MYSTERY SUBMARINE (1950, Douglas Sirk) El submarino fantasma
Aunque el propio Sirk afirmara con desdén no tener el menos recuerdo de esta película, y a que en buena medida su andadura en Hollywood hasta acercarse al periodo dorado de Universal bajo el auspicio de producción de Ross Hunter, derivó en una producción muy variopinta, lo cierto es que la misma -en líneas generales bastante estimable- demostró algo que no se le ha reconocido a Sirk; su versatilidad. Es verdad que estas películas en ocasiones escoradas a la serie B, demostraban que el cineasta austriaco quizá no se ajustaba con tanta facilidad como otros profesionales emigrados de Europa -o incluso procedentes del propio Hollywood-, a los confines de la producción de bajo presupuesto. Sea como fuere, MYSTERY SUBMARINE (El submarino fantasma, 1950) aparece de entrada como el título que facilitó el ingreso del realizador en el ámbito del mencionado estudio, en el cual en muy pocos años articuló y perfeccionó unas constantes de estilo que, a la postre, forjarían su imagen definitiva como creador cinematográfico.
No cabe duda que, dentro de este heterogéneo conjunto de títulos, MYSTERY SUBMARINE aparece quizá como uno de los más alejados a sus propias características cinematográficas. Sin embargo, pese a su condición alimenticia, no por ello hemos de considerarlo como algo desdeñable. Pese a los convencionalismos que tiene que asumir. A los estereotipos que se establecen en sus minutos iniciales y finales, que estoy seguro pillaron a Sirk a contrapelo, nos encontramos ante un relato que funciona parcialmente a dos niveles. El primero de ellos, establecerse como una singular propuesta bélica, con un argumento que se desarrolla con posterioridad a la conclusión de la II Guerra Mundial, y en una modalidad bastante peligrosa, como es el ‘cine de submarinos’. Por otro lado, la vertiente melodramática que rodea su andadura dramática, en algunos de sus pasajes llegará a albergar una relativa singularidad.
La joven alemana, nacionalizada estadounidense, Madeleine Bremmer (Märta Torén) se va a someter a una vista preliminar por parte del fiscal de Nueva York, acusada de traición. Absolutamente desorientada, no dudará en declarar, lo que nos retrotraerá a un breve flashback en el que descubriremos su vida como solitaria y joven viuda de un oficial al que se dio por muerto cinco años atrás, al hundirse un submarino. Esa soledad asumida de manera pesada, y que comparte el actual momento como secretaria de una mujer adinerada, se verá interrumpida con el inesperado encuentro con alguien que le señala que su marido en realidad se encuentra vivo. No será más que el señuelo propuesto por el comodoro nazi Erich von Molter (estupendo Robert Douglas), quien incluso tras la caída del III Reich sigue prolongando sus actividades delictivas, utilizando el submarino que se suponía destruido al terminar la contienda. Su estrategia permitirá que la ingenua Madeleine le suponga de vital ayuda a la hora de capturar al veterano científico Adolph Guernitz (Ludwig Doanth). Ese secuestro de ambos en el submarino comandado por Molter, tendrá una consecuencia trágica; el hundimiento del personal del barco que portó a ambos, e incluso algunos de los oficiales que han huido del submarino.
El relato de la encausada finalizará ahí, para introducirse de manera separada el del doctor Brett Young (McDonald Carey), quien, desde su neutralidad, iniciará en otro flashback más extenso sus vivencias simulando convertirse en un galeno alemán -su dominio del idioma le supondrá una oportuna ventaja-. Esa suplantación de personalidad le permitirá ser introducido por el mando del submarino, al objeto de que cuide la alicaída salud del científico, mientras inicialmente se encuentran escondidos en un oculto lugar costero de Sudamérica. El recién llegado, mientras intenta aplicar su plan de rescate de Guernitz, contemplará con desapego a la muchacha retenida. Será una opinión repleta de escepticismo que poco a poco irá revirtiéndose, al contemplar como en la joven se encuentra alguien atormentado que, en realidad, solo desea un cierto grado de redención, a partir del enorme error cometido por su comprensible deseo de reencontrarse con un esposo al que sabía muerto -como así era en realidad- pero que por un momento imaginó vivo.
Lo peor de MYSTERY SUMARINE proviene, sin lugar a dudas, de los minutos iniciales y de cierre de la película, descritos en el despacho del fiscal que va a enjuiciar a Madeleine. Apenas esas pinceladas que nos presentan al personaje -ese titular de prensa; la propia actitud distante de la enjuiciada-, evitan esa sensación antipática que aparece en la actitud paternalista del propio jurista y el entorno institucional descrito, que reaparecerá con mayor blandura si cabe en los instantes de cierre del relato. Por fortuna, este adquiere de repente una inusual fuerza en los primeros instantes de la evocación de la protagonista, puesta en escena por Sirk. Esa breve plasmación de su soledad, caminando por la playa mientras evoca sus sensaciones, al tiempo que nos muestran destellos de la sensibilidad romántica del cineasta, no dejan de retomar una secuencia similar de la muy cercana THE AMAZING MR. X (1948, Bernard Vorhaus), en aquella ocasión más escorada hacia el fantastique. Muy pronto esa situación inicial derivará en la una ya definitiva inclinación hacia el drama psicológico con trasfondo bélico, en una base argumental que, paradójicamente, se encuentra ubicada con posterioridad a la égida de la lucha contra el nazismo.
Y es en esa misma vertiente donde el film de Sirk encuentra otro de sus agujeros dramáticos, a partir del seguimiento de una torpe historia de Ralph Dietrich, George F Slavin y George W. Georgre, trasladadas a guion cinematográfico por parte de los dos últimos. Lo que podría haber supuesto una atractiva mirada en torno a la prolongación de las actividades del nazismo en tierras americanas -al modo del atractivo CORNERED (1945, Edward Dmytryk)-, quedará reducido a un relato pulp en el que las referencias a esa herencia hitleriana quedarán diluidas en los intentos de Molter de alcanzar la captura y venta del científico a una fuerza extranjera de la que nunca se dará noticia. Esa propia delimitación argumental, o hechos puntuales como la rapidez con la que Young encontrará el escondrijo donde se oculta el alemán, su personal, el científico y el propio submarino, sin duda quedan en el debe de una película de bajo presupuesto, que no busca sutilezas o la precisión de una lógica dramática.
Por fortuna, dejando de lado estas debilidades, MYSTERY SUBMARINE funciona bastante bien como relato físico, ofreciendo una mixtura de propuesta dramática y bélica que en algunos de sus episodios lindará con la vertiente del cine de aventuras desarrollado en marcos exóticos. Ayudado por la corpórea iluminación en blanco y negro que brinda Clifford Stine, y por la propia y ajustada duración de menos de 80 minutos, lo que impide la ausencia de baches de ritmo, lo que en la película se ausenta de densidad en el tratamiento de sus personajes, sí que es cierto se va impregnando en fisicidad y un cierto grado de tensión. Es algo que podremos intuir en una imagen suelta como ese submarino apenas escondido entre matojos y unos toldos en un lugar perdido, pero pronto se percibirá en el malestar que existente entre la extraña pareja que acogerá al personal que comanda Molter. A partir de estos pasajes ya resaltará la atmósfera del intento de fuga de Madeleine -en la que se adivina un intento sutil por parte de la mujer que los ha acogido, para que la eliminen- y, sobre todo, el tenso episodio en el que el alemán, algunos de sus hombres y el propio Young, acudan a un misérrimo hospital al objeto de robar medicación que pueda revertir la grave enfermedad del científico. Será la primera ocasión, además, en la que se introduzca el mcguffin de la nota con la ubicación del encuentro donde se va a producir la entrega de este. Serán unos instantes que culminarán de manera inesperada e impactante con el asesinato a sangre fría, y en off, del médico que se encontraba en el recinto.
A partir de ese momento, puede decirse que MYSTERY SUBMARINE prende casi por completo, describiéndose un tercio final magnífico en el que la utilización de la escenografía en el interior del submarino, las bien trazadas tensiones entre sus personajes, el intento de Madeleine de propiciar que el ejército USA pueda localizar la presencia física del submarino, el intento del médico americano de poder hacer llegar el mcguffin antes ensayado -lo que propiciará una solución tan ingeniosa como angustiosa-, el creciente pánico de la tripulación al sufrir unos bombardeos de creciente peligrosidad, o el intento de la nave de silenciar su presencia y, con ello, hacer ver a los americanos que esta ha sido hundida. Todo ello conformará un bloque estupendo -tan solo lastrado por el ya señalado epílogo que cierra la película-, que suple y fortalece en buena medida el conjunto de una película tan modesta como atractiva en sus mejores momentos, en la que por encima de todo se plasma esa versatilidad de un Sirk quizá más inmerso que nunca en el contexto de un ámbito aún difuso, pero en el que sale más que airoso de su resultado.
Calificación: 2’5
0 comentarios