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CINEMA DE PERRA GORDA

Antonio Margheriti

I LUNGHI CAPELLI DELLA MORTE (1964, Antonio Margheriti)

I LUNGHI CAPELLI DELLA MORTE (1964, Antonio Margheriti)

Pese a no poder considerarme ni un experto, ni tampoco un fervoroso seguidor de su corriente, creo que la grandeza –o brillantez, si se quiere formular una apreciación más cercana a mis verdaderas opiniones- de la denominada “escuela italiana del terror”, se centró en un periodo muy concreto, y especialmente rico de una de las grandes cinematografías mundiales. En un marco en el que nombres como Visconti, Fellini, Antonioni, Zurlini, Rosi y otros menos apreciados en su momento como Zampa, Monicelli, Pietrangeli y tantos y tantos nombres, forjaban un corpus creativo de inolvidable referencia, hubo un lugar especial para, adptando algunos elementos –decadentismo, ambientación de época- imanentes en la obra de algunos de los realizadores citados, tuvieron como consecuencia la presencia de una especialización dentro del género de terror. Algo que, de forma sorprendente, tenía unos vasos comunicantes con la aportación del género existente en Inglaterra y Estados Unidos, formulando una extraña y en muchas ocasiones valiosa interdependencia, bastante facil de detectar, pero que quizá en alguna ocasión convendría analizar de forma más rotunda, ya que en más de un caso nos llevaríamos alguna sorpresa a la hora de adjudicar algún referente.

 

Dentro de esta corriente, nadie duda que si existe un título de referencia en la corriente del cine de terror italiano, esta es LA MASCHERA DEL DEMONIO (La máscara del demonio, 1960. Mario Bava), y el paso de los años ha entronizado la figura del propio Bava como principal baluarte de dicha corriente. No quiero parecer un falso provocador, en la medida que aún me restan títulos de cierto reconocimiento en la obra de dicho cineasta para ratificarme en mis postulados, pero aunque sea a nivel de muestreo, y aún reconociendo ese lugar de privilegio al título antes citado, quizá uno se decantaría antes en preferir la aportación de Riccardo Freda dentro de dicho marco genérico. Pero hay más, finalmente, y aunque haya excepciones destacadas que puedan desmontar este enunciado –el caso de la espléndida L’ORRIBLE SEGRETO DEL DR. HICHCOCK (1962)-, llego a la conclusión que el conjunto más valioso aportado por el cine de terror italiano se centra en un contexto temporal concreto –el encuadrado entre 1960 y 1964-, delimitado además por un look visual de inolvidable blanco y negro. Llegados a este punto, es cuando unido a la referencia de Bava y a la, a mi juicio, preminencia de Freda, cabría unir la aportación que en aquel marco temporal brindó el olvidado cineasta romano Antonio Margheriti (1930 – 2002). Un hombre de dilatada filmografía –cercana a los sesenta títulos-, al cual quizá en una valoración conjunta de su obra nos permitiría ligar a mucho cine olvidable. Sin embargo, en este espacio temporal creo que su aportación al cine de terror en Italia quizá no ha sido aún valorada en la medida que merece, ya que sin llegar a aportar ninguna cumbre absoluta no es menos cierto que varios de los títulos que firmó en estos años, han de ser incluidos de forma forzosa en cualquier antología que se realice al respecto -a mi juicio superando algunas aportaciones sobrevaloradas de Bava-.

 

Recuerdo, sobre este particular, como mi siempre estimado José María Latorre hacía unas observaciones poco halagüeñas hacia estas obras de Margheriti –Anthony Dawson con su seudónimo americanizado- en su por otra parte excelente libro “El cine fantástico” (1987). Citaba en su referencia a sus títulos, que este apostaba más por el interés de determinadas secuencias que por la coherencia del conjunto. Creo con sinceridad que son opiniones de las que el propio Latorre se desmarcaría un par de décadas después, ya que estimo que el paso de los años ha dejado entrever la fuerza y contundencia con la que emergen títulos como DANZA MACABRA –que comenté hace no demasiado tiempo- o I LUNGHI CAPELLI DELLA MORTE –ambos de 1964 y, como el título anteriormente citado, nunca estrenados comercialmente en nuestro país- y que, junto a la previa LA VERGINE DI NORIMBERGA (El justiciero rojo, 1963), aparecen como la trilogía más valiosa del cine de su artífice, y por la cual su obra mantiene un cierto reconocimiento. Ciñéndonos en concreto a I LUNGHI CAPELLI... conviene partir de una base en modo alguno reprobable; el hecho de suponer una propuesta que aprovecha éxitos pasados recientes del género, algo que era común tanto en las producciones de Hammer Films –incluso propiciando obras maestras- o en Estados Unidos con el hoy día tan –a mi juicio injustamente- menospreciado ciclo de Roger Corman con adaptaciones libres de Allan Poe. Es decir, cualquier aficionado más o menos avezado que contemple el film de Margheriti, detectará referencias tanto a la citada LA MASCHERA... como a THE PIT AND THE PENDULUM (El péndulo de la muerte, 1961. Roger Corman). Nada había de malo en ello, aunque de alguna manera abone mi teoría de un conjunto de temas – técnicos – intérpretes – atmósferas – ámbitos temporales, que propiciaron lo mejor del cine de terror italiano, antes quizá que destacar aportaciones concretas, que cuando se derivaron de dichas coordenadas, perdieron buena parte de su eficacia.

 

Nos encontramos en un condado de la Francia medieval en las últimas décadas del siglo XV. En el seno del castillo de los Karnstein se va a condenar a una inocente por brujería y, pretendidamente, haber propiciado la muerte de uno de los representantes de dicha familia. La hija de la acusada –Helen Karnstein (Barbara Steele)- a quien nadie relaciona en dicho parentesco, posee pruebas de su inocencia –centradas sobre todo en saber quien fue el culpable de dicho crimen-, pidiendo para ello la intercesión del hermano del fallecido, el Conde Humboldt  (Giulliano Raffaelli). El noble sucumbirá a la sexualidad que emana de esta, impidiendo ello que pueda interceder para salvar a la condenada, que perecerá entre las llamas de manera injusta, no sin pronunciar una terrible maldición de tintes apocalípticos, sumando esta trágica situación la muerte accidental de Helen, a quien se enterrará junto a las cenizas de su madre, siendo depositados los restos de ambas en una falsa tumba que conocerá la hermana pequeña de esta –a quien se encargará de cuidar la ama de llaves de la mansión: Grumalda (Laura Nucci)-. Han pasado los años, y la pequeña hija de la condenada se ha convertido en una hermosa joven –Elizabeth Karnstein (Halina Zalewska)-, quien pretenderá el joven hijo de Humboldt, el cruel y despiadado Kurt –George Ardisson-. Este fue en realidad quien mató al hermano de su padre, y no dudará en prolongar su desmedida crueldad provocando el mal a su paso, y decidiendo casarse con Elizabeth pese a que en ningún momento la haya amado, con el solo propósito de poseerla. Al mismo tiempo, con el final del siglo una cruel epidemia de peste parecerá cumplir la maldición que la madre de las Karnstein pronunció instantes antes de morir. La situación se tornará insostenible, con terribles consecuencias en la población, aunque por fortuna e “in extremis” una venturosa tormenta disipe la contundencia de la enfermedad... y con ella llegue realmente el horror al castillo de los Humboldt. Lo hará con la vuelta a la vida de Helen, quien será recibida en el interior de la mansión, provocando con ello el afloramiento de los peores instintos de Kurt, quien no dudará en sentirse atraído por la recién llegada sin mostrar el más mínimo respeto hacia su esposa.

 

A tenor de lo comentado, I LUNGHI CAPELLI... recorre diversos lugares ya frecuentados en el cine de terror de aquellos años. Incluso uno se atreve a referenciar ecos de la norteamericana THE HAUNTED PALACE (1963, Roger Corman), mientras que mantiene no pocos concomitancias con otra de las obras de Corman de aquellos años, supongo que rodada paralelamente –me refiero a THE MASQUE OF THE RED DEATH (La máscara de la muerte roja, 1964)-. Además de estas puntualizaciones, no sería justo dejar de omitir ciertas debilidades de guión que empobrecen un poco el cómputo de logros de la película. Uno de ellos, y no el menos evidente, sería la ligereza en la introducción de la figura de la resucitada Helen, a la que sin fundamento se acoge con tanta ligereza en el entorno de la mansión de los Humboldt. Pero si logramos dejar en un segundo término dichos inconvenientes, el film de Margheriti proporciona no pocas satisfacciones. Satisfacciones que van desde la decadencia e incluso pútrida suciedad con la que se muestra la sociedad feudal de la época, aunando en dicha visión la física y no menos sucia visión de esa sexualidad deseada por el terrible Kurt, quien en su búsqueda por un hedonismo de índole satánica, no dudará no solo en ser infiel a su esposa, sino además en introducir una relación triangular que –aunque él lo desconozca- se caracterizará por un terrible tinte necrófilo e incestuoso. Pero con todo ello, si algo destaca, y de manera prominente, en el metraje de I LUNGHI CAPELLI... es la excepcional capacidad demostrada por Margheriti –bien ayudado por su director de fotografía Riccardo Pallottini- para ofrecer el conjunto de sus imágenes como un auténtico ballet de sensaciones mórbidas y mortuorias. El film de Margheriti es pura atmósfera, intercalando en sus imágenes elementos argumentales y secuencias que inciden en los más insondables abismos del horror –el instante en el que el viejo conde acude a contemplar el cadáver putrefacto de su hermano, que poco a poco va cobrando vida; el momento atronador en el que un rayo permite que la tumba en la que se encontraba el cuerpo de Helen quede al descubierto y pueda retornar a la vida-. Todo ello irá conformando una espiral  en la que tendrán una decisiva importancia la escenografía puesta a punto –basada en una cuidada ambientación de carácter medieval-, la fuerza y dramatización de la iluminación aportada, o la presencia de criptas, angostas escaleras, y pasadizos. Todos ellos se erigirán como siniestros augurios y consecuencias de la degradación existente en torno a la figura de Kurt –sin duda uno de los personajes más siniestros y amorales diseñados en el cine italiano de la década de los sesenta-, quien finalmente tendrá que rendir cuentas de sus innumerables desmanes, crueldades e incluso de sus desafíos contra las leyes de lo racional. Es por ello que I LUNGHI CAPELLI... culminará de manera atroz, sufriendo el arrogante y bello noble la peor muerte posible, siendo encerrado y amordazado con hierros en el interior de una figura confeccionada con maderas y cabello de los lugareños, que va a ser quemada como ofrecimiento a Dios por haberles librado de la peste. Una vez más, el film de Margheriti parece suponer un referente de un título rodado varios años después; THE WICKER MAN (1973, Robin Hardy).

 

En definitiva, puede que el título que comentamos no sea una obra cumbre del género, pero es innegable destacarlo como un punto de referencia válido de ese buen nivel que la mayor parte de las muestras del género demostraron en esta primera mitad de la década de los sesenta. Justo es, que junto al nombre de Bava y el de Freda, se inserte en dicha galería de nombres destacados la del posteriormente tan irregular Antonio Margheriti.

 

Calificación: 3

DANZA MACABRA (1964, Antonio Margheriti)

DANZA MACABRA (1964, Antonio Margheriti)

Mi limitado conocimiento de las principales muestras que formaron la denominada “escuela italiana del terror”, es la que de alguna manera me impide situar esta DANZA MACABRA (1964, Antonio Margheriti) en su justo lugar. Es una impresión que mantengo, en la medida que personalmente me ha parecido una brillante muestra de terror puro, y que sin duda situaría entre lo más valioso legado por esta corriente al cine italiano en particular, y a los amantes del fantastique en general. A mi juicio sobrellevando unas mayores cuotas de interés que algunas obras de Mario Bava en aquellos años, definidas por una mayor irregularidad, lo cierto es que el film de Margheriti se erige como una insospechada y consistente sinfonía de horror, retomando en su argumento premisas descabelladas, como la presencia de un alucinado Edgar Allan Poe dentro de una en principio improbable pero pronto adecuada ambientación londinense, elementos de patología sexual –la presencia de lesbianismo, que es probable que vetara su estreno en nuestro país-, así como un arriesgado planteamiento que plasma una interacción de paso y presente dentro del contexto de horror sobrenatural que preside la película. El resultado, es indudable que plantea algunos elementos chirriantes –especialmente centrados en la banda sonora de Riz Ortolani y una leve apuesta por la presencia de zooms-. Sin embargo, ello finalmente no actúa en menoscabo de una propuesta realmente remarcable dentro del género, que acusa la influencia de referentes en aquel entonces en pujanza dentro del mismo a nivel mundial –pocas veces se ha analizado con pertinencia dicha intercomunicación, sin que ello vaya en demérito de los resultados particulares logrados-, pero que desde el primer momento alcanza personalidad propia.

 

DANZA MACABRA ofrece unos veinte minutos de apertura realmente magníficos, que se inician con la llegada del periodista Alan Foster (un muy ajustado George Rivière), entrando en el piso inferior de una taberna en la que se escucha la dicción de una historia aterradora. De esta manera tan sugestiva se marcará el encuentro de Foster con el escritor Edgar Allan Poe (Silvano Tranquilli), con quien mantendrá un intercambio de impresiones que mostrará su divergente visión de la existencia de lo sobrenatural. Negada de manera absoluta por el periodista y asumida por Poe, el primero realmente pretende una entrevista con el escritor -extrañamente desplazado hasta Londres-, aunque su escepticismo le hará objeto de una apuesta por parte de Lord Blackwood, para permanecer una noche en su vieja y en teoría deshabitada mansión durante la tradicionalmente conocida “noche de los muertos”. Por una dotación de diez libras –Foster no puede asumir las cien libras de apuesta que le propone el aristócrata- aceptará pasar esa velada en la decrépita mansión. Será este un fragmento admirable en el que nuestro protagonista irá recorriendo las estancias de la misma en solitario, dentro de unas secuencias dominadas por una textura casi espectral -ayudadas por las excelencias de la fotografía de Riccardo Pallotini-, y proporcionando un recorrido casi ausente de diálogos e incidencias argumentales. Se trata de un episodio dominado por un horror puro, en donde las convenciones habituales del género adquieren en esta ocasión una textura única, enrocada en los más profundos abismos del miedo, y logrando a mi modo de ver un alcance casi paroxístico en un fragmento que por derecho propio debería figurar en cualquier antología del género.

 

Ese recorrido quedará interrumpido por la repentina aparición de Elizabeth Blackwood (Barbara Steele), quien de manera inmediata quedará prendada de Foster, en un sentimiento que él secundará. Será una pasión que pese a la presencia de la fascinante musa italiana del cine de terror, no adquirirá la necesaria consistencia, quizá por expresarse de manera muy repentina, y también hacer acto de presencia tras un capítulo tan logrado en la pantalla. A partir de este contacto, el cada vez más atribulado periodista adquirirá conciencia de la presencia de una dimensión paralela de la existencia, en la que se desenvuelven toda una galería de personajes que han vivido y existido en el pasado de la mansión. Una interacción esta de pasado y presente que nuestro protagonista no podrá alterar aunque la contemple con la cercanía de un hecho vivido, teniendo que asumir la certeza del diagnóstico que le formula el Dr. Carmus (Arturo Dominici), de la confluencia de una dimensión de la existencia que se prolonga tras la muerte del individuo, hasta que su alma alcanza la definitiva inmortalidad.

 

Será este un contexto que permitirá contemplar la estela de una serie de muertes violentas que han forjado el pasado de la mansión de los Blackwood, y estableciéndose entre sus propias víctimas una serie de conflictos de índole trágica. Todo ello, aglutinando una maraña de horror, venganza y maldad, ante la cual el aterrado Foster comprobará la imposibilidad de poder permanecer en el edificio –y, con ello, ganar una apuesta que ponía a prueba sus convicciones materialistas-, intentando abandonar el recinto que le ha permitido vivir la experiencia más aterradora de su existencia. Será ya demasiado tarde para él, siendo finalmente otra de las víctimas mortales de la maldición que encierra esa edificación rodeado por las tumbas de sus víctimas, y poseedor en su interior de una extraña y terrible vida interior. En definitiva, nos encontramos con un planteamiento que muy poco antes habían planteado títulos como THE INNOCENTS (¡Suspense!, 1960. Jack Clayton) o THE HAUNTING (1963, Robert Wise), o años después la discutible THE SHINNING (El resplandor, 1980. Stanley Kubrick). Sin embargo, la apuesta de Margheriti se inclina plenamente en su apuesta por lo sobrenatural, apostando por ello en una vertiente insólita al plasmar una relación física por encima de ese divergente estado de la existencia, que para el propio protagonista supone su obligado reconocimiento de la presencia de una dimensión paralela. Es en ese sentido, donde el film del italiano triunfa plenamente, dando rienda suelta a una extrema plasmación del abismo insondable del horror en fragmentos como el ya citado de la presencia inicial del periodista en la mansión, o en el episodio final en el que la catarsis de horror adquiere tintes asombrosos, y en donde las convenciones del género –es curioso constatar como entre ellas no se encuentra la presencia de tormentas- se combinan con una admirable pertinencia. Es a partir de este contexto, cuando hay que dejar de lado todo el aparato argumental que rodea la función, y que en cierta medida procede a engarzar una serie de episódicos personajes que deambulan como auténticos muertos en vida en el interior de la mansión protagonista, albergando en ella una dimensión suplementaria del ser, dominada por su expresión de diferentes vertientes de la maldad humana. En este sentido, resulta indudable matizar que la película no plantea ninguna reflexión en esta vertiente. No le hace falta formular digresión alguna. La atmósfera casi irrespirable de terror que asumen sus imágenes –que en algunos momentos acercan la película con el bergmaniano ANSIKTET (El rostro, 1958)-, es suficiente para destacar la fuerza y capacidad de maligna fascinación de su relato, proporcionando además una conclusión absolutamente memorable –la manera con la que culmina la apuesta entre el arriesgado periodista y el Lord-, que brindará al narrador norteamericano una aguda reflexión en torno a la humana fuente de inspiración de sus aparentemente imaginarias y terroríficas historias. En definitiva, uno de los representantes más valiosos del la edad de oro del cine de terror italiano, que el propio realizador ofreció en un remake una década después, con  NELLA STRETTA MORSA DEL RAGNO (La horrible noche del baile de los muertos, 1971).

 

Calificación: 3