. No obstante, nos encontramos con una película extraordinaria, que sabe funcionar a varios niveles, y lo hace además con voz callada, atendiendo ante todo a una mirada a ras de tierra, y valorando por encima de todo, la vulnerabilidad de la fauna humana que pueblan sus imágenes, en las que de alguna manera puede quedar perfectamente representado el conjunto de la sociedad británica de posguerra.
THE MARK se inicia con la llegada de Jim Fuller (un extraordinario trabajo de Stuart Whitman, dominado por la contención y la vulnerabilidad, que le mereció su única nominación al Oscar al mejor actor) a un pensionado, en donde es acogido amablemente por su propietaria Gertrude (Brenda de Banzie), mientras que su marido –Arnold (Maurice Denham)- pronto revela sus suspicacias al recién llegado. Jim es un hombre joven y atractivo. De treinta y seis años de edad, canadiense de nacimiento, que ha viajado desde Londres hasta una ciudad en la que pretende rehacer su vida. Sobrelleva sobre su pasado la libertad condicional que mantiene tras cumplir tres años de condena por un supuesto abuso a una menor de edad. La intercesión del dr. McNally (Rod Steiger), le ha permitido ocupar un puesto en una importante firma, dirigida por el filantrópico Andrew Clive (Donald Wolfit). Sin forzar nunca la progresión de su relato, la cámara de Green, contando con la extraordinaria ayuda de la impresionante labor del operador Douglas Slocombe, imprescindible aliado en este subgénero, acierta por completo a la hora de describir un contexto social y una temperatura emocional sombría. En muchos momentos, se tiene la intención de asistir a un ámbito tan doloroso de describir, que se opta por hacerlo envuelto en una cierta aura de irrealidad, cercana por instantes con el fantastique. Sin embargo, la entraña de la base dramática surgida de una novela de Charles Israel, que contará con la vigorosa aportación de Stanley Mann, participe en aquellos años de dramas de enorme contundencia y prestigio, nos permitirá un relato que supera por completo una apuesta por una historia que culmine de manera feliz o trágica. Sobrepasa asimismo las debilidades que podría plantear la manifestación de las consecuencias de una sintomatología mental sufrida por el protagonista. Logra que en el conjunto de su metraje, no chirríen demasiado los momentos que describen las pesadillas de Jim –aunque justo es reconocer aparecen como el rasgo menos rotundo de su conjunto-. Lo importante. Lo que logra elevar esta película, por encima incluso de propuestas tan valientes como la coetánea VICTIM (Víctima, 1961. Basil Dearden), es la capacidad de introspección en las diversas vertientes por las que se extiende su engranaje psicológico. Todo ello aparece desgranado con un extraordinario grado de equilibrio, tanto a nivel de argumentación como en su plasmación en escena, hasta el punto de permitirnos vislumbrar, esa sensación de mirada global que, a la postre, es la que proporciona al film de Green su máxima vigencia.
Esa ya señalada opción por introducirse en las rendijas del comportamiento cotidiano, es el que permite, a mi modo de ver, un especial gusto por el detalle, de las inflexiones en sus personajes, en los que tiene una especial importancia la asombrosa dirección de un reparto inmaculado, capaz de exteriorizar cotidianeidad, y al mismo tiempo hacer perceptible, por medio de la sutileza y la capacidad del realizador, para plasmar detalles que constantemente enriquecerán su entramado psicológico. Ya en sus primeros instantes dentro de su nuevo alojamiento, la presencia de la reproducción de un cuadro clásico con la pintura de un niño, ubicado además con una extraña inclinación, acentúa la vertiente perturbadora en la reacción del nuevo inquilino. A lo largo de su metraje, ese gusto por el detalle y el cuidado en el trazado de sus personajes, se manifestará en numerosas ocasiones. Lo hará en la complicidad que se establecerá en las distintas conversaciones mantenidas entre Jim y McNally, proporcionando siempre ese contrapunto de sinceridad que permite que lo que podrían ser parrafadas técnicas y discursivas, dispongan de calidez humana. Lo ofrecerá ese casi agobiante acercamiento de su casera, harta de tener que aguantar a un esposo borracho y sin futuro como pareja, que verá en el recién llegado un ser para prodigar su cariño. THE MARK está llena de instantes memorables, como la secuencia en la que Ruth (Maria Schell), esa secretaria que confiesa a Jim su soledad tras la muerte tres años atrás de su marido, estando ambos bajo la lluvia en el interior de un coche, y de repente cesando las gotas, abriendo una extraña sensación de paz. En ese indescriptible primer plano de delectación de Milner (excepcional Paul Rogers), al mirar a nuestro protagonista, viviendo en carne propia la ruptura de su pujanza profesional. En lo siniestro que se adivina el primer contacto con el periodista Austin (Donald Houston). En el memorable primer plano de la abierta sonrisa al contactar con la hija de Ruth, la pequeña Janie, al comprobar que se establece una complicidad entre ambos. En la terrible aspereza con la que actúan los inspectores que detendrán a Jim, al pensar que puede ser el autor del crimen a una niña, que se ha descubierto. En la felicidad que se desprende del paseo de Jim con Janie por la feria, diciéndose ambos lo que se quieren, pronto interrumpida por la presencia lejana del periodista. Serán más rotundos, elementos que describirán la catarsis del relato, como la indignación de Gerturde cuando Jim le explique la sinceridad de la relación con la niña que se ha publicado en prensa, doliéndose la madura mujer de la cercanía que este mantiene con su madre. Absolutamente revelador será el encuadre –aprovechando magistralmente la pantalla ancha-, en que por encima de la hipócrita diatriba del vergonzante periodista, se esconda una personalidad morbosa y poco recomendable, presente en sus manifestaciones, y en el detalle de estar situado al fondo de su despacho fotos de jóvenes en actitud provocativa. Sin embargo, nada será más doloroso, que comprobar como en realidad Ruth demuestra tener presentes los mismos prejuicios que el resto de la sociedad que rodea al atribulado Fuller, al exteriorizar un grito de advertencia para impedir que su hija se acerque a ese hombre al que instantes antes ha estado animando.
THE MARK podría haber culminado como una tragedia –asumía todos los mimbres para ello- aunque el respeto a la convención le hubiera permitido concluir con un final más o menos complaciente. Green no opta por ninguna de las dos vías, dejando una llamada a la esperanza, aunque de nuevo el gusto por el detalle nos revele el temblor de las manos del protagonista, cuando abrace a una Ruth implorante. La ambivalencia culminará un relato riguroso y hondo, que necesita de varios visionados para captar su enorme riqueza de matices. Servido por un reparto admirable, nos encontramos con una película valiente y desasosegadora. Ejemplar en su capacidad para explorar una mirada colectiva a una sociedad, sin duda, más enferma que su protagonista. Una muestra más, en definitiva, del inagotable caudal de logros en los que no importaba la mano de un supuesto autor o demiurgo. Lo que importaría, siempre, sería la confluencia de un equipo admirable, implicado, sabiendo extraer el mejor resultado de una base dramática repleta de posibilidades.
Calificación: 4
3 comentarios
Luis -
Juan Carlos Vizcaíno -
jorge trejo -