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CINEMA DE PERRA GORDA

QUE LA BÈTE MEURE (1969, Claude Chabrol) Accidente sin huella

Al inicio, en un plano en teleobjetivo de retroceso, vemos a un niño jugar en el mar. Como conclusión, otro enorme plano general encuadrando la inmensidad del mar, nos muestra como su padre abandona la existencia. Así comienza y culmina QUE LA BÈTE MEURE (Accidente sin huella, 1969), generalmente considerada como una de las mejores películas del francés Claude Chabrol, inserta además en el periodo más reconocido de su obra. Un contexto en el surgieron una serie de títulos que acertaban al describir un determinado grado de crisis social, inserto en el ámbito de clases burguesas. Estamos hablando de un contexto en el que, junto a otros títulos menores, podemos citar obras como LE BOUCHER (El carnicero, 1970) o JUSTE AVANT LA NUIT (Al anochecer, 1971). Algunas desarrolladas en ámbitos rurales -como es esta película-. Otras en entornos urbanos. Pero todas ellas, proponiendo esa mirada fría y analítica, en la que los comportamientos de dominio y sumisión, apenas dejan lugar en sus rendijas para los sentimientos. En el título que nos ocupa, basado en una novela del escritor inglés Cecil Day-Lewis (en la película bajo su pseudónimo habitual de Nicholas Blake, y padre del reconocido actor Daniel) y guion del propio realizador junto a Paul Gegauff, se narra la historia de una muerte en vida. De un ser consumido por su propia sed de venganza.

Se trata del amable y pacífico escritor Charles Thénier (un espléndido Michael Dussausoy). Alguien del que la película señala muy sutilmente que se encuentra viudo, y que de la noche a la mañana vive la tragedia de la muerte de su hijo -al que parecía querer mucho-. El pequeño -al que contemplamos en los primeros instantes de la película-, ha sido atropellado por un coche, cuyo conductor -que hemos visto muy fugazmente, con acompañante femenina- no ha tenido el mínimo gesto de detenerse para auxiliarlo. Una vez el escritor se ha recuperado mínimamente del schock, en su mente solo se albergará una idea; la de matar a la bestia que asesinó a su hijo -magníficos los escasos momentos que compartirá con su sirvienta, o esa conmovedora secuencia en la que se encierra para contemplar una filmación casera protagonizada por su esposa y su hijo fallecido-. Abrirá un pequeño cuaderno, en el que anotará -brindando al espectador con sus reflexiones en off- todas las impresiones y avances alcanzados en el proceso casi obsesivo de encontrar al autor de la muerte del pequeño.

Será una búsqueda desesperanzada. Charles incluso debatirá con la policía los escasos avances y las posibilidades existentes. “Es como encontrar una aguja en un pajar”, señalará el inspector. Sin embargo, esa casualidad a la que apela el incansable perseguidor, le vendrá de cara una tarde de lluvia inclemente, acercándose a una familia campesina que le proporcionará esas deseadas pistas. Estas le acercarán a una modesta actriz -Hélène Lanson (estupenda Caroline Cellier)-. El protagonista se acercará a ella con la excusa de brindarle la posibilidad de un futuro guion. Sin embargo, de manera inesperada se irá forjando una relación entre ambos, a la que el escritor se resistirá, aunque la joven la acerque a su entorno familiar y, de manera muy especial, al que le acompañó en el accidente que mató a su hijo. Se trata del cuñado de esta, Paul Decourt (brutal Jean Yanne), un acaudalado propietario de un taller automovilístico, cabeza de una familia a la que sojuzga de manera implacable.

Nuestro protagonista se introducirá en el círculo familiar de Decourt, que trata con mano dictatorial Decourt, quien pese a todo establece una curiosa relación de simpatía con el recién llegado. Este, poco a poco, irá descubriendo el desprecio que manifiestan a Paul los componentes de su familia -en especial su joven y delicado hijo Philippe (Marc Dui Napoli) quien, paradójicamente, encuentra en el recién llegado un aliado que conecta su sensibilidad y, quizá, una lejana referencia de esa autoridad paterna que detesta. Nuestro escritor no dejará de atender a esa mirada negativa en torno a la figura del patriarca, a quien establecerá incluso una trampa mortal. Sin embargo, no contará con la astucia del despreciable oponente que tiene enfrente. En cualquier caso, la tragedia no tardará en aflorar.

Lo señalaba anteriormente. QUE LA BÊTE MEURE, se dirime, en el fondo, en la historia de una venganza. La auspiciada de la manera más cerebral posible por un hombre, al que pronto entenderemos se le han hurtado de la manera más miserable posible, los lazos afectivos que le mantenían ligado a su existencia, a través de la figura de su hijo. Nada se nos señala de su situación sentimental -aunque los indicios avalan su viudedad-. La película se describe con esa atmósfera fría y cerebral, tan propia del mejor cine de su artífice, en la que tendrá no poca importancia la lividez fotográfica de la iluminación en color que le brinda Jean Rabier, dominada por sus tonos fríos. Todo ello será el escenario para el desarrollo de los planes del protagonista, en un momento dado casi imposibles de ser llevados a cabo, hasta que la casualidad le permita una pista segura para llegar a su objetivo. Será este el primero de los tres actos del film, describiendo el segundo su acercamiento con Hélène. Un bloque magnífico, en el que la cámara de Chabrol acierta al poner a prueba el instinto asesino de Thénier -Ese extraordinario momento en el que estará a punto de estrangularla, y en el que ella misma se lo planteará abiertamente, a partir del instante en el que la joven juega involuntariamente con ese osito de peluche que perteneció al niño fallecido--, con un casi inevitable acercamiento romántico hacia ella. Son secuencias en las que el escritor -que ha falseado su nombre a la joven-, no dejará de cortejarla, y al mismo tiempo se mostrará reacio a mantener relaciones sexuales, mientras ella no duda en acercarse a él, manteniendo su extrañeza ante el comportamiento por él demostrado. En cierto modo, el espectador percibe como, casi a pesar suyo, se atisba una ventana a la esperanza a una mutación en sus intenciones delictivas.

El tercer y último acto de QUE LA BÊTE MEURE es el más denso y complejo. También el más ligado al mundo temático de su realizador. Será el que transcurra en la coralidad de la familia encabezada por Decourt. Un microcosmos que Chabrol acertará a describir con tanta contención como punzante carga crítica. Prueba de ello será el larguísimo, casi extenuante, plano secuencia -un auténtico alarde formal-, en el que el escritor junto a Hélène es introducido en el círculo familiar al que ella misma pertenece. Toda una sucesión de conversaciones inconexas y lugares comunes estereotipados, que desmenuzan un núcleo familiar dominado por la falsedad y la apariencia, con especial mención a la matriarca, de extraña psicología, en todo momento caracterizada por su casi edípica admiración -la única de dicho círculo- a su hijo Jean. La entrada de este en la secuencia, ya con una planificación entrecortada, nos introducirá a un ser despreciable y despótico con todos quienes le rodean, que trata a su mujer con desprecio, y a su hijo incluso agrediéndole.

Sin embargo, otra de las curiosidades del film de Chabrol, estriba en dotar de un cierto rasgo de simpatía -y, con ello, introducir una mínima humanización- a un hombre dominado por la brutalidad en torno a quienes le rodean. Y esa corriente de cierta confianza la expresará precisamente en torno al recién llegado, quien por otra parte no dejará de observar ese odio colectivo que suscita el cabeza de familia, salvo por parte de su histérica madre. La maraña establecida en torno a nuestros dos personajes se irá tiñendo de un aroma irrespirable, con dos secuencias especialmente significativa. Una de ellas, el accidente vivido por Decourt, en el que inexplicablemente Thénier no se atreverá a empujar a este a una muerte segura. La segunda, dominada por una especial tensión, y con claros ecos de la inolvidable PLEIN SOLEIL (A pleno sol, 1060. René Clément), en la que nuestro escritor invitará a Jean a un paseo en barca con la intención de matarlo. A partir de ese momento, todo cobrará un doble giro, en el que la venganza deseada culminará de manera bien diferente a la planeada.

Sea por ello, quizá por ese cierto regusto a paternidad que le ha brindado el joven Philippe, o quizá porque entiende que su existencia carece ya de sentido, el magnífico film de Chabrol culminará de manera simétrica a como se inició, con una rara, triste y poética formulación. Casi como un grito en voz callada, ante la imposibilidad de recuperar unos sentimientos, unas emociones y unas responsabilidades, que se perdieron de repente, por aquel atropello tan estúpido como trágico. Todo queda envuelto en esa puesta en escena de Chabrol, donde el uso de la elipsis y una clara voluntad por huir de tentaciones melodramáticas y, por el contrario, apostar por la frialdad analítica, no nos impedirá sentir, en sus mejores momentos, un pequeño nudo en la garganta.

Calificación: 3’5

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