HIGH TIDE (1947, John Reinhardt)
No había tenido hasta el momento la ocasión propicia de contemplar algunos de los veinte largometrajes que jalonaron la andadura cinematográfica del vienés John Reinhardt (1901-1953), y que tendría sus primeros exponentes en los años treinta, filmando películas protagonizadas por actores hispanos, para ser destinadas a dicho mercado. En cualquier caso, gozan un cierto culto aquellos títulos suyos rodados en la década de los cuarenta, producidos dentro de un ámbito de la más estricta serie B, rodados dentro de la Powerty Row de Hollywood, y escondida dentro de los márgenes del Cinema Bis del cine noir. Es cierto que me quedan varios de dichos exponentes por contemplar, pero el ejemplo que me brinda HIGH TIDE (1947) no deviene excesivamente estimulante.
Basada en una historia de Raoul Whitfield transformada en guion por Robert Presnell Sr., y producida por la Monogram -cuya pesadez en el look narrativo resiente no poco su resultado final-, la película se inicia con no poco atractivo a través de unos títulos de crédito dispuestos en el ondear de las olas de un mar embravecido. Será el marco en el que se describirá la no menos fascinante secuencia de apertura -realzada por la iluminación en b/n de Henry Sharp- en la que contemplaremos a dos hombres accidentados dentro de un coche. Uno de ellos herido y sin poder moverse dentro de él y el más joven atrapado en una pierna por el vehículo, y ambos a expensas de una marea creciente mientras lamentan las circunstancias que los han llevado hasta allí. A partir de ese momento, el relato describirá un extenso flashback, que se extenderá a casi la totalidad de su metraje, y que con celeridad nos presentará a los dos protagonistas. El más veterano es el extrovertido Hugh Fresney (Lee Tracy, en uno de sus habituales roles enérgicos y lenguaraces), responsable de un rotativo de Los Ángeles destacado en su lucha -sensacionalista- contra el crimen. Al verse amenazado por dicho entorno ha contratado al joven Tim Slade (Don Castle) -el herido atrapado con su pierna en el vehículo-, antiguo periodista del medio, que vivía en San Francisco convertido en detective, bajo el señuelo de disponer a su nombre una póliza de seguro caso de que el editor cayera asesinado.
Fresney sobrelleva con nervio un rotativo que preside el melifluo y quejumbroso Clinton Vaughn (Douglas Walton), hombre adinerado que heredó la cabecera de su padre, carente del nervio para poder asumir su dirección y casado por la sarcástica Julie (Julie Bishop), quien unido al desprecio que manifiesta por su marido, no se preocupa en ocultar su deseo en retomar la relación pasada que mantuvo con Slade. Este sin embargo se dedica a proteger a Fresney, sin que ello evite que. en un furtivo ataque en las propias escaleras del rotativo, se produzca un doble ataque que culmine con la vida de Vaughn y deje herido al editor del diario. Todo se confabulará en un momento dado en contra el investigador recuperado como protector de Hugh, sobre todo a la mirada de la policía, teniendo además como importante elemento que refrende dicha teoría su petición a Julie para que le autorice por escrito el mando del periódico. Sin embargo, no dejará de estar presente la sospecha que el asesinado de Clinton y el ataque al editor haya partido del gangster Nike Dyle (Anthony Warde) y registrándose en las pesquisas la muerte del veterano Pop Garrow (Francis Ford), al parecer conocedor de los secretos de este crimen, que esconde en un maletín ubicado en la estación de Los Ángeles.
Poco a poco, huyendo de la policía y atendiendo a su instinto, Slade se reunirá con Fresney en su acomodado apartamento, y lo que a primera instancia aparece como una iniciativa criminal auspiciada por Dyle, en realidad esconde unas directrices mucho más alambicadas y perversas.
No se puede negar que HIGH TIDE asume la tendencia a argumentos enrevesados bastante comunes en el noir aquellos años -pienso en exponentes tan memorables como THE BIG SLEEP (El sueño eterno, 1946. Howard Hawks) o DARK PASSAGE (Senda tenebrosa, 1947. Delmer Daves) ambos tan cercanos en el tiempo al rodaje de esta película. Sin embargo, lo que en estos y otros ejemplos no aparecía más que como la punta del iceberg en la densidad de unos relatos que escupían en cada uno de sus poros densidad e incluso una crítica social caracterizada por su alcance transgresor, en este caso se queda en una discreta película que se sostiene por la atmósfera desplegada en sus mejores momentos, algunas secuencias que acentúan cierto alcance documental urbano, y el retorno final al escenario que ha iniciado su metraje, concluyendo con eficacia sus ajustados pero nunca trepidantes setenta y cinco minutos de duración.
El film de Reinhardt, una vez se adentra en el relato de su intriga, pronto asume las costuras de esa pesadez narrativa inherente al conjunto de producciones de la Monogram y, al igual que otros productos coetáneos insertos casi en el limbo de la Serie Z -pienso en el tan valorado como para mi mediocre THE DEVIL THUMBS A RIDE (1947, Felix E. Feist)-, dominados por un confusionismo que solo la fisicidad emanada por su impronta visual y cierta querencia por lo sórdido, se elevan a un cierto nivel. Señalemos la arbitraria y pobre caracterización de personajes -la casi caricaturesca cobardía de Clinton; la escasa capacidad para la perversión de Julie, a la que se abandona en los últimos compases del relato, la escasa empatía desprendida por Slade- a lo que contribuye en buena medida una generalizada mediocridad de su cast -hagamos excepción de un Tracy que recrea su rol cinematográfico habitual-. Todo ello permite que su intriga se siga sin especial interés aunque, de vez en cuando, se incorporen destellos de buen cine. Es lo que proporcionará la inesperada secuencia del ataque a oscuras a Vaugh y Hugh o, sobre todo, la espléndida escena desarrollada en la estación de Los Ángeles, donde Pop esconderá el tan buscado maletín, y que no supondrá más que la certificación de su sentencia de muerte. A partir del descubrimiento de su cadáver el nivel hasta entonces escasamente estimulante de HIGH TIDE se elevará, dentro del tenso episodio en que Slade recupera el maletín y viaje en coche por unos exteriores urbanos filmados con un encomiable sentido de la inmediatez.
Será el inicio de unos atractivos minutos finales que elevan el nivel de la película, y dan la medida de lo que esta podía haber sido si desde el primer momento se hubiera insuflado a su desarrollo ese rigor argumental y densidad narrativa de la que carece en su mayor parte. Por ello, nos encontramos ante un relato que en su mayor parte interesa poco en su discurrir, aunque en su expresión visual ofrezca en sus mejores instantes cierto grado de interés.
Calificación: 2
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