STRATEGIC AIR COMMAND (1955, Anthony Mann)
No tengo la menor duda que STRATEGIC AIR COMMAND (1955) -jamás estrenada comercialmente en España- es el título más oculto y, sobre todo, el más molesto, en la filmografía de Anthony Mann. Con el paso de los años, hasta los primeros títulos de su obra, en donde se encuentran exponentes tan escasamente interesante como TWO O’CLOCK COURAGE (1945), STRANGE IMPERSONATION (1946) o, sobre todo, THE BAMBOO BLONDE (1946), en algunos casos incluso han sido valoradas con relativa simpatía, dada su común condición de títulos primerizos y de serie B. Sin embargo ¿Cómo se puede valorar una producción de cine bélico, hagiográfico ante un comando aéreo que disparó la bomba atómica años atrás, y encima rodado entre dos westerns de reconocido prestigio?
Lo fácil, en este caso, era ignorarla, como sucede con otros dos ejemplos ubicados en dicho periodo. rodados por Mann dentro de los márgenes del melodrama. Es más, nos encontramos ante un título poco visto, escasamente referenciado -apenas se le cita en el estudio que, sobre la obra del cineasta, realizó la estudiosa norteamericana Jeanine Basinger, editado por el Festival de Cine de San Sebastián de 2004; en la remembranza efectuada por Tavernier y Coursodon, no demasiado extensa, ni se le cita-. Podríamos señalar que, junto a SERENADE (Dos pasiones y un amor, 1956) -que aún no he contemplado- se trata de la película más molesta en la filmografía de Mann -un ejemplo similar sería el de la excelente MY SON JOHN (Mi hijo John, 1950) en la obra de Leo McCarey-.
Pues bien, conviene señalarlo ya, STRATEGIC AIR COMMAND no solo me parece una estupenda película sino, sobre todo, considero que se trata de una propuesta que enlaza de manera clara con el entorno temático e incluso narrativo característico del cineasta. En esencia, se trató de una iniciativa del actor James Stewart, empeñado en que Paramount auspiciara el proyecto, y embarcando en él a un Mann no muy proclive a introducirse en un ámbito que le obligaba a salir del cine del Oeste, en el que se encontraba ante un momento de especial febrilidad, y al que volvería casi de inmediato. Sería esta la séptima, de las ocho ocasiones con la que Mann contó con Stewart -la última ocasión sería la inmediatamente posterior THE MAN FROM LARAMIE (El hombre de Laramie, 1955)-.
De entrada, el espectador percibe en sus primeros instantes, la personalidad que le brinda la pantalla ancha en VistaVision -fue uno de los primeros títulos en dicho formato- aunado por el cromatismo que le proporciona la fotografía en color de William Daniels, contando con el aporte del gran ‘pintor’ del estudio, Richard Mueller. Esa textura visual, unido a la elegancia y desdramatización que nos brindan las secuencias iniciales, que sirven para presentar a la pareja protagonista, nos predisponen a asistir a un relato que pueda ser cualquier cosa, menos acomodaticio. Con enorme serenidad, la cámara de Mann acierta a describir a sus personajes, siempre con cercanía e incluso ternura en torno a ellos, como si se buscara la justificación a sus comportamientos y debilidades. Y todo ello, dentro de un look que, por momentos, no dejó de recordarme los instantes más sobriamente melodramáticos de la memorable THE GEISHA BOY (Tu, Kimi y yo, 1957), la obra maestra de Frank Tashlin. La cámara de Mann se expresa con elegancia, sobriedad, atendiendo a las miradas y gestos de los actores, como si no quisiera interferir en ese drama interior que, de manera inesperada, se va a plantear en el entorno del antiguo coronel ‘Dutch’ Holland (Stewart), triunfante figura del rugby, y casado hace escasos meses con Sally (la eternamente subvalorada June Allyson, en la tercera de sus películas junto al célebre actor). Esta demuestra la extrema cercanía y comprensión que mantiene con su esposo, del que se encuentra embarazada de tres meses. Holland recibirá la llamada del general Hawkes (rotundo Fran Lovejov) para salir de la reserva e incorporarse en el Strategic Air Command por un total de 22 meses. Ello llevará a que abandone su vocación deportiva y su esposa abandone los planes que ambos poseían, teniendo que vivir ambos el entorno militar.
En realidad, a partir de ese momento es cuando el film de Anthony Mann adquiere su auténtica pulsión dramática, al sacar a la luz el enfrentamiento emocional del protagonista, enfrentado contra sí mismo al abandonar la cómoda y prometedora vida deportiva que consolidaba, viviendo poco a poco casi hechizado por la envolvente atmósfera de su vida como piloto aéreo. STRATEGIC AIR COMMAND tiene en ese contraste la mayor cualidad de un argumento al que se otorga una casi irrelevante importancia, a todo aquello que de militarista pudiera ofrecer. Por el contrario, y siempre en voz baja, la película acierta a articular ese permanente combate que atormenta a su protagonista, a través de una sucesión de episodios enlazados entre sí, buscando de manera deliberada una clara desdramatización, y que servirán para plasmar en la pantalla el drama interior de ese buen americano que no desea olvidar su plan de vida familiar, pero que al mismo tiempo se ve cada vez más atraído por las arenas movedizas de la fascinación que le alberga su vocación en la fuerza aérea, al ser uno de los destinatarios de los nuevos modelos que el ejército USA tiene previstos para reforzar su flota y -en apariencia- mantener permanente un estado de paz. Señalar eso en aquellos años del post macartismo, suena un poco a chiste. Sin embargo, confieso que me resulta sorprendente la fuerza visual emanada por esta estupenda e injustamente infravalorada película.
De un lado -y esto fue lo más valorado en el momento de su estreno- no se puede negar la fuerza casi hipnótica que albergan todas y cada una de las secuencias que describen la presencia de aviones y, sobre todo, sus secuencias de vuelto. Ayudados por el fondo sonoro de Victor Young, y a partir de una deliberada apuesta por una elaborada impronta visual, dichos pasajes aún hoy, casi setenta años después de su realización, siguen asombrando, uniendo a ello una delibrada voluntad de desdramatización -la cotidianeidad con la que se resuelve el accidente del avión que comanda Stewart en tierras árticas-. Pero es que, junto a ello, y oponiéndose y ejerciendo como como contraposición a ese elemento de fascinación que brindan todas sus secuencias aéreas, puede decirse que la auténtica entraña de STRATEGIC AIR COMMAND se encuentra en todas y cada una de las secuencias compartidas por la pareja protagonista. En la plasmación de un conflicto familiar se describen secuencias planificadas con inusitado rigor, lejos de erigirse en convenciones melodramáticas, a través de largos planos que utilizan milimétricamente el formato panorámico. Será en la contraposición de ambos mundos donde se dirimirá el aparentemente apacible drama personal de su protagonista, al que solo la creciente lesión en su brazo obligará a decidir el abandono de su pasión militar aérea.
Así pues, lo que a primera instancia se dirimía como un producto propagandístico, y el público y la crítica de su época entendió como tal -el primero con una muy positiva acogida, y el segundo con notable desapego-, en el fondo no supone más que una inesperada variación de esos personajes atormentados que poblaron la filmografía de Anthony Mann -no pocos de ellos, interpretados por el propio Stewart-, en una propuesta que no solo merece salir del ostracismo al que ha sido condenada durante décadas, si no que en sí misma se integra con más pertinencia de la concedida en el conjunto de la obra de su artífice.
Calificación: 3
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