CRIME SCHOOL (1938, Lewis Seiler)
En el otoño de 1935, se estrena en Broadway una exitosa obra teatral que, menos de dos años después, se llevará a la pantalla, producida por Samuel Goldwyn, y bajo el título de DEAD END (1937, William Wyler). Una propuesta de alcance social, protagonizada por Joel McCrea y Sylvia Sidney, donde tuvieron un especial protagonista, seis de los muchachos que habían debutado en el referente escénico previo. Eran los Dead End Kids quienes, en dicha configuración, pronto fueron fichados en el entorno de Warner Bros, donde protagonizaron un total de seis largometrajes, prolongando su andadura en títulos de menor enjundia, en medio de una cada vez más reducida presencia de sus componentes.
CRIME SCHOOL (1938, Lewis Seiler), es la primera de las ocasiones en las que los muchachos, fueron abordados en el seno de la Warner, asumiendo una sencilla historia, de tintes moralizantes, en la que los Dead End Kids serán ingresados en un reformatorio, tras herir a un estraperlista. Serán todos ellos, un grupo de chavales, procedentes en su mayor parte de familias heridas o desestructuradas, que han vivido en sus propias carnes, las dificultades de ese contexto. Pese a un juez que se mostrará comprensivo con la situación de todos ellos, la solidaridad marcada, a la hora de no delatar el auténtico autor -Spike (Leo Gorcey)- de la grave agresión -que, por momentos, parecía haber fraguado en homicidio-, les dictará una condena colectiva de dos años. Será un periodo larguísimo para estos jóvenes, topándose muy pronto con la crueldad de la máxima autoridad -Morgan (Cy Kendall)-. Este, por su parte, se cebará de manera muy especial en Frankie Warren (Billy Halop), el líder de la banda, que llegará a intentar la huida del recinto, siendo capturado y castigado con crueldad.
La llegada del joven Mark Braden (Humphrey Bogart) como nueva máxima autoridad del reformatorio, irá aparejada de un calendario de mejora en las condiciones del mismo, realizando una amplia modificación del personal allí existente, empezando por el propio Morgan. No obstante, accederá a que se mantenga como ayudante a Cooper (Weldon Heyburn), sin intuir que este ha sido cómplice de su antiguo jefe, tanto en la brutalidad aplicada a los internados, como en las irregularidades económicas que han sobrellevado ambos en la contabilidad del recinto. Braden iniciará un nuevo trato a los internados, sin lograr, no obstante, la confianza de los Dead End Kids, quienes se revelarán, sometiendo a una presión excesiva, la caldera del recinto, haciendo que esta estalle, aunque rescatando Braden a uno de ellos de una muerte segura. Dicho rescate, marcará un punto de inflexión, mostrándose a partir de ese momento los muchachos más colaboradores y, con ello, viéndose la efectividad de los métodos del nuevo mandatario, asumiendo Cooper con recelo, como este está acelerando la investigación de las irregularidades contables de su antecesor. Para contrarrestar esta circunstancia, Cooper presionará a Spike el cual, a su vez, pondrá a Frankie en contra del preceptor, falseándole la amistosa relación que este mantiene con su hermana -Sue Warren (Gale Page)-. Ello permitirá que estos se figuen, e incluso Frankie se enfrente a Braden que, efectivamente, se encontraba junto a su hermana, eliminando la libertad condicional de los muchachos. Será una estrategia, urdida al alimón por Cooper y Morgan, su antiguo jefe, al objeto de desacreditar a Mark, e impedir que descubra la corrupción económica que ambos han manejado. Siendo consciente el nuevo responsable, de la encerrona que se ha urdido en torno a él, tendrá que reaccionar con rapidez, para impedir que dicha fuga sea certificada, convenciendo a los muchachos a que regresen al recinto.
Pese a lo testimonial que podría generar su figura, creo que los Dead End Kids han aparecido tan estereotipados y estomacantes, como la mayor parte de jóvenes intérpretes que, a lo largo de la andadura del cine de pandilleros, poblaron las pantallas del Hollywood clásico. Dicho subgénero, por lo general, me ha parecido uno de los más esquemáticos e insinceros, jamás abordados en el cine americano, y hay que reconocer que CRIME SCHOOL aparece como un ejemplo de manual en este sentido. Pese a contar el aval argumental, de nombres tan solventes como Crane Wilbur -verdadero especialista en el cine carcelario-, o el posterior e interesante realizador, Vincent Sherman, lo cierto es que el film de por lo general gris y prolífico Lewis Seiler, apenas logra elevarse, dentro del cúmulo de convencionalismos, inherente a este tipo de cine. Sus primeros minutos, devienen no solo un rosario de tópicos, sino que sus imágenes, parecen el sobrante del montaje de la citada DEAD END, destinada al lucimiento de la pandilla, en medio de una mirada torpemente moralista, en torno al entorno social en el que viven los muchachos, caracterizado por los enracimados tugurios en donde desarrollan el día a día de sus vidas. A partir de la rápida presentación de la estereotipada galería humana -si de algo se caracterizaban las producciones Warner, es de poseer un montaje y ritmo envidiable-, pronto se mostrará la involuntaria acción delictiva de sus protagonistas, siendo recluidos en un orfanato, donde de nuevo los esquematismos adquirirán un inusitado protagonismo. Todo ello, representado por ese brutal y corrupto responsable del mismo -látigo incluido-, contra el que luchará un joven Bogart, presentado en esta película, en uno de sus escasos roles positivos, encabezando una cruzada en busca de reformas, en una institución llena de carencias -la comida que se despacha a los internos resulta casi infecta-.
En definitiva, nos encontramos ante una de las más estereotipadas muestras, de ese cine de estampa casi parroquial, encubierto bajo una pátina de denuncia social. Justo es reseñar su ágil ritmo, y tres secuencias que destacan con facilidad, en medio de un cúmulo de convenciones. La primera; la plasmación del intento de huida de Frankie, siendo finalmente incapaz de sobrepasar la alambrada de espinas que rodea el recinto, de donde es arrancado por los agentes. La segunda; el episodio del estallido de la caldera, provocada por el envalentonamiento de los muchachos, revestido de notable tensión. La última de ellas, adquirirá de manera sorprendente un tono de comedia, plasmada en el interior del recinto donde duermen los internos, mientras estos atienden la orden de pintarlo de blanco. Allí se irá dirimiendo la evolución en el pensamiento de todos ellos y, a fin de cuentas, irá triunfando un creciente aprecio a la figura de Braden.
Calificación: 1’5
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