FIRST MAN (2018, Damien Chazelle) El primer hombre
Suele suceder en el ámbito cinematográfico. Después de cualquier éxito de grandes proporciones, la siguiente obra del triunfante realizador por lo general es mirada y analizada con cierto recelo o reserva ya que, en definitiva, parece escaparse a lo que se esperaba de dicho cineasta. Es por ello que tras la descomunal acogida de la excelente LA LA LAND (La ciudad de las estrellas, 2016) se produjeron dos fenómenos. Uno de ellos el intentar revertir el éxito de dicha película, proponiendo una segunda mirada negativa sobre un producto que poco antes se había aclamado de manera generalizada. Otro, como no podía ser de otra manera, acoger con escepticismo su siguiente propuesta. Esta se materializó en FIRST MAN (El primer hombre, 2018), proyecto que Damien Chazelle tenía proyectado con Ryan Gosling, antes de que el citado LA LA LAND apareciera por medio, y que pudo finalmente llevarse a cabo a partir del éxito logrado con anterioridad. Lo que está claro es que esta dramatización del proceso por el que el astronauta Neil Armstrong se convertiría en el primer hombre que pisó a la luna, sobrellevando en su personalidad el trauma por la muerte de una de sus hijas y proponiendo con ello una perspectiva novedosa en torno a un anhelo que ha pasado a la historia de la segunda mitad del siglo XX. Utilizará para ello el libro escrito por James R. Hansen, y transformado en guion cinematográfico por Nicole Perlman y Josh Singer. Lo cierto y verdad es que FIRST MAN es una obra de enorme complejidad, que acierta al imbricar en su desarrollo dramático lo íntimo y lo espectacular. Que ofrece una mirada en absoluto apologética en torno al logro americano de la llegada a la luna -aspecto por el que quizá la película careció del eco que merecía- y que, a fin de cuentas, revalida la valía de un cineasta del que cabe ya señalar, no solo que alberga un mundo propio, que conoce y reformula la huella del cine del pasado, y que considero se ha situado ya en la pista de salida del cine USA de los últimos años.
FIRST MAN se inicia en 1961 describiendo un arriesgado ensayo por parte de Armstrong (Gosling). La secuencia, además de revelar un pasmoso diseño de producción, en el que Chazelle se mueve como pez en el agua sin dejar que el mismo ahogue sus intenciones, nos revela la personalidad que entonces dominaba al protagonista. Un hombre atrevido en su vocación por la aerodinámica, capaz de exteriorizar en ella una personalidad introvertida. Al mismo tiempo, la película revela ya desde esos instantes a la simbiosis de un extraordinario montaje y una mirada a ras de tierra. Por lo general sus planos son cercanos, optando por una mirada descriptiva. Como si se planteara desde la distancia un recorrido emocional e íntimo ante un hombre al congojado al conocer que su hija pequeña padece un tumor, del cual fallecerá poco después. Este será el verdadero punto de partida en la inflexión de un protagonista que muy pronto cerrará las alas de su personalidad, convirtiéndose en un ser taciturno, que incluso pese a la amabilidad que despliega con su esposa -Janet (esplendida Claire Foy)- ha decidido cerrar las espitas de su sensibilidad como ser humano, incapaz de superar esa pérdida y pese a que comparte su familia con dos hijos más. El director despliega con un enorme pudor, no solo el dolor que le producirá dicha muerte. Lo hará precisamente a través de esa mirada distanciada, casi impresionista, que obviará mediante la elipsis los momentos más duros y dramáticos. Como si intentara captar con la cámara la esencia de ese drama, y no una narración lineal del mismo.
Y es que al igual que sucedía en LA LA LAND, en donde Chazelle utilizaba las claves de determinados musicales del pasado, para ofrecer una mirada desencantada, bajo una personalísima imbricación de los códigos del melodrama del American Way of Life, en esta ocasión toma prestados los rasgos de un determinado subgénero -el biopic de un personaje conocido y la querencia por un relato épico-, para plasmarnos una mirada sombría en torno al gran sueño americano. Así pues, alejándose de la épica más o menos crítica que podrían ofrecer títulos precedentes como THE RIG STUFF (Elegidos para la gloria, 1983. Philip Kaufman) o APOLO 13 (Apolo 13, 1995. Ron Howard) -títulos ambos que confieso no haber visto- Chazelle utiliza la mente y el alma de su protagonista, Neil Armstrong, para vehicular sus deseos de expiar el infinito dolor que ha taladrado su personalidad, poniendo todo su empeño en una lucha casi contra corriente al objeto de lograr la oportunidad de viajar en ese proyecto que durante años ha ido apareciendo como fruto de un gobierno como el USA, envuelto en una competitividad con la URSS en la carrera espacial, y utilizado en la propia nación cuando esta se encuentra envuelta en un periodo de conflictividad y transformación social.
Todo ello y mucho más, se articula en esta apasionante película descrita a modo de pequeñas pinceladas, que combina de manera admirable el tortuoso mundo interior de su principal personaje, al que Ryan Gosling proporciona un portentoso mundo interior, detrás de esa máscara de hombre taciturno en el que se ha convertido. Me consta que está de moda atacar a Gosling apelando a una supuesta inexpresividad. No puedo estar más en desacuerdo a la hora de valorar un intérprete que sabe proporcionar a sus roles la debida intensidad con el mínimo de recursos externos, y que en esta película considero configura uno de los mejores papeles de su carrera, sino el más perdurable. Pero Chazelle no olvida introducir a modo de capas esta mirada descriptiva y crítica en torno a la sociedad de su tiempo -la visión que se ofrece en torno al oportunismo gubernamental en torno a este proyecto, el magnífico bloque que describe en breves pinceladas, el movimiento contracultural que se va adueñando de esa juventud americana que se muestra en contra del gasto desaforado de la carrera espacial-. Se describirá en la plasmación de un proceso que se alargará varios años, en el que el destino -y la muerte por accidente de otros pilotos que estaban encaminados a protagonizar aquella odisea- irán encaminando en definir a Armstrong en una especie de trasunto del capitán Achab melvilliano, que ha decidido convertir en el único objetivo de su vida el anhelo de la llegada a la luna. Pero no por pasar a la historia por dicha responsabilidad, si no para lograr con esa aventura expiar de alguna manera el infinito drama de la pérdida de su hija.
FIRST MAN se irá desplegando sin merma de ritmo e interés, atesorando esa densidad interna, en torno a la progresiva distancia existente entre Armstrong y su esposa -a lo que ayudará la intensa química desplegada por la pareja protagonista- perfectamente engrasada con el devenir del proyecto que finalmente pondrá a USA en la vanguardia del mundo. Sin embargo, Chazelle orilla los grandes momentos, que en líneas generales se brindan mediante elipsis. Preferirá detenerse por el contrario en la letra pequeña, dentro de esa mirada impresionista que permite dirigir su asombroso alarde de producción para plasmar un drama psicológico, emocional e íntimo, en el que durante sus mejores momentos se llega a transmitir al espectador una emoción genuina y sincera. La película atesorará extraordinarias secuencias, de muy diferentes características, que demuestran un hecho a mi juicio claramente constatable; la personalidad del hombre que se encuentra tras la cámara. Así pues, se nos quedan en la retina el extraordinario impacto del episodio en el que se plasma la muerte de los pilotos en una nave en pruebas -ofrecido una vez más de manera elíptica- y la repercusión que la noticia albergará en Armstrong -extraordinario Gosling- que se encuentra en una recepción en Washington. Este recibirá en apariencia estoicamente la llamada con la mala nueva, hasta comprobar su mano sangrante al haber roto la copa que lleva en la mano. O la tensión albergada en la discusión entere Armstrong y su esposa, al insistir ella en su obligación para despedirse de sus hijos, mientras él intenta eludir dicho contacto simulando preparar su equipaje. Al final accederá, plasmándose un conmovedor encuentro con sus hijos, en el que la aparente ausencia de emotividad, es el que realmente da la medida de su intensidad dramática.
En cualquier caso, y dentro de un conjunto en el que la complejidad de su admirable andamiaje técnico, se encuentran férreamente controlados por Chazelle, no cabe más que admirar el brillantísimo componente de producción que acierta al trasmitir el verismo de la ambientación de su tiempo, unido a la credibilidad del complejo proceso de recreación de todos aquellos elementos que conforman el mundo ligado a la Nasa; sus naves, técnicas, etc. Un ámbito en el que nuestro cineasta atesora fundamentales aliados como el montaje de Tom Cross, las excelencias de la iluminación proporcionada por Linus Sandgren o, por supuesto, la inspirada banda sonora de Justin Hurwitz. Fruto de esta admirable comunión cinematográfica aparece ese asombroso set pièce descrito casi a modo de inesperado ‘musical sin danza’, que mostrará el alunizaje de la nave Apolo 13, en lo que ya cabe calificar como uno de los episodios más memorables del cine americano rodados en el siglo XXI -especialmente memorable es esa inesperada panorámica que rompe el percutante montaje, describiendo la magnificencia del paraje lunar que se acaba de vislumbrar, o la deslumbrante sucesión de primeros planos de Gosling-. Pero junto a ello, FIRST MAN brindará en sus últimos minutos dos muestras de esa maestría de nuestro director para manejar de manera insólita los resortes del melodrama. Uno de ellos será el ofrecimiento de Armstrong de manera íntima, de esa pequeña pulsera de su hija depositada en un cráter de la luna antes de regresar a la tierra. El otro será, por supuesto, esa conmovedora secuencia final, llena de pudor emocional, en la que se vislumbra un perdón de los Armstrong resuelto con la simplicidad de los grandes del melodrama, faceta esta última en la que Damien Chazelle se está convirtiendo de manera inesperada como uno de sus aventajados herederos.
Calificación: 4
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Luis -