POSSE FROM HELL (1961, Herbert Coleman) [Justicieros del infierno]
No hay más que ver la secuencia inicial -sobre la que se imprimirán sus títulos de crédito- para percibir que POSSE FROM HELL (1961) -nunca estrenada en nuestro país, aunque editada digitalmente bajo el título ‘Justicieros del infierno’-, debut y uno de los únicos dos largometrajes dirigidos por Herbert Coleman, apuesta desde su primer instante por un relato tan apasionante como personalísimo. La imagen se inicia con un primerísimo plano de la llamarada de un quinqué. Pronto hará panorámica hacia la izquierda, describiendo la nocturnidad de una población del Oeste -posteriormente conoceremos que se trata de Paradise- acercándose de manera amenazadora sobre su calle central cuatro jinetes. Ya en esos instantes dos detalles captarán nuestra atención, incidiendo en la carga dramática del inicio; la magnífica fotografía en Eastmancolor de Clifford Stine, y la percutante banda sonora de Joseph Gershenson. Serán dos de los grandes aliados de esta singular propuesta de western, en la que desde el primer momento se percibe que detrás de la cámara se encuentra alguien con la suficiente personalidad para ofrecer una mirada propia. Y es cuando conviene señalar que Coleman fue el productor de las más importantes películas rodadas por Alfred Hitchcock en la segunda mitad de los cincuenta. De aquel ámbito transitó al entornó de una serie B tardía y al contexto atormentado que definió la -necesitada de revisión- aportación de Audie Murphy en el cine del Oeste dentro aquellos años seminales para el género -recordemos las magníficas muestras que asumió dirigidas por Jack Arnold-. La conjunción de ambos talentos, y asumiendo entre ambos el guion del especialista del género Clair Huffaker -RIO CONCHOS (Río Conchos, 1964. Gordon Douglas)- a partir de su propia novela, logran configurar el conjunto de un tenso western psicológico, enaltecido por el magnífico uso del formato panorámico, un brillante uso de exteriores paisajísticos, una deliberada querencia por la abstracción y, en última instancia, la apuesta por un alegato de redención de raíz cristiana, que adquiere por la sensibilidad cinematográfica con la que es descrito una extraña hondura en su plasmación.
Los cuatro forajidos que han llegado a Paradise lograrán asaltar la oficina bancaria tomando como eje una serie de rehenes que mantendrán en el Saloon de la localidad, en donde incluso matarán a varios de ellos, especialmente de la mano de Crip (Vic Morrow) el más violento de ellos, e incluso asesinando al Sheriff -Webb (Ward Ramsey)-. Curiosamente, en camino se encontraba el enigmático Banner Cole (Murphy), amigo del fallecido, y a quien iba a ayudar como ayudante en su cometido. La llegada de este coincidirá con el shock que en la población ha provocado el asalto y los crímenes de la noche anterior. Cole aún podrá estar junto a su amigo en sus instantes postreros, y asumirá el mando y el encargo para organizar una batida que vaya detrás de los asesinos y del botín que se han llevado. En última instancia, el heterogéneo grupo que comanda no será el mejor posible. En un momento determinado este no se recatará en señalar que no le sirven para nada. Pero según se vayan desarrollando las persecuciones, las luchas en los diferentes encuentros que se sucederán con los malhechores, o en los propios conflictos descritos entre los propios componentes, lo cierto es que se producirá un lento acercamiento de Banner con algunos de sus más cercanos acompañantes. Ello se manifestará con Johnny Caddo (Rodolfo Acosta), un ya maduro indio caracterizado por la dignidad de su comportamiento o, de manera muy especial, el joven Seymour Kern (John Saxon), un joven de cultura urbana que ha sido enviado en la batida por su jefe el director del banco, pero que de manera imperceptible encontrará en la aventura que está viviendo junto al inescrutable cabeza del grupo, un alumbramiento en su vida.
POSSE FROM HELL se beneficia desde el primer momento de la precisión de su engranaje dramático y del ajustado trazado de todos y cada uno de sus personajes, precisando para ello de una extraordinaria galería de grandes característicos de Hollywood -Royal Dano, James Bell, Robert Keith…- de los que se extraen extraordinarios registros, y que proporcionan una extraña autenticidad a las tribulaciones de los personajes que encarnan. Pero con ser muy interesante todo ello, lo cierto es que el film de Coleman apuesta desde el primer momento por la singularidad de su plasmación visual, en la que en última instancia se logra un extraño equilibrio y donde todo conforma un lacónico conjunto en el que nada parece sobrar ni faltar. Desde la enigmática personalidad de su protagonista, que en todo momento aparece casi como la llegada de un mesías -intuyo que la nomenclatura de la población no resulta casual-. Se trata de alguien del que se adivina un pasado convulso, pero que no se encuentra cómodo en un entorno del que muy pronto descubrirá la mezquindad de sus moradores. Y ese será el contexto donde podremos contemplar las inusuales y mortuorias secuencias en las que se muestran los cadáveres tapados de los vecinos asesinados y, entre ellos, el rostro del moribundo Sheriff, quien en unos casi dolorosos primeros planos rogará a su amigo que comande esa batida y, de alguna manera, inicie con ello un proceso de redención de ese mundo interior que le sigue atormentando, y que hay que reconocer el ya maduro Audie Murphy supo expresar con convicción.
A partir de ese momento, el film de Coleman se dirimirá en una sucesión de cabalgadas y episodios en los que siempre destacará su cuidadoso sentido paisajístico, pero en donde nunca se descuidará el débil entramado de relaciones que se ha ido estableciendo entre los componentes de la batida, hasta que la evolución de los acontecimientos irá delimitando por un lado la muerte de algunos de ellos, o el abandono de otros según lo propicien las circunstancias. Todo emergerá tras la extraña belleza visual de sus imágenes conformando una singular abstracción cinematográfica, puesto que su recorrido argumental se propondrá a través de la persecución de unos bandidos a los que prácticamente casi no veremos. Si irán apareciendo esas concomitancias, como la presencia de la secuestrada Helen (Zohra Lampert, la esposa granjera de Warren Beatty en SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan)) a la que los bandidos habrán ultrajado, y que en el relato ejercerá el trasunto de una actualizada María Magdalena. Por todo ello, por la extraña, lacónica y oscura atmósfera que va envolviendo sus secuencias, podríamos señalar que nos encontramos ante un desconocido -y magnífico- título puente, entre el alegato cristiano que preconizaría el Henry King de la no muy lejana THE BRAVADOS (El vengador sin piedad, 1958), y situándose como un extraño precedente de la muy posterior THE STALKING MOON (La noche de los gigantes, 1968. Robert Mulligan). Poco a poco, la película irá despojándose de sus máscaras, hasta quedar reducida a la interacción de Caddo y, tras su asesinato, del joven Kern y Cole. Será en este tercio final cuando POSSE FROM HELL alcance la excelencia, en medio de unos parajes cada vez más agrestes, como ese momento en el que dudan en dejar herido a uno de los bandidos -encarnado por Lee Van Cleef- y en sus personajes quedará la duda de como actuar de manera cristiana, hasta que la muerte de este cierre un debate que se planteaba enojoso entre los tres brigadistas. O la creciente sinceridad e incluso los pequeños rasgos de amistad que se establecerá entre los dos últimos supervivientes -el instante en que ambos beben los tragos de whisky de la cantimplora del bandido muerto- y que llegará a su catarsis cuando logren eliminar a los dos bandidos supervivientes. Será en esos momentos cuando Cole asuma sobre sus hombros al herido Kern, en una secuencia que simulará un extraño calvario, hasta llegar con resignación de nuevo hasta Paradise donde les recibirán algunos de sus vecinos.
Aquí podría haber terminado la película, y lo hubiera hecho con convicción. Sin embargo, POSSE FROM HELL aún irá más lejos, acentuando ese alcance de parábola cristiana. Una delegación de las fuerzas vivas le dará su gratitud, pero de nuevo volverán a aflorar en ellos sus mezquindades. En esos momentos -y aquí Murphy realmente está fantástico al expresar en su rostro sus tribulaciones internas-, Banner evocará el ruego de Webb de que supiera ver las buenas gentes que existen en la ciudad, solo que intentara encontrarlas. Y por ello girará una visita en el pequeño cementerio a la tumba de su amigo, curiosamente ubicada casi al lado de Johnny, en una secuencia extraordinaria dominada por un extraño sentido de la ascesis y una cierta aura sobrenatural -por momentos, y salvadas las distancias, me recuerda ese sentido del pathos que presidía la inigualable conclusión de THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold)- en la que el espectador siente en carne propia una especie de revelación mística, en la que nuestro protagonista tornará a ser humano, y recuperara la facultad de ‘ver’ el sentimiento y la virtud humana, para lo cual quizá ha encontrado en la proscrita y despreciada Helen a la compañera de su tránsito existencial.
POSSE FROM HELL supone, de entrada, y en la figura de Herbert Coleman, otro brillante debut en uno de los momentos cumbres del cine norteamericano -sería cuestión de poder acceder al otro título que rodó casi a continuación, también con Murphy como cabecera de reparto; el bélico BATTLE A BLOODY BEACH (1961)-. Ratifica que en la figura de Audie Murphy se fue fraguando una de las más atractivas, tortuosas y oscuras personalidades del cine del Oeste en lo que podríamos denominar el ‘Cinema Bis’ del género. Y, por último, revela que aún queda no poco por rascar a la hora de desplegar una completa panorámica del mismo, en la que estoy seguro aún quedan rezagados no pocos títulos que, como este, deberían ser reconocidos en sus excelencias, a la altura de otros, estos sí, justamente recuperados.
Calificación. 3’5
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