DUNKIRK (2017, Christopher Nolan) Dunquerque
Considerado por algunos especialistas como un mero truquista, especializado en jugar sin nobleza con las expectativas del espectador, somos sin embargo muchos los que reconocemos en la andadura del británico Christopher Nolan en uno de los referentes, a la hora de haberse planteado una renovación en torno a las posibilidades del cine de gran espectáculo, insertando en sus propuestas novedosas apuestas temáticas y narrativas. Novedades estas que, si bien es cierto se podrían extender, con otros rasgos, a compañeros de generación -como podría ser el ejemplo de M. Night Shyamalan-, en el caso de Nolan se da cita la capacidad de aunar en sus ficciones esa querencia mainstream, junto a destellos de intimismo y capacidad de observación que enriquecen sus resultados. Todo ello se ha venido reiterando en las dos décadas largas de andadura que hasta el momento ha abordado una producción, en la que su limitada filmografía habla de entrada el cuidado con el que se ha ido enfrentando ante cada una de sus películas.
Películas estas en las que el juego con el espacio y el tiempo se ha venido insertando como una auténtica obsesión en su cine, y que, de alguna manera, aunque de manera más mitigada, está presente en su magnífica DUNKIRK (Dunquerque, 2017), su penúltima realización, a la espera de la inminente OPPENHEIMER (2023). Y señalo esa consideración de limitación en los juegos narrativos como eterna marca de fábrica en el cine de Nolan, ya que nos encontramos ante un relato en teoría más sencillo -su duración es más ajustada, y ni roza las dos horas de metraje- al tiempo que se imbrica en el relato de un hecho real conocido por los historiadores y aficionados a la II Guerra Mundial, como es la descripción de la denominada ‘Batalla de Dunkerke’, descrita en la primavera de 1940, en los primeros escarceos de aquella terrible contienda, y en donde su plasma el intento del mando británico encabezado por Winston Churchill de evacuar más de 300.000 soldados británicos que se encuentran rodeados -junto a compañeros franceses- por el ejército nazi, convirtiendo aquella amplia playa en una ratonera mortal
El hecho histórico servirá como base para que el propio Nolan lo traslade como guion cinematográfico, en buena medida haciendo abstracción del seguimiento minucioso de los hechos, para dar rienda suelta a su singular y en numerosas ocasiones apasionante concepción del espectáculo cinematográfico. Será algo que comprobaremos con la apabullante secuencia de apertura, que al tiempo que nos presentará el joven soldado con el que el espectador se insertará en buena parte de su metraje -el que describe el segmento más amplio del relato; Tommy (Fionn Whitehead)- servirá para introducirnos en el gigantesco marco de la playa de Dunkerke, donde se hacinan decenas de miles de jóvenes soldados, a la espera de que puedan ser evacuados. Casi de inmediato se nos introducirá en un estilizado marco de pesadilla. El protagonista verá como un compañero entierra a otro soldado en la playa, se suceden intermitentes bombardeos, y una sensación de desolación se percibirá, mientras que Nolan introduce los tres marcos en los que se desarrollará la acción. El muelle cercano a la playa, que se extiende en una semana. La acción valiente de los voluntarios civiles que, con sus pequeñas embarcaciones -representada en la que comanda Mr. Dawson (Mark Rylance)- se disponen a ayudar en ese rescate, que Nolan delimitará en un día. Finalmente, seguiremos las andanzas y dificultades de dos pilotos ingleses -Farrier (Tom Hardy) y Collins (Jack Lowden)-, que se definirán en el marco de una hora.
Se trata de una pirueta narrativa que, sin embargo, no obstaculizará la generalizada linealidad de un relato que, es cierto, atiende más a las sensaciones y las emociones, que a la vertiente narrativa a un argumento en el que todos sabemos como se resolverá y que, en el fondo, no propone elementos novedosos. No le hace falta.
DUNKIRK se ofrece como una danza del horror, de la muerte, del dolor, pero también de la esperanza. Destaca en la fisicidad con la que se describen los bombardeos y hundimientos de los buques que extienden la tragedia. En el claustrofóbico y asfixiante episodio donde un grupo de soldados quedan atrapados en un pequeño y viejo barco, que se hundirá debido a los disparos que recibe su casco desde el exterior, y en cuyo sufrimiento se llegará a plantear el sacrificar a uno de los soldados, al que se acusará de traidor. En el incendio de una mancha de petróleo en medio del mar, que provocará enormes y terribles víctimas, de supervivientes que creían encontrarse a salvo en el mar. Lo comprobaremos del mismo modo en el más breve e igualmente angustioso pasaje -quizá el más impactante ante el espectador en la minuciosidad que le permite su propia individualidad- de la imposibilidad del joven Collins de poder emerger del avión con el que se encuentra al borde de la muerte, y del que será milagrosamente rescatado en el último momento por parte del veterano Dawson.
Para lograr esta extraña y, por momentos, rotunda sinfonía, Nolan despliega un virtuosismo que ya aparece como marca de fábrica, y en la que resulta de gran importancia la conjunción de un equipo técnico de extraordinaria brillantez. Un equipo formado por centenares de personas, pero del que me gustaría destacar la precisión en el montaje brindada por Lee Smith, la extraordinaria fotografía en color -acertando a separar elementos de luz y de nocturnidad, de serenidad y de horror- ofrecida por Hoyte Van Hoytema. O también, la perfecta compenetración que se brinda con el compositor Hans Zimmer, capaz de proporcionar sugerencias musicales complementarias a la propuesta visual de Nolan. En estos tres casos se trata de reiterados colaboradores del cineasta, que en su andadura en común han apuntado la vertiente técnica de unas ficciones que, en todo momento, aúnan la espectacularidad con la audacia en sus planteamientos argumentales.
Todo ello se percibe, punto por punto, en una espléndida película, donde se muestran pasajes de terrible dureza, aunque por fortuna lleve aparejado una agradecida huida de imágenes desagradables. No hace falta recurrir a ellas. Como en su recorrido argumental casi en ningún momento contemplaremos al enemigo alemán. Esa sensación de abstracción, de fantasmagoría, quizá acentúe la singularidad de una propuesta que acierta al asumir personalidad propia. Que queda plenamente ligada a la obra previa del realizador, y a la que personalmente solo le opondría el hecho que, en más ocasiones de las deseables, Nolan se deje llevar más por la brillantez de su propuesta, que por cuidar la densidad en el trazado de sus personajes. No por ello debemos despreciar la conjunción coral de un brillante cast, en el que se aúnan jóvenes casi debutantes, estrellas como Kenneth Brannagh. Cillian Murphy o Tom Hardy, magníficos veteranos como el oscarizado Mark Rylance, o incluso la presencia del joven cantante Harry Styles.
Antes lo señalaba y en muchos comentaristas se generalizó estar asistiendo ante una película que habla del miedo y de la muerte. Pero al mismo tiempo creo que nos encontramos ante un relato que trata sobre la causa y el efecto. Y en como el destino en ocasiones liga las acciones más insospechadas, uno de los elementos vectores en el cine de Nolan. Pero antes también hacía mención de ello, al señalar que nos encontramos antes una obra que habla de esperanzas. Son muchos los instantes y momentos que hablan de ello -quizá en los pasajes más emotivos del conjunto; la presencia de esas pequeñas embarcaciones civiles que contribuirán al exitoso rescate de los reclutas supervivientes-. Pero se citarán de manera muy especial en sus últimos minutos, donde lo que los soldados entienden como una humillación -regresar vencidos a Inglaterra- será contemplado con admiración por su propio pueblo. Y es en esos minutos revestidos de emoción, donde se encuentra un instante conmovedor -en mi caso, hasta la lágrima-, el más hermoso de toda la película, al lograr insertar en un tabloide británico la imagen de ese adolescente que ha ayudado a Dawson. Un muchacho que ha muerto de manera estúpida, y que en su agonía no dejó de expresar a sus amigos que esta ayuda a sus soldados, se había convertido en lo único importante que había realizado en su vida.
Calificación: 3’5