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CINEMA DE PERRA GORDA

IL POSTO (1961, Ermanno Olmi) El empleo

IL POSTO (1961, Ermanno Olmi) El empleo

Lo he señalado en numerosas ocasiones. Siempre he pensado que los dos bienios más arrolladores en la historia del cine vienen dados por un lado en las postrimerías del periodo silente -1927 y 1928-. Por otro en el marcado entre 1960 y 1961. En este último caso, la confluencia de varios de los exponentes casi testamentarios de los cineastas del Hollywood clásico, vino dada de la mano con las propuestas de nombres muchos más jóvenes, buena parte de ellos inmersos en las corrientes renovadoras de todo el mundo. Es algo que, como no podría ser de otra manera, tuvo su lógica repercusión en una cinematografía de tan alto octanaje como la italiana, en la que junto al aporte de sus máximos exponentes -Fellini, Visconti…- incluso se encontraría la brillantez de nombres quizá de menor entidad, como pudiera ser Mauro Bolognini -LA VIACCIA (1961)-. Dentro de dicho contexto, la figura del cineasta de Bérgamo Ermanno Olmi emerge con fuerza, aunque en realidad su debut en el largometraje se produjo con EL TEMPO SI E FERMATO (1959) -que no he contemplado hasta el momento, Olmi sigue siendo una deuda pendiente personal-. En cualquier caso, es con IL POSTO (El empleo, 1961) con la que la figura de Olmi emerge con fuerza, y ejerciendo como punto de partida de una singularísima obra, en la que las inquietudes sociales que desde el primer momento plantea se ven envueltas -y he ahí lo realmente importante de la misma- acertó a plantearla con un considerable rigor, y evidenciando que su mirada propone a un cineasta riguroso, enormemente preciso en la pintura de personajes, poseedor de un tempo mesurado e incluso minimalista en ocasiones, capaz de transmitir una doble visión global de los contextos en los que se describe su cine, que en algunos instantes roza lo antropológico y, al mismo tiempo, introduciendo en sus ficciones un nada soterrado sentido de la ironía.

Todo ello, se cumple punto por punto en esta magnífica IL POSTO, tras un rótulo que pone en contexto el entorno en que vive la familia del protagonista, situándonos en Meda, la periferia de Milán. En apenas su plano inicial, y utilizando diversas panorámicas, la cámara de Olmi -ayudado por la intensa iluminación en blanco y negro que proporciona de manera extraordinaria Lamberto Caimi- se nos describe con pertinencia el entorno obrero y casi lindante con la miseria que define la familia del tímido y casi imperturbable Domenico Cantoni (un conmovedor y debutante Sandro Panseri, de quien no pocos vieron afinidades a la poética contención de Buster Keaton, y que no tuvo continuidad en su andadura cinematográfica). Lo vemos en una cama situada en el comedor y cocina al mismo tiempo, desvencijada, desde donde se atisba a esos padres alienados por ese trabajo de décadas para intentar salir adelante, representantes todos de una sociedad que muy tímidamente se abre al progreso industrial. Todas las esperanzas de los progenitores se centran en la prueba que se va a realizar en Milán a su hijo por parte de una gran empresa, sabiendo que, aunque no resulte demasiado bien remunerada, consolide un empleo. De buena mañana este se dirigirá a la misma -nunca sabremos que produce la misma- contemplando el proceso de selección de futuros empleados, en un extraño y por momentos cómico ritual, mostrado por Olmi con una fría distancia que por momentos revela lo absurdo de aquello que hemos contemplado. Pese a su sempiterna timidez, Domenico logrará acercarse a otra de las aspirantes a empleada, la joven Antonietta (magnífica Loredana Detto, que dos años después se convertiría en esposa del realizador). Entre el titubeando coqueteo y el desarrollo de las pruebas, los dos serán finalmente elegidos, aunque ambos estén destinados en diferentes edificios, lo que impedirá que el protagonista pueda encontrarse con ella. Al mismo tiempo, ante la ausencia inmediata de un empleo directo, se le ofrecerá uno provisional como mensajero o botones, que le permitirá agudizar su capacidad observadora bajo su imperturbable perfil. También intentará buscar a Antonietta, algo que finalmente sucederá de manera casi casual, en un pasillo de la oficina en que esta trabaja, espoleándole la muchacha a que acuda a una fiesta de fin de año que han organizado los empleados. Domenico se ilusionará y logrará el permiso familiar para acudir a la celebración, e incluso en ella logrará divertirse bailando con una mujer de mayor edad, pero su deseada no acudirá. Poco a poco el joven protagonista se irá habituando a su nueva situación y de manera inesperada el fallecimiento de uno de los veteranos empleados le permitirá ocupar esa anhelada plaza de oficinista… aunque tenga que hacerlo ubicándose en la última línea de mesas, y un primer plano sobre su rostro nos plantee la certeza de un futuro dominado por la alienación.

Articulada a partir de un guion elaborado al alimón por el propio realizador junto a Ettore Lombardo, IL POSTO en realidad proporciona una historia mínima, carente de manera deliberada de intensidad dramática y, en el fondo, contándonos una historia minimalista, que en no pocos de sus elementos aparece descosida -el rol de Antonietta desaparece repentinamente de escena, sin saber finalmente cual es su posterior discurrir-. Se trata de la opción que marca un relato que, al igual que la inocente y al mismo tiempo curiosa mirada de Domenico, propone una visión dominada por su precisión, alternándolo con otra de alcance global de considerable alcance. Da igual que nos encontremos ante secuencias en el fondo tan nimias -y al mismo tiempo revestidas de extraño romanticismo- como aquella en la que el muchacho espera escondido a su enamorada en el exterior del edificio de la empresa en la que los dos trabajan, y bajo las gotas de una creciente lluvia contempla oculto como esta discurre junto a un grupo de compañeros de trabajo, con los que exterioriza una clara actitud de amistad. Junto a ello, y dentro de ese minimalismo, resulta tan inquietante como al mismo tiempo divertida toda la recreación del conjunto de pruebas a que son sometidos los numerosos aspirantes. Serán episodios que incidirán en esa otra mirada, mucho más acre, ante el denominado milagro italiano. En conjunto, la excelente obra de Olmi destila una cierta sensación de amargura y nihilismo colectivo. Los fríos exteriores, los bares y cafeterías repletos de público, esa sensación de un ámbito opresivo generalizado, en la que se tiene la impresión de no poder salir, se encuentra espléndidamente reflejada, en una película que, por estructura y cierta semejanza, no dudaría en emparentar a una comedia realizado en Hollywood apenas unos meses atrás. Me refiero a la igualmente excelente THE BELLBOY (El botones, 1960), magnífico y experimental debut de Jerry Lewis como realizador, con la que comparte la profesión de su protagonista y su condición de propuesta casi de serie B. Y si bien es cierto que Lewis no incorporaba ninguna mirada social, no es menos evidente que le ligaría al inmediato film de Olmi esa pátina de experimentalidad cinematográfica. De cercanía incluso en algunos momentos con el absurdo, por medio de fugas en ocasiones cómicas y en otras ligadas a tintes levemente poéticos.

Así pues, y dentro de un conjunto que desde el primer momento te atrapa, no se puede dejar de destacar la mirada casi entomóloga que describe el espléndido episodio de la inicialmente casi fantasmal fiesta de fin de año. O secuencias muy cercanas al slowburn, como aquella en la que el protagonista come junto a una mujer que decide guardarse su comida en el bolso, ya que no lleva la dentadura puesta. O la singularidad de que en una película centrada en una gran empresa, no sepamos realmente en que trabajan sus empleados -e incidiendo con ello de manera sutil en esa denuncia sobre la alienación colectiva que les rodea-. Unido a ello, será enormemente cruel -y divertida- la sátira que se ofrece en torno a la ineficacia de ese mundo de oficinistas ya entrenados en intentar escaquearse al máximo de su rutinario trabajo y en donde se insertarán incluso detalles poéticos, como la presencia de ese oficinista jubilado que no quiere asumir su situación acudiendo todos los días a las oficinas como si mantuviera su empleo. En ese mismo contexto, y dentro de un pasaje rupturista marcado por un extraño montaje, la cámara de Olmi romperá la rutina de los ya veteranos oficinistas, para ofrecer pequeños flashes que nos revelan la mediocridad de su vida personal y familiar, en uno de los pasajes más sombríos de la película.

Y a partir de la imperturbabilidad que rodea a Domenico, que como antes señalaba se acerca al universo de Buster Keaton pero al mismo tiempo al de Jacques Tatí, o al literario y teatral de Eugène Ionesco, todo se rompe con una efímera ventura en esas pequeñas pinceladas que definen el primer y único contacto con Antonietta. En cualquier caso, entre el conjunto de excelencias que definen esta obra esencial, no dudaría en quedarme con una brevísima secuencia que casi pasa desapercibida, y en la que de alguna manera se armonizan todas las líneas temáticas y emocionales de su conjunto, con un hermoso tinte poético. En un exterior dominado por la lluvia y ante una feria desierta, el protagonista, que ha seguido celosamente a la muchacha, se encontrará ante una caseta de feria inexplicablemente en funcionamiento, dentro de un contexto casi fantasmagórico. En la misma, dos niñas implorarán al atribulado joven a que tire unas pelotas con las que podría obtener un pez de premio. Este aceptará despistado el reto. Fundido en negro a un primer plano del pez ganado, en el lavabo de la oficina.

Calificación: 4

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