RAT FINK (1965, James Landis)
El paso de los años, nos ha permitido la recuperación de títulos que formaban parte del Cinema Bis del cine norteamericano de los 60. Títulos que, por otro lado, podían conectar con el New American Cinema, con la obra de Casavettes, e incluso adelantándose, a miradas posteriores y reconocidas en ese nuevo cine, que surgiría a finales de los 60 o inicios de los 70. Estamos hablando de exponentes como SOMETHING WILD (1961, Jack Garfein), PRIVATE PROPERTY (1960, Leslie Stevens) o, el que va a centrar estas líneas; RAT FINK (1965), filmado por James Landis, de quien ha alcanzado estatus de culto, su previa THE SADIST (1963). Es curioso señalar, de entrada, que tanto PRIVATE PROPERTY, como RAT FINK, fueron sendas producciones independientes, de escaso presupuesto y financiación casi amateur, que durante décadas fueron consideradas como desaparecidas, hasta que, hace muy pocos años, se encontraron sendas copias, que permitieron su restauración, y exhibición en salas especializadas, así como una posterior edición digital en su país de origen.
Y es que, con todos sus defectos y limitaciones, RAT FINK aparece como una obra llena de vida que, entre otras muchas cualidades, nos permite vaticinar pequeñas fugas temáticas y visuales, anticipando otros títulos posteriores, de mucho mayor éxito. La película se centra en la narración del repentino salto a la fama, de un joven atractivo -Lonnie Price (Schuyler Hayden)-, consciente de la fuerza de su físico para alcanzar los objetivos que atesora una mente oscura como la suya. Al iniciarse el relato, lo contemplamos con extraña serenidad, ocupando sin pagar el vagón de un tren, acompañado de una mochila y su guitarra. Cuando descienda del mismo, será detectado por dos funcionarios ferroviarios, huyendo corriendo, dejándose por el camino sus escasos enseres, y quedando herido en un costado. Muy poco después, se encontrará con una madura mujer que vive aislada y abandonada por su marido, quien de inmediato quedará hechizada por Lonnie, al que curará de sus heridas. Este fingirá un acercamiento a ella, a quien muy pronto abandonará, robándole el dinero que tiene, y siguiendo con un deseo de triunfo existencial que, hasta entonces, no tiene los perfiles dibujados. Lo hará cuando acuda a una ciudad, introduciéndose en un club local, donde se cuenta con la actuación de una estrella emergente, el cantante melódico Tommy Loomis. En la mirada de nuestro protagonista, se podrá proyectar la materialización de su sueño; convertirse en una estrella. Para ello, esa vertiente oscura de su personalidad, le hará verter gasolina en el coche del incipiente crooner, incendiándolo cuando Tommy ocupe el mismo, provocándole graves quemaduras, y forzando que se retire del mundo de la canción. De inmediato, Lonnie comprará una guitarra y se presentará ante el representante del malogrado muchacho -Paul Finlay (Hal Bokar)-, simulando un contacto pasado con él, y sometiéndose a una prueba, que resultará exitosa para el muchacho, abriéndole las puertas a la fama. Sin embargo, haber alcanzado su sueño, no solo no le hará adquirir estabilidad emocional, sino que agudizará su neurótica personalidad, alcanzando inesperadas víctimas, y que, finalmente, se volverá en contra de sí mismo.
Los eternos mitos de Narciso y de Ícaro, se aunarán en la personalidad oscura, neurótica y al mismo tiempo magnética de Lonnie (en el único rol protagonista, del fascinante Schuyler Hayden, que llegó a aportar los 200.000 dólares con los que se financió la película -aparece en la película como productor, bajo el falso nombre de Lewis Andrews-, y que, ante la nula repercusión de la misma, vio frustrado su anhelo de fama, falleciendo en 1979, en un accidente de avión. Curioso paradigma, ante ese fascinante retrato de un beaux tenebreaux que, por momentos, aparece como una versión norteamericana y sureña, del Tom Ripley creado por Patricia Highsmith. Hayden brinda su fascinante atractivo, con la atonalidad de un juego interpretativo del que, con pequeños matices, intuimos ese turbulento mundo interior, que casi emerge a borbotones desde su mirada.
Podríamos encontrar en RAT FINK, una reedición tardía de la menospreciada A FACE IN THE CROWD (1957, Elia Kazan) pero, al mismo tiempo, ciertas secuencias y episodios -la seducción de la mujer madura, viene a preludiar aspectos de THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971. Peter Bogdanovich)-, o la propia aventura del protagonista, podría verse como un referente perverso de la posterior -y sobrevaloradísima- MIDNIGHT COWBOY (Cowboy de medianoche, 1969. John Schlesinger). En todo caso, nos encontramos ante una película que alberga personalidad propia, y que sabe ocultar sus previsibilidades argumentales -en el fondo, el recorrido del protagonista, no deja de plasmar una serie de clichés bastante habituales en este tipo de películas-, en beneficio de una puesta en escena, que asume no pocos rasgos de la Nouvelle Vague, insertándose en planos largos, sobreimpresiones… y, sobre todo, en el logro de una atmósfera casi de duermevela, en la que tendrá mucho que ver la presencia de Vilmos Zigmond (en la película aparece como William) como operador de fotografía. Con todo ello, el film de Landis logra sobrepasar con relativa facilidad la simpleza de su material de base, erigiéndose como una vigorosa mirada, en torno a la lucha sin cuartel por alcanzar el gran sueño americano. Lo hará con singularidad, deteniéndose en extraños meandros argumentales, descritos con cierta naturalidad. Con alguna secuencia de fiesta nocturna que, por momentos, parecen remitirnos a THE SERVANT (El sirviente, 1963. Jospeh Losey). Con una acertada querencia por la elipsis, para hacer progresar la creciente neurosis del protagonista o, de manera muy especial, la particularidad que revisten las secuencias, en las que se suceden las muertes que irá acarreando el autodestructivo devenir del -en apariencia- almibarado cantante -sobre todo, la última de ellas, que será plasmada en pantalla ¡a través de una pesadilla!-.
Antes lo señalaba. RAT FINK no es una película perfecta, pero sí atractiva y, lo que es más importante; inquietante. Esa personalidad introvertida de su principal personaje, revestida de una apariencia dulce -que él mismo, sabe explotar con aterradora naturalidad-, permitirá que, durante todo su metraje, se inserte una extraña aura numinosa. Algo que tendrá un especial marco de autenticidad, en la inesperada visita a casa de sus padres, donde su progenitor, sin llegar a mirarle a la cara, le reproche no solo haberles abandonado sin razón alguna sino, ante todo, deslizarse por la senda del triunfo fácil. Y es que este Lonnie Price en realidad, aparecerá en esta insólita y premonitoria película -que abre senderos de cara al futuro del cine USA-, como un extraño ángel de la muerte, proveniente de la ‘América Profunda’, como si un nuevo y atractivo Norman Bates, decidiera abandonar el viejo hotel de su madre, e intentar adentrarse en los contornos del éxito fácil.
Calificación: 3
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