KING OF THE UNDERWORLD (1939, Lewis Seiler)
No quisiera que el motivo de estas líneas se convirtiera en un panegírico a la hora de reivindicar al realizador norteamericano Lewis Seiler (1890 - 1964), en la medida que poco he podido atisbar de su obra, y en la medida también de intuir que nos encontramos con uno de tantos artesanos competentes que poblaron el Hollywood de los años treinta -aunque su obra se extendiera por otros periodos-. Sin embargo, al ser comparado con otros nombres coetáneos suyos -pienso en nombres más conocidos como Archie L. Mayo o Michael Curtiz-, es cuando uno intuye que su figura ha quedado relegada de manera injusta, parangonándose sus virtudes como narrador con las expuestas por los nombres antes citados -también los de algunos otros-, en propuestas de género de gangsters caracterizadas por su tono más plomizo y moralista. En este sentido, no me puedo resistir comparar KING OF THE UNDERWORLD (1939) con referentes más o menos populares y en cierta medida reconocidos, como es el caso de 20,000 YEARS IN SING-SING (20.000 años en Sing-Sing, 1932. Michael Curtiz) o THE PETRIFIET FOREST (El bosque petrificado, 1936, Archie L. Mayo). Cierto es que nos encontramos antes títulos filmados años antes del que centra estas líneas es creado por la misma Warner tres años después. Sin embargo, sin destacar en su resultado ninguna obra maestra -y asumiendo sin pudor referencias de otros títulos o referencias previas bastante conocidas-, lo cierto es que nos encontramos ante una propuesta provista de extraña agilidad y una determinada originalidad e ingenio dispuesto en su guión -basado en una historia de W. R. Burnett-. En su trazado vislumbrarán notables giros, sin olvidar una mirada social desencantada, ni dejar de lado una visión bastante crítica en torno a dos elementos contrapuestos de la condición humana; su inveterada tendencia a la ambición, así como la búsqueda de la dignidad, aunque esta se plantee después de la muerte. Todo ello en poco más de setenta minutos ¿Qué más se puede pedir?
En apenas pocos planos -encomiable apuesta de síntesis por parte de Seiler, bien coordinado con el montador Frank DeWar-, se nos introduce en el contexto cotidiano del matrimonio por Carol (Kay Francis) y Miles Nelson (John Eldredge). Ambos son doctores y se han decidido a practicar una operación de urgencia en un paciente desahuciado por el disparo de una bala. La operación -contra todo pronóstico- será un éxito y, sin ellos pretenderlo, supondrá un cambio para la vida de ambos. El operado era uno de los componentes del gang del temible Joe Gurney (Humphrey Bogart). Este, en un arranque de sinceridad, acudirá al modesto despacho de Miles y le entregará una inesperada compensación económica de quinientos dólares. La importante cantidad -cuyo origen ocultará Miles a su esposa-, servirá para que estos se trasladen de vivienda e incluso ocupen una residencia respetable, aunque para Carol su esposo nunca haya abandonado su inveterada inclinación a las apuestas de carreras, aspecto para el cual el hecho de que tenga abandonada su clínica supone un testimonio irrefutable. Todo este fragmento está narrado en la pantalla con una encomiable capacidad de síntesis y una agilidad que, a mi modo de ver, prefigurará esa corriente mucho más madura que quizá tuviera su exponente más rotundo en la admirable THE ROARING TWENTIES (1939, Raoul Walsh) del mismo año. Con ella compartirá esa ya señalada mirada social, introduciendo los recovecos que proporciona el trasfondo de la Gran Depresión, introduciendo el insólito personaje del escritor venido a menos Bill Stevens (Mark Stephenson), convertido poco menos que en un indigente. Es evidente que no nos encontramos con un producto que se sitúe ni de lejos con la extraordinaria película de Walsh, pero lo cierto es que KING OF THE UNDERWORLD logra combinar todos esos factores, con giros de guión tan sorprendentes como la redada que sufren los miembros del clan de Gurney, en la que de manera elíptica se producirá el acribillamiento de Miles -que se encontraba entre los gangsters para socorrer las heridas de uno de ellos-. Será una manera sorprendente de introducir un nuevo marco para su esposa, hasta el momento desconocedora por completo de la actividad oculta de su esposo, e incluso incriminada en la situación delictiva -de la que será exonerada-, aunque ello le acerque a la posibilidad de ser expulsada del colegio de médicos. Por ello, y armándose de valor, se encaminará en su búsqueda de cualquier pista sobre Gurney -al cual nunca ha contemplado en persona- para lo cual decidirá acudir a la pequeña localidad en donde tiene las suficiente pistas de que este ha ubicado su cuartel general. Lo hará acompañada por su veterana tía, con la convicción de quien no tiene nada que perder y sí por contra bastante que ganar -sobre todo su dignidad personal y, de alguna manera, vengar la introducción de su esposo en un ámbito negativo que le costó la vida-. La llegada de Carol a esta pequeña localidad rural, muy pronto le permitirá ser ninguneada e incluso rechazada por el adusto médico local -un agudo apunte que incluye una nada solapada visión sobre el machismo inherente en una sociedad más primitiva-.
Por su parte, Joe Gurney encontrará al ya citado Stevens tras sufrir un inesperado pinchazo en pleno trayecto de carretera de su coche -mientras este circula por medio un paraje rural-, con el que simpatizará de inmediato tras comprobar su afinidad por la recurrencia a frases y gestos ligados a la figura de Napoleón. Este aceptará la protección que le ofrecerá el gangster sin conocer su verdadera condición, aunque muy pronto intentará escapar de su entorno cuando compruebe que trata de atracar un bando y huya de un refriega policial, donde resultará herido e incluso encarcelado, interviniendo en ello la figura de Carol. Como podemos destacar en este sucinto recorrido argumental, una de las principales virtudes que emergen en KING OF..., reside en esa insólita complejidad argumental que presenta su trazado, bastante inusual en el cine policíaco de la época, en la ausencia de moralismos de la misma -entendidos estos en la acentuación del carácter negativo de la figura del delincuente- y, obvio es señalarlo, la frescura narrativa que presenta el conjunto, mérito todo él atribuible a los modos del nunca considerado Seiler. No por ello vamos a a firmar que nos encontremos con un producto de especial relevancia, pero sí más que estimable, que culmina con una atractiva elipsis que nos traslada -tras la muerte de Joe recurriendo, una vez más, a una sentencia napoleónica- a años después, cuando Carol y Bill convertidos en estable matrimonio, descubren como su hijo ya a temprana edad, lee ese libro que aquel terrible delincuente encargara redactar a su padre en el pasado. Curioso producto de consumo, inserto entre SCARFACE (1932, Howard Hawks) y la ya citada THE ROARING TWENTIES, KING OF THE UNDERWORLD sorprende, dentro de la modestia de sus planteamientos, de ciertas ingenuidades y quizá de una necesidad de mayor duración, como una propuesta que se mantiene bastante fresca, soportando bastante bien -incluso mejor que otros títulos del periodo más reputados- la prueba del tiempo.
Calificación: 2’5
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