THE BIG SHOT (1942, Lewis Seiler) [El gran golpe]
Pese a su extensa filmografía -unos 65 largometrajes rodados desde los últimos años del periodo silente y hasta finales de los cincuenta- y a haber formado parte en su carrera a la nómina de realizadores de la Warner Bros, lo cierto es que nadie se ha fijado nunca en la presencia del newyorkino Lewis Seiler (1890-1964) entre la nómina del artesanado de Hollywood. Es cierto que de los siete largometrajes suyos que he podido contemplar hasta la fecha, apenas me atrevería a destacar el tardío relato antinazi OPERATION SECRET (Guantes grises, 1952). En cualquier caso, entre los títulos suyos visionados y relacionados con el cine de gangsters, no se pueden negar sus relativas cuotas de interés. Por ello, no se comprende que en el canónico ’50 años de cine norteamericano’ Bertrand Tavernier y Jean-Pierre Coursodon no consideraran introducir la entrada sobre su aportación profesional.
Algo que no deja de resultar injusto, y que proporciona el relativo grado de interés brindado por THE BIG SHOT (1942) que, de entrada, supone un producto en cierto modo anacrónico -dicho esto sin ánimo peyorativo-. Lo es de entrada por su claro condicionamiento dentro de los ámbitos de la serie B del estudio. Y también por proponer un relato fronterizo, cuando la producción del género ya había evolucionado en las postrimerías de la temática de relatos criminales, encaminados a unos relatos de mayor complejidad y densidad, con la adopción de un lenguaje expresionista en sus momentos más dramatizados. Y, en definitiva, por suponer un insólito retroceso en el devenir de la carrera de un Humphrey Bogart que tenía muy cercano el estreno de las muy relevantes HIGH SIERRA (El último refugio. Raoul Walsh) y THE MALTESE FALCON (El halcón maltés. John Huston), ambas estrenadas en 1941, y poco antes de su definitiva entronización con CASABLANCA (Casablanca, 1942. Michael Curtiz). En cualquier caso, a partir de este conjunto de premisas nos encontramos ante un relato que puede ser que nos resulte en algunos momentos demasiado formulario, a partir del conocimiento que alberga hoy día el aficionado de los resortes del género, pero que en su conjunto no deja de revestir un estimable grado de interés.
THE BIG SHOT -traducido como “el gran cabecilla”- se inicia con una secuencia dominada por una sombría atmósfera -y que sería retomada con mucha mayor brillantez por el Robert Siodmak de la bastante posterior y magnífica CRY OF THE CITY (Una vida marcada, 1948)-, que nos permite asistir a la agonía de Joseph ‘Duke’ Berne (Bogart). La planificación y temperatura emocional nos permite deducir que se trata de un delincuente que ha sido reducido por la policía, aunque desconozcamos la pertinencia de una joven pareja que se encuentra animándole en lo que los que le rodean saben se trata de sus minutos postreros, y que el propio Berne asume con filosofía. Ello dará pie a un extenso flashback que se dirimirá en la práctica totalidad del metraje, y que se iniciará al presentarlo, absolutamente derrotado, tras salir de su tercera condena en la cárcel, donde ha permanecido veinte años de su vida. Decidido a no volver al mundo delictivo, que le predispondría a una cadena perpetua, no dejará sin embargo de ser tentado por algunos excompañeros suyos, actualmente ligados al entorno turbio del reputado y corrupto abogado Martin T. Fleming (Stanley Ridges). Pese a su renuencia aceptará trabajar para él en el asalto de un furgón blindado, comprobará que se ha casado con la que fue su prometida -Lorna (Irene Manning)-, y que, pese a todo, sigue manteniendo su amor hacia él. Decidido a no participar en el robo, el ruego que le formulará su antigua amante le hará finalmente no participar en el fallido y violento asalto -en un giro de guion poco convincente-. Ello sin embargo no le evitará ser considerado como superviviente del mismo y perseguido por la policía. Por eso, y siendo conocedor de los trapicheos de Fleming, se pondrá a su disposición para que sea su defensor. El abogado utilizará como argucia la anuencia de una falsa coartada, facilitada por el joven e ingenuo George Anderson (Richard Travis) -el que hemos visto en la secuencia inicial-, cuya falsa declaración será desbaratada por el propio Fleming de manera aviesa, al conocer la relación existente entre Berne y su esposa. La truculenta situación sentenciará al protagonista a la temida cadena perpetua, que vivirá inicialmente con escepticismo, y también un año de condena a Anderson en su condición de perjuro. En su deseo de ver fuera de la cárcel a Berne, Lorna articulará un plan que facilite su fuga, utilizando para ello a la prometida de Anderson -Ruth Carter (Susan Peters), la muchacha que lo acompañaba en la escena de apertura-. El plan se llevará a cabo, pero pronto surgirán las complicaciones e incluso las muertes. ‘Duke’ huirá con su fiel amada, pero de inmediato tendrá noticia de la injusta acusación al muchacho que le sirvió como fallida coartada, como autor de la muerte de un agente de prisiones. Será el momento de entender que ha de alorar en él, el rasgo de nobleza que anida en su interior.
Caracterizada por ese ritmo rápido característicos de las producciones del estudio, desde el primer momento llama la atención la atmósfera desesperanzada que tiñe sus mejores momentos. No queremos con ello señalar que nos encontremos cerca del alcance propio de un referente como el extraordinario, muy cercano en el tiempo y ya citado HIGH SIERRA, pero algo hay de ello en una pequeña propuesta que, justo es reconocerlo, se nutre de no pocos tópicos y estereotipos, pero que al mismo tiempo plantea constantes destellos de triste autenticidad. En primer lugar, resulta destacable ese empeño en perfilar con brevedad y precisión el rasgo de looser del protagonista. Lo comprobaremos en sus primeros instantes, en ese paseo en la soledad de la noche, sintiéndose perseguido por un policía, mientras se escuchan sus pensamientos en off, convenientemente subrayados por el fondo sonoro de Adolph Deutsch, brillante colaborador en la película. A ese sentimiento de fatalismo se sumarán esos instantes donde Seiler apostará por la inserción de pequeñas secuencias de montaje heredadas de un expresionismo tardío. Lo describirán esos intensos y arriesgados planos de acercamiento y retroceso a la córnea de ‘Duke’ que servirán para envolver el extenso flashback en que se insertará la película. También los que servirán casi a continuación como rápidas metáforas visuales de la larga estancia carcelaria del protagonista. Algo que marcará su prolongación en esos fugaces planos de detalle, cuando el protagonista descubra que su chica se ha casado, o la impactante sucesión de planos, cada vez más cercanos a su rostro, cuando este acuse la sentencia de cadena perpetua que sobre él se ha cernido a modo de tela de araña.
Además, de todo ello, en THE BIG SHOT concurre un estimable intento de humanización de personajes. Lo ejemplificará ese bobalicón muchacho que se ha metido en todo un embolado al acceder a servir de falso testigo para obtener una cantidad de dinero, y que en el tiempo en que ambos coincidan en prisión se mostrará apesadumbrado al haber contribuido involuntariamente a la condena que le han aplicado. Sin embargo, considero que en el film de Seiler destaca poderosamente el rol activo de Lorna Fleming. Alguien que en un primer momento podríamos considerar la clásica femme fatale, en un momento, todo hay que decirlo, que este perfil aún no se encontraba normalizado en esta corriente cinematográfica. Por el contrario, en esta película destacará por la inquebrantable fidelidad demostrada hacia ese amor al que las circunstancias llevaron a la cárcel y que se tuvo que casar con alguien que no amaba para resolver una dura situación familiar. Sin embargo no dudará en ayudar a su amado separándose del abogado, facilitando desde el exterior los elementos de su fuga y, en última instancia, buscando una segunda oportunidad, que el destino les negará de forma trágica. Y es en ese último giro, cuando las noticias de radio hagan conocer al protagonista la posibilidad de condena a muerte de Anderson por un asesinato que no ha cometido, donde a mi modo de ver la película alcance sus instantes más sinceros. La precisa planificación y, sobre todo, la interacción de la pareja protagonista y sus miradas de triste complicidad, permiten casi sin palabras vislumbrar en sus rostros, la imposibilidad de una felicidad deseada, y que el destino parece impedirles por completo.
Calificación: 2’5
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