WHISTLE DOWN THE WIND (1961, Bryan Forbes) Cuando el viento silva
1961 fue un año de gloria no solo para el cine británico. El conjunto de las cinematografías mundiales ofreció un número quizá ya jamás igualado de grandes títulos. de todos los géneros, que parecían confluir en la disolución de lo que podríamos denominar “cine clásico”, en una asombrosa simbiosis con la eclosión de las nuevas corrientes, sobre todo europeas. Algo de ello aparece en las imágenes, por momentos plácidas, en otros violentadas por sus resortes dramáticos, que contemplamos en WHISTLE DOWN THE WIND (Cuando el viento silva, 1961) debut como realizador del hasta entonces guionista y actor Bryan Forbes, iniciando una curiosa filmografía, en la que se percibiría su especial dotación en los confines del relato psicológico, aplicado a argumentos que bordeaban diversos géneros. De entrada, contemplar la propuesta argumental emanada de la novela de Mary Hayley Bell, convertida en guión por el agudo observador Keith Waterhouse y Willis Hall, nos hace reflexionar ante la enorme importancia que tuvo la plasmación de la compleja psicología del mundo infantil, en el conjunto del cine inglés. No cabe omitir, la especial implicación que en ello marcaron las obras de Alexander Mackendrick o Jack Clayton. Pero junto a títulos inolvidables firmados por ambos cineastas, no se puede dejar de destacar numerosas aportaciones emanadas de los Ealing Studios, o referencias incluso insertas dentro del fantastique, como la trilogía iniciada con VILLAGE OF THE DAMNED (1960, Wolf Rilla), o propuestas dominadas por tanta crueldad como LORD OF THE FLIES (1963, Peter Brook). Películas todas ellas que comparten el hecho de suponer adaptaciones literarias, y estar por lo general desarrolladas en ambientes rurales.
Se suele decir que WHISTLE DOWN THE WIND asume ecos de la no muy lejana y previa MARCELINO PAN Y VINO (1954, Ladislao Vajda), apareciendo a la mirada de otros como un punto de partida que utilizó el Víctor Erice de EL ESPÍRITU DE LA COLMENA (1973). Sin dejar de reconocer la pertinencia de ambas películas ¿No sorprende que al año siguiente del estreno del film de Forbes apareciera la extraordinaria TO KILL A MOCKINGBIRD (Matar a un ruiseñor, 1962. Robert Mulligan), con la que comparte no pocos de sus aspectos? Con ello pretendo apostar una vez más, por esa extraña conexión existente entre las obras más relevantes que han mostrado en la pantalla los contrastes y claroscuros de un universo, que en otras ocasiones aparecía simplista en su supuesta inocencia y servilismo / o admiración hacia los adultos, pero que una mirada más honda pronto revelaba la existencia de otro mundo, en el que dichos conceptos aparecían por completo sometidos a otro nivel, con matices insospechados.
De entrada, el film de Forbes revela un elemento de particular evocación personal; la capacidad que albergan sus primeros minutos –punteados por el maravilloso tema musical de Malcolm Arnold, y la belleza de la campiña inglesa, realzada por la húmeda fotografía en blanco y negro de Arthur Ibbetson-, para transmitir algo muy difícil de expresar en imágenes. Me refiero a la sensación de asistir a la felicidad que todos hemos vivido en nuestra infancia, ajenos por completo a los problemas de la vida cotidiana, y rodeados de esos amigos con los que cada día era una aventura llena de emoción. Será el marco para presentarnos a los tres hermanos protagonistas de la película, Kathy (Hayley Mills), Nan (Diane Holgate) y Charlie (Alan Barnes). Ambos son huérfanos de madre, siendo criados por su padre, el granjero Bostock (Bernad Lee), al que acompaña llevando las tareas de la casa su hermana, la siempre refunfuñona tía Dorothy (la magnifica Elsie Wagstagff, recién salida de SATURDAY NIGHT AND SUNDAY MORNING (Sábado noche, domingo mañana, 1960. Karel Reisz), donde encarnaba a la madre del rebelde Arthur Seaton). En medio de un entorno tan plácido para su vida diaria como revestido por la rutina, de manera inesperada Kathy, la más mayor de los hermanos, se topará en el establo con un hombre, que de manera equívoca identificará con Jesucristo. En realidad se trata de Arthur Alan Blakey (un Alan Bates que prácticamente debutaba en la gran pantalla), asesino buscado por la policía, sin que la mirada de los niños lo relacione con la realidad, prefiriendo fantasear en ese exclusivo encuentro con la supuesta divinidad. Aunque Blakey y la propia Kathy prometa que no va a mencionar a nadie su presencia, casi de inmediato lo sabrán sus hermanos y, poco después, buena parte de los niños del entorno. La novedosa situación supondrá un aliciente en la vida de los niños, aunque poco a poco se vaya estrechando el cerco impuesto por la policía, hasta llegar a una conclusión inevitable en la que se pondrá a prueba el entusiasmo de los pequeños y, sobre todo, la enorme frustración vivida por esa niña a punto de llegada a la pubertad, que quizá esconda en su veneración por ese hombre al que confunde con una nueva llegada de Jesús, el indicio de su primera, inesperada, latente y frustrada historia de amor.
Rodada mayoritariamente en voz callada, WHISTLE DOWN THE WIND deviene como una delicada y sensible –en contadas ocasiones ternurista- crónica sobre el mundo de la infancia, tomando como telón de fondo un contexto que se debate entre la pereza rural y la tímida llegada del progreso, a un entorno campestre de la Inglaterra de finales de los cincuenta. Con esa capacidad para penetrar en la entraña de sus personajes, que caracterizó el mejor cine de Forbes, este sabe introducirnos en la picaresca y la ingenuidad de unos muchachos que, de manera implícita, sobrellevan la carencia de la figura de la madre. Ello quizá le fuerce a la creación de un mundo lleno de juegos, de aventuras diarias –el seguimiento del jornalero trampero que va a matar unos pequeños gatos que lanza al río-, pero en el que no estarán ausentes las humillaciones entre esos pequeños que supuestamente se caracterizan por su inocencia –ese muchacho que aparece como el líder indeseado de todos ellos-. Como si fuera un mundo paralelo, aparecen casi como en un ensayo previo a la entrada en la vida adulta, marcándose pautas, y queriendo situarse como el mejor de todos. En ese contexto, la presencia de ese joven al que, de manera un tanto ingenua, confundirán con Jesús, servirá como catalizador para sentirse no solo más vivos que nunca, si no ante todo, importantes. Forbes filmará con exquisita sensibilidad las secuencias acontecidas en el interior del establo, forzando con acierto la planificación a los primeros planos del rostro del magnífico Alan Bates –atención a las matizaciones en su mirada y el ligero tic que mantiene en uno de sus ojos-, a la repercusión que su presencia alcanza en el creciente número de pequeños –especialmente hilarante es la secuencia en la que le piden que les cuente algo, y Baleky no se le ocurra más que relatarles una noticia de periódico-. Esos momentos acontecidos en establo, nos reservarán otra magnífica escena, cuando el padre y un doctor vayan a revisar a un carnero, y el fugitivo se tenga que esconder entre la paja, recibiendo las pisadas de Bostock, sin posibilidad alguna de quejarse.
Acompañado de esa admirable partitura con la que Malcolm Arnold se integra como uno más de los personajes del relato, el film de Forbes no deja de mostrarr la agudeza en la galería de seres adultos descritos. Esa joven maestra que no sabe que hacer para despertar el interés de sus alumnos, o el magnífico episodio desarrollado en la cantina, en el que Kathie interpela al vicario sobre cuestiones existenciales desde su sencillo lenguaje, y que el clérigo desviará con rapidez, en parte por su incapacidad para responder, y en parte también por su obsesión de luchar contra el vandalismo que los niños provocan en el templo. Todo ello, bajo la mirada observadora del pequeño Charlie, quien mientras se bebe con fruición un refresco, no dejará de adivinar la incómoda situación que ha vivido el sacerdote.
Adentrada en el sensible tratamiento de los recovecos del universo infantil, capaz con sencillez de plasmar la frustración de un adulto –la resignación y acritud de la solterona tía Dorothy-, de adentrarse en ciertos momentos en matices fantastique –la plasmación del encuentro entre Kathie y el fugitivo al que tomará como Jesús-, WHISTLE DOWN THE WIND alcanza su climax con el doloroso y efímero encuentro de la pequeña con el fugitivo, una vez este se entrega a la policía, en un instante revestido de profunda tristeza. “Te va a hacer falta mucho más que eso”, dirá uno de los agentes a Blakey, cuando este muestre la estampa religiosa arrugada que portaba en el bolsillo. Quizá, solo quizá, mientras estuvo en aquel establo, se pudo obrar en él alguna mutación en el pensamiento de un ser, hasta entonces dominado por la violencia.
Calificación: 3