ABBOTT AND COSTELLO MEET FRANKENSTEIN (1948, Charles Barton) Abbott y Costello contra los fantasmas
Todos recordaremos la profunda crisis que el cine de terror vivió entrada la década de los cuarenta del pasado siglo. Coincidió con la traumática vivencia de la II Guerra Mundial y la creciente demanda de producciones adscritas al género. Y motivó por parte de la Universal, estudio que había apostado en el mismo pocos años antes, que prolongara dicha estela con producciones insertas dentro de la serie B, reutilizando y vulgarizando de manera progresiva la mitología de los monstruos y criaturas del género, en productos firmados por Roy William Neill o Erle C. Kenton, entre otros. También curiosas aportaciones, como la brindada por el alemán Joe May en la muy apreciable THE INVIISBLE MAN RETURNS (El hombre invisible vuelve, 1940). Es curioso señalar dos puntualizaciones a este respecto. La primera, como el mismo estudio lograba una de las cimas del género en otra serie B, más ligada a un puro fantastique e incluso el cine de misterio, con la aún infravalorada e incluso desconocida THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel). Por otra parte, en aquellos mismos años ya se habían definido unos nuevos caminos para el género, a partir del núcleo de producción de Val Lewton en el seno de la RKO, trasladado en recordadas propuestas firmadas por Jacques Tourneur, Robert Wise y Mark Robson. Es curioso señalar que la carencia de estreno comercial de estos últimos títulos, impidió hasta muchos años después que fueran considerados entre los comentaristas y el público de nuestro país.
Esa querencia hacia auténticos ‘cócteles’ de monstruos que escenificaban las producciones Universal pronto acusaron su desgaste, lo que motivó la apuesta por las parodias como auténtico subgénero. Y para ello no tuvieron mejor ocurrencia que acudir a uno de las parejas de supuestos cómicos más pobres jamás surgidas en el cine norteamericano. Me refiero al tándem formado por Bud Abbott y Lou Costello. He de reconocer que desde que, siendo adolescente, soporté un pase televisivo de HOLD THAT GHOST (Agárrame ese fantasma, 1941. Arthur Lubin) -en aquella entrañable selección de “Mis terrores favoritos”-, había huido de ellos como de la peste, consciente de no perderme nada en su aportación cinematográfica. Sin embargo, no oculto que tenía dos deudas pendientes con ellos. Una, comprobar si hay algo aprovechable en BUD ABBOTT AND LOU COSTELLO IN HOLLYWOOD (1945, S. Sylvan Simon). La segunda, comprobar las razones de la relativa mítica que justifica entre algunos aficionados y especialistas ABBOTT AND COSTELLO MEET FRANKENSTEIN (Abbott y Costello contra los fantasmas, 1948). Pues bien, en este segundo caso, asumo con cierto pesar que se ratifican mis peores temores. Y es que. aunque albergue un cierto mayor grado de interés que la ya citada e infumable HOLD THAT GHOST -menos era imposible-, nos encontramos ante una comedia de terror de mediocres resultados que, sin embargo, cosechó en su momento un espectacular éxito comercial, hasta el punto que sirvió para salvar al estudio de la bancarrota.
Bud (Abbott) y Wilbur (Costello) son dos repartidores, que de repente tendrán que responder al encargo del dueño de una casa de terror, para trasladar hasta allí dos grandes bultos. Una inesperada llamada desde Londres -procedente de Larry Talbot (Lon Chaney Jr.) les rogará no lleven a cabo el encargo hasta que él se desplace a USA. Sin embargo, espoleados por el dueño del tétrico recinto llevarán los envíos hasta el mismo en plena noche, comprobando que se trata de un auténtico museo de cera repleto de amenazadoras recreaciones. Allí el timorato Wilbur será el que comprobará que los embalajes contienen el ataúd del Conde Drácula (Bela Lugosi) y los restos del monstruo de Frankenstein (Glenn Strange). El primero de ellos llegará a hipnotizarlo, para sorpresa de Bud y los propios responsables del recinto, iniciándose una inconsistente peripecia que llevará al intento por parte de Drácula de devolver a la vida a la criatura de Frankenstein, utilizando para ello el cerebro de Wilbur -de ahí el acercamiento hacia él de la atractiva Sandra (Leonore Aubert)-, y que tendrá su base de actuaciones en un castillo ubicado en la costa.
En realidad, esas pocas líneas resumen una rocambolesca y embarullada trama, ya no solo sin el más mínimo atisbo de verosimilitud, si no en muchas ocasiones contradictorio, al servicio del nulo sentido del humor de la hoy olvidada pareja. Sorprende que haya que enviar en plena noche esos dos grandes paquetes cuando en la secuencia anterior en la oficina se encuentren de día. O que se resuelva tan chapuceramente el episodio que culmina con el descubrimiento de la desaparición de los dos cuerpos. O que aparezca un castillo que chirría de manera ostentosa en un conjunto más o menos urbano. O que la susodicha Sara, de repente, surja como una aliada de Drácula. O que Larry Talbot llegue de Londres a USA casi de un instante a otro, y en ningún momento se justifique su lucha por impedir que Frankenstein cobre vida de nuevo ¿Qué más le dará? O el deambular de esa agente de seguros que aparece por allí, intentando descubrir y recuperar a las dos criaturas que se encontraban en los envíos. Ello sin dejar de consignar a ese joven y atildado doctor Stevens (Charles Bradstreet), que en numerosos momentos me recordó la estolidez de Zeppo Marx.
Como se puede comprobar, hay pocos, muy pocos motivos para el regocijo en esta pedestre parodia del cine de terror que, por razones que no acierto a comprender, alcanza cierta estima entre no pocos aficionados. Y hay algo que provoca una profunda tristeza entre todos aquellos que siempre hemos sentido un cierto apego por las mitologías que forjaron una página importante en la historia del género. Se trata del profundo desprecio que la película -siguiendo la degradación que propició el estudio en títulos precedentes-, marca a la hora del trato de esos monstruos y criaturas que forman parte de la imaginería del género. En ABBOTT AND COSTELLO MEET FRANKENSTEIN ello tendrá quizá su instante más repulsivo -justamente lamentado hace muchos años por el desaparecido José María Latorre-, en esa patada que Costello propiciará al hombre lobo durante su huida de este en la plena nocturnidad del pantano.
Así pues ¿Qué nos queda de interés, en esta decididamente mediocre parodia del género? De entrada, no recurrir demasiado al principal recurso ‘cómico’ de la pareja -reiterar una situación hasta provocar el hastío-. Pero sí cabe reseñar, además de unos atractivos créditos animados, la atmósfera que proporciona a su vertiente terrorífica tanto la fotografía en b/n de Charles Van Enger, como la partitura de Frank Skinner. Resalta la numinosa dignidad que intenta conferirle Bela Lugosi en su rol del célebre vampiro o, sobre todo, la escenografía interior del castillo, en especial aquella que describe los subterráneos, digna de las mejores producciones del estudio, aunque en la película tengan una muy limitada presencia. Y, finalmente, ya dentro del terreno de la comedia vodevilesca, la apoteosis de la película se encuentra brillantemente coreografiada dentro de su vertiente cómica. Y en ese clímax se produce, a mi juicio, la situación más brillante de la película. La única en la que se logra fundir con acierto las dos vertientes del relato; la cómica y la terrorífica. El instante en que Talbot está desatando a Wilbur de la mesa de operaciones y, de manera inesperada, la visión de una luna llena en la ventana, le convertirá de inmediato en hombre lobo, teniendo a la aterrorizada víctima, inmóvil y a su merced.
Calificación: 1’5
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