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CINEMA DE PERRA GORDA

I, ROBOT (2004, Alex Proyas) Yo, robot

I, ROBOT (2004, Alex Proyas) Yo, robot

Desde su entronización como una de las estrellas cinematográficas más populares de los últimos tiempos, hay que reconocerle a Will Smith al menos una virtud; su querencia por el cine fantástico dentro de su recorrido por el universo mainstream. Sin entrar a valorar el mayor o menor grado de validez de las propuestas protagonizadas en dicha vertiente, títulos como I AM LEGEND (Soy leyenda, 2007. Francis Lawrence), AFTER EARTH (After Earth, 2013. M. Night Shyamalan) o SUICIDE SQUAD (Escuadrón suicida, 2016. David Ayer) se insertaban en dicha vertiente. Y es una corriente que tendría uno de sus inicios con I, ROBOT (Yo, robot, 2004. Alex Proyas), posiblemente la más atractiva de todas ellas, sin poder concluir que nos encontremos ante un título de especial relevancia. En cualquier caso, y como podría suceder en el caso del film de Lawrence, se parte de una base literaria de un prestigioso escritor del género, en aquel caso Richard Matheson. Y aquí la suma de una serie de relatos del prolífico Isaac Asimov.

Estamos en pleno bullicio urbano de la Norteamérica de 2035. Una sociedad especialmente avanzada vive su cotidianeidad conviviendo con unos robots que han sido creados para su ayuda, y que en su gestación han sido inoculados por tres leyes concretas que impiden que puedan excederse de aquello por lo que han sido creados; estar puestos al servicio de los humanos. En ese contexto vive el bohemio detective Del Spooner (Smith), alguien del desde el primer momento intuimos que en el pasado vivió una situación traumática, y que quizá por ello exterioriza una extraña reserva hacia estas avanzadas criaturas mecánicas, a las que no duda incluso en perseguir, cuando encuentra el más mínimo -e infundado- indicio en cualquiera de estas creaciones. Ese mundo tan en apariencia pacífico, que además se encuentra casi en la víspera de la introducción en el mercado de un nuevo modelo de robot, más avanzado, encontrará un motivo de trágica sospecha, al descubrirse la muerte, aparentemente por suicidio, del profesor Lanning (James Cromwell). Era el creador de la U. S. Robotic Corporation, la empresa que se dispone a esa nueva modalidad de robot, y que comanda Lawrence Robertson (Bruce Greenwood). Spooner será el encargado de ultimar un caso que aparece de rutina, máxime tratándose de alguien con quien mantuvo relación en el pasado. Pese a las evidencias, su intuición le llevará con rapidez a sospechar que no ha habido tal suicidio y, en su defecto, Lanning ha muerto asesinado por uno de dichos robots. La evidencia pronto se hará tangible cuando aparezca uno de ellos escondidos, mientras el joven detective se encontraba buscando pistas, mientras se encontraba junto a la encargada del recinto, la distante Susan Calvin (Bridget Moynahan). A partir de la rebelión y huida de este robot -que se autodenominará Sonny-, se iniciará una peligrosa deriva en donde se irá poniendo en tela de juicio el inminente lanzamiento de los nuevos robots y, sobre todo, para nuestro protagonista se establecerá una pendiente de crecientes riesgos. Riesgos no solo por parte de lo que parece una conspiración marcada por estos nuevos robots, sino por el desprestigio que recibirá por sus compañeros y superiores de policía. De manera sorpresiva, solo encontrará el apoyo de la hasta entonces esquiva Susan. Pero ni siquiera con su ayuda podrá evitar que sus investigaciones le lleven a una terrible certeza.

Si tuviera que definir I, ROBOT, no dudaría en hacerlo con la realidad de un relato desequilibrado, pero al mismo tiempo estimable, en el que destellos de una ciencia-ficción más o menos adulta, se da de las manos con las recetas más consabidas del mainstream cinematográfico, en este caso centradas en la exhibición de una serie de episodios centrados en la iconografía del cine de acción, y a mi modo de ver resueltos quizá con una cierta deliberada torpeza bizarra, pese a situarnos dentro de una producción de elevado presupuesto. De entre esas dos aguas, que se perciben con facilidad en el ondear de los diferentes episodios que se engarzan en su metraje, puede decirse que se dirimen los altibajos de una película que se degusta con facilidad y que, dentro de esa propia irregularidad, alterna episodios dominados por un cierto grado de hondura, con otros en donde la mecánica y la búsqueda clara por la ampulosidad y la cacharrería campa a sus anchas. Y en ese sentido, me sorprende lo pedestre que resultan las secuencias en donde la invasión de los robots cobra protagonismo. No solo el ataque al detective en pleno túnel. El otro asalto posterior sufrido, e incluso la extensión de estas mecánicas criaturas, prestas al domino de la población humana. Antes lo señalaba, me da la impresión de asumir de manera delibrada una especie de regusto Pulp que, sin embargo, no se encuentra demasiado bien expresado a nivel de producción y visualmente; por momentos se siente la sensación de asistir a un diseño recreado de manera directa desde la pantalla del ordenador.

Por fortuna, no todo se encuentra en la película con esa cierta insatisfacción. Sus primeros minutos resultan brillantes -además de permitir a su estrella hacer publicidad de zapatillas de deporte-, adentrándonos desde el entorno solitario del protagonista -incluso de ese oscuro hecho del pasado que aparece como un sueño-, hasta de manera inesperada abrirnos a la cotidianeidad exterior de una sociedad que convive con esos robots de manera armónica. A partir de ahí, reviste hasta cierta emotividad el encuentro del protagonista con el holograma del científico en apariencia suicidado, lo que proporciona una de las soluciones visuales más atractivas del conjunto.

Sin embargo, por encima de ese elemento teórico que se introduce, incorporando la posibilidad de un totalitarismo de raíz orwelliana, en esta ocasión dominado por la inteligencia artificial emanada por los robots, lo cierto es que dos son los principales elementos de interés de la película, y que quizá en una mayor apuesta en sus respectivas vertientes, su conjunto se hubiera elevado de su, con todo, apreciable, pero irregular resultado. El primero de ellos, constatar en un momento dado la arquitectura física del protagonista, en la que parte de su cuerpo obedece a una reconstrucción artificial -de ahí su cercanía al científico fallecido-. Y de otro, y de manera muy especial, al peso específico y la ambivalencia que alberga Sonny, ese robot defectuoso que se erige como el auténtico protagonista del relato, al que el guion y la puesta en escena proporciona considerable ambivalencia y gama de matices. Ello permitirá orillar su definición en función de actitudes más o menos positivas o negativas, e incluso extendiéndose a través del mismo, la práctica totalidad de los elementos que se insertan en su intriga -ese dibujo premonitorio de los robots bajo el puente en ruinas-. En torno a dicha singular criatura aparecen secuencias tan bien planteadas como la del interrogatorio cuando es detenido. Pero, sobre todo, será el epicentro del pasaje más valioso del conjunto. Me refiero, por supuesto, a la modulada secuencia en la que Susan procede a desconectar los dispositivos de este robot condenado a muerte. Un punto de inflexión que, no cabe duda, nos evoca la inolvidable secuencia similar de la disolución de Hal 9000 en la canónica 2001: A SPACE ODYSSEY (2001: Una odisea del espacio, 1968. Stanley Kubrick)

Calificación: 2’5

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